Yo maté a Martínez Ares

¡Brindemos con champán por los muertos!

  • La milagrosa. Mi familia y la comparsa sufrieron el acoso de aficionados, políticos y prensa por ser vicepresidente de la Asociación de Autores l En verano llegó un calvario que me costó una depresión

DESDE hacía varios años formaba parte de la directiva de la Asociación de Autores del Carnaval de Cádiz, yo era el vicepresidente, la mano derecha de José Antonio Valdivia Bosch, un hombre que ha dado hasta el corazón, nunca mejor dicho, por un concurso que no siempre saca lo mejor de los gaditanos. Un día sí y otro también quedábamos en una cochambrosa habitación en la calle Ancha para intentar cambiar las normas anticuadas de un concurso que asfixiaba a los verdaderos creadores del gran circo de Cádiz, pero no pensábamos que nos iba a costar la salud. Pretendíamos que los autores hicieran el concurso -algo de lo que ahora me arrepiento porque he comprendido que es del todo imposible- y que éste no estuviera bajo el auspicio del Ayuntamiento que siempre nos aseguraba que perdía dinero con el mismo. Aun así no lo soltaban y no tuvimos más remedio que poner a la Fundación Gaditana del Carnaval en un verdadero aprieto: "Pues nada, haremos un concurso paralelo". Me consta que pensaron que era un farol pero cuando vieron la respuesta del colectivo la historia fue bien distinta y empezó la fiesta. Por primera vez en la historia casi todos estábamos de acuerdo en algo, lástima que al final la mayoría también estuvo de acuerdo en dejarnos solos. La radio ya no podría estar en las bambalinas, había que acabar con la reventa, el coladero de los pases de favor pasaría a mejor vida, cualquier contrato con la televisión tendría que tener el visto bueno de la asociación, quien, además, negociaría los derechos que generara cualquier emisión, la ley de espectáculos se respetaría por encima de todo, la publicidad que consiguiera el Ayuntamiento por difundir el carnaval también tendría que repercutir en los artistas carnavalescos, las agrupaciones debían presentar documentación que asegurara que los decorados y atrezzos cumplían la leyý vamos, que lo poníamos todo boca arriba y eso, como que no. Además de mi familia, la comparsa fue la que más sufrió el acoso y derribo de aficionados, políticos, prensa, internautas e incluso compañeros de fatigas que nos deseaban un escarmiento público.

'Los templarios' dieron paso a una comparsa que significó, es lo que yo pienso, mi primer intento de hacer un teatro musical bajo el prisma del Carnaval. 'La milagrosa' fue el último de los nombres de una larga lista que siempre terminaba con 'Jeremías', 'La balada de Jeremías', 'El carromato de Jeremías', simplemente 'Jeremías' y todo porque siempre me venía a la cabeza la película en la que Robert Redford daba vida a Jeremías Johnson, el trampero que dirigió Sydney Pollack. Lo que sí estaba claro es que teníamos que representar al típico buhonero, estafador, embaucador, curalotodo, charlatán, vendedor de humo. Nos hacía falta, para que la gente entendiera el mensaje, un carromato que también yo diseñé y que confeccionaron Fali Vila y su padre. La decoración exterior del mismo, paneles que ilustraban una ciudad antigua que podía curarte cualquier dolencia con sus pociones milagrosas fue obra de Jesús Pino. Sólo dos cambios en las filas, Ricardo dejó su lugar a José Juan Pastrana en la instrumentación y Pedro Espinosa decidió no salir por motivos profesionales. Me habría gustado que el disfraz hubiera sido más rufián, época de Huckleberry Finn o tal vez más lejano oeste, ambientado quizás en películas como 'La leyenda de la ciudad sin nombre', con un abrigo que al abrirse mostrara una amplia gama de botellas, cachivaches, perfumes, lociones, ungüentos, aceites, pañuelos, pero no, lo único americano que reflejábamos eran unos pantalones muy al estilo de otra película, Gangs of New York, de Martin Scorsese, pero ya está. Ah, y unas gafas, eso sí. Ah, y un foulard, muy de la época, sí señor. Ah, y unos tirantes.

Los tres días de concurso, que no fueron más, salí a escena con ellos. ¡Quién me mandaba a mí meterme otra vez en la boca del lobo! No, esta vez no canté y sí, me hice el tipo, que días más tarde destrocé con mis propias manos; yo sólo abría las puertas del carromato y me dejaba ver, pero cada vez que lo hacía el público ya me estaba echando en cara los nuevos cambios del reglamento con bellos piropos gaditanos. Qué curioso, ahora el concurso se rige por unas normas que todos defienden y que resultan ser las mismas de las que abanderamos hace ya como diez años. Eso sin hablar del Museo del Carnaval, que también conseguimos que el proyecto se pusiera en marcha, pero es que el Alzheimer es lo que tiene, que no respeta ni siquiera a los carnavaleros.

Desde el primer día sabíamos que no simpatizábamos con el público, o mejor dicho que yo no simpatizaba con el público y que la comparsa y nuestras familias lo iban a sufrir. Aguantamos de todo, nos dijeron barbaridades, pero nuestra obligación era dar la cara y seguir cantando. Mucha gente, ahora que ya ha llovido lo suyo, me cuenta que 'La milagrosa' es de sus comparsas favoritas y que el popurrí era como una pequeña obra de teatro. A buenas horasý pero gracias. El día de los cuchillos largos, es decir la noche que determinaban quiénes pasaban a la final, me encontraba en casa de José Luis cenando y terminando dos cuplés para la finalísima. Pues bien, dijeron los nombres de las agrupaciones y nos quedamos esperando y esperando y esperandoý no, no era una confusión, la comparsa se había quedado fuera de la final después de casi una década. Lo habían conseguido, nos habían castigado, a mí por intentar mejorar el concurso y a la comparsa por cantar las coplas de un niñato presuntuoso y engreído que se creía el rey del teatro Falla. Me fui para mi casa sin creérmelo, la gente era feliz sabiendo que nos habían guillotinado, de hecho, hubo un autor que descorchó una botella de champán en la plaza del Falla para brindar por mi fracaso; sí, es cierto, tan cierto como que años atrás ya me dejó caer que la había comprado y guardado en la nevera para que estuviera fresquita el día que me dejaran fuera de la final.

Lo que no sabe nadie es que yo, una semana antes de saber si pasábamos o no a la final, había escrito un pasodoble con el que me quería despedir de la fiesta. Mi intención era cantarlo el último día junto con un pasodoble dedicado a la alcaldesa de Cádiz. Ambos me los comí con patatas fritas pero ya por mi cabeza estaba presente la idea de abandonar el Carnaval: no quería seguir. Todo se rompía a mi alrededor y no podía hacer nada para evitarlo. Llegó el verano y con él un calvario que me costó una depresión. Lo único bueno de aquel año llegó en diciembre. Se llama Paula de Lirio, la niña de mis ojos y ya tiene siete años.

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