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28-F: Agricultura

Competir o morir

  • En el nuevo modelo habrá menos ayudas y más mercado e innovación

Los primeros años de la autonomía fueron convulsos. Mucho. La reforma agraria impulsada por Miguel Manaute proponía el reparto de las tierras ociosas, un auténtico órdago a muchos terratenientes que vieron amenazadas sus propiedades y que plantearon una batalla jurídica. La iniciativa nunca llegó a aplicarse, pero, al menos en opinión de expertos como Tomás García Azcárate, alto funcionario de la Comisión Europea, fue un susto tal que muchos propietarios vieron las orejas al lobo y se transformaron en empresarios. Y la agricultura andaluza evolucionó para bien.

La renta agraria ascendía en 1980 a 759 millones de euros; en 2009 eran 8.562. Es cierto que, por el desarrollo urbano, la aportación de la agricultura al PIB andaluz ha ido bajando de forma paulatina: del 7% de 2000, fecha de la primera estadística disponible, al 4% actual. Pero no es menos cierto que Andalucía representa el 22,9% del PIB agrario español y el 27% del empleo. A ello hay que sumar la industria agroalimentaria, cuya cifra de negocio se sitúa en 15.000 millones de euros y que es líder en exportaciones y segunda en facturación tras la catalana.

Este fenomenal desarrollo ha sido posible por la incorporación a la Comunidad Europea. No sólo por las ayudas directas –a día de hoy, 1.500 millones por año para unos 300.000 agricultores–, sino por la apertura de mercados. El sector hortofrutícola, con sólo el 5% de las subvenciones, vende por un valor de 3.000 millones. Esto ha impulsado el desarrollo de Almería y Huelva, con un índice de convergencia con la media europea de renta del 86% y 84% respectivamente, muy superior al 75% andaluz. Pero la situación parece que se invierte. Analistas Económicos de Andalucía revela que el beneficio del agricultor almeriense ha caído un 36% desde 2002. El estudio incide en que no se ha invertido de forma suficiente en modernizar los invernaderos para aumentar la productividad. Y producir más por menos es la única forma de crecer en beneficios. Porque ni Marruecos ni otros competidores van a dejar de existir ni de llegar a acuerdos con la Unión Europea.

Algunos proponen usar esos acuerdos en beneficio propio. Es decir, que Andalucía se convierta en una especie de Holanda del Mediterráneo. Se trata de aprovechar que se va a producir cada vez más en el entorno y comercializar esos productos desde Andalucía. Para ello hay que superar el problema del transporte: la región no tiene una posición geográfica central en Europa. Ya está en marcha un proyecto para enlazar con Francia cada tres días por barco, gracias al empleo de 150 contenedores que pueden transportar 3.000 toneladas. Algunas voces plantean, incluso, un AVE de mercancías.

Las frutas y hortalizas representan de media el 52% de la producción final agraria regional. El aceite de oliva sólo es el 17%, pero más allá de lo económico su importancia social es innegable. Unas 250.000 familias dependen de este cultivo en la región, con una influencia que abarca 300 pueblos. Sólo en Jaén esto significa el 10% del PIB, y asciende al 15, si se le suma la industria envasadora.

El del aceite de oliva ha sido un sector muy rentable en las últimas décadas gracias a las cuantiosas ayudas europeas. Hasta la reforma de la PAC de 2002, éstas estaban vinculadas a la producción. A partir de entonces se generalizó el pago único: la subvención depende de unos derechos históricos fijados en función de producciones anteriores. Este pago ha permanecido estable, pero en la práctica las ayudas han bajado por el efecto de la inflación.

El maná europeo ha tenido efectos positivos y negativos. Positivos: como el objetivo era producir más, se han modernizado las almazaras y la venta, sobre todo a granel, se ha incrementado exponencialmente. El crecimiento cuantitativo ha sido muy visible, mayor, incluso, que el de Italia. Negativo: muchos creyeron que bastaba con vender a granel; la inversión en envasado, comercialización y marca ha sido  muy insuficiente, salvo excepciones como la cooperativa Hojiblanca. Y, sobre todo, la asociación no ha sido en absoluto la constante. Sólo en Jaén hay 193 cooperativas, algo sorprendente teniendo en cuenta que la provincia sólo tiene 91 municipios. El objetivo es pasar de 450 cooperativas que facturan por 4.000 millones a sólo ocho que vendan por 8.000.

La crisis, la presión de la distribución y los deberes pendientes han hecho que una cuarta parte de la caída del 3,3% de la renta agraria se deba al olivar. Es la actividad que más ha sufrido. Los agricultores cuadran a duras penas las cuentas, y eso incluyendo las ayudas. Sin ellas, ya habrían cerrado miles de explotaciones.

El problema de la atomización es generalizable a todo el sector agrario y a la agroindustria. Manuel Jurado, presidente de la patronal Landaluz y director comercial de la arrocera Herba, dice que el futuro es dual: sobrevivirá la agricultura de subsistencia y subvencionada por su función social junto a otra vinculada al mercado, muy concentrada, y con muchas menos ayudas. Algo parecido le ocurrirá a la agroindustria: sólo subsistirán aquellas pymes que ofrezcan un producto diferente, ya sea por su elaboración artesanal o por la incorporación del I+D+i. Para el resto, será fundamental la marca y sólo hay marca con tamaño; o una relación más estrecha con la distribución, lo cual significará más dependencia y menos márgenes, pero mayor estabilidad.

Y habrá que abrir mercados, porque el europeo, donde se concentra el 80% de las ventas, parece ya agotado o muy maduro al menos. Hay ejemplos, como Agro Sevilla, Acesur o Covap, que tienen ramificaciones en todos los continentes. Pero son sólo islas, al menos de momento.

La PAC de 2013 vendrá, seguro, con rebajas, y la Organización Mundial del Comercio avanzará, este año o el que viene, en el desarme aduanero. La gran distribución está, además, creando centrales de compra que adquieren sus productos en todo el mundo. Andalucía deberá competir y crear una imagen de marca unitaria, y aquí la Junta de Andalucía tiene mucho que decir. Las numerosas denominaciones de origen sirven para el mercado interno, pero en el global generan confusión. El susto del siglo XXI ya no es la reforma agraria. Se llama globalización.

Los recursos hídricos, al límite

Aunque Andalucía no es de las regiones más húmedas, concentra el 27,5% de la superficie  de regadío de España. El desarrollo agrario ha estado muy vinculado al uso de recursos hídricos, sustentado en el alto ritmo de construcción de embalses hasta los años 80. A finales de esa década surgen voces que  afirman que estos recursos están al límite.  El discurso es asumido por el Estado y la Junta, que limitan las nuevas infraestructuras a La Breña (Córdoba) y Melonares (Sevilla). 

Las políticas comienzan a concentrarse en  la modernización del regadío: se ha actuado en 400.000 de las 900.000 hectáreas  que tiene Andalucía, y se ha pasado de consumir 8.000 metros cúbicos por hectárea a sólo 4.000.  Pero los agricultores, sobre todo Asaja, insisten, y se apoyan en una época de lluvias como la actual, en que son necesarias más infraestructuras. Piden vía libre para construir balsas privadas que palíen los desembalses, algo que serviría de dique de contención de las inundaciones. Ecologistas y expertos como Joan Corominas, ex director de la Agencia Andaluza del Agua, creen que es un dispendio invertir en una infraestructura para usarla cada diez o quince años, y piensan que las riadas sirven para limpiar el fondo de los ríos y fertilizar los suelos inundados. Lo que hay que hacer, dicen, es no construir allí.

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