Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

La masonería del dinero

La pobreza extrema es hija de la riqueza extrema, es imposible anular la una sin anular la otra

Existe una masonería del dinero que ha logrado persuadir a los poderes públicos y a parte de la población de que si los bancos quiebran quiebra el país, por lo que es preferible que se arruinen los demás para salvarse ellos. Es la misma masonería, o ratonería, que convenció a un Gobierno (PSOE) para que reformara la Constitución y antepusiera el pago de la deuda a las entidades financieras a cualquier otra prioridad. Y después logró que el Gobierno que lo sucedió (PP) empleara en el rescate de numerosas entidades 60.718 millones de euros que se han recortado de las partidas para pensiones, educación, sanidad o investigación, y de los que se ha recuperado una cantidad ínfima. Y finalmente logró ablandar el corazón de los jueces del Tribunal Supremo que, tras considerar abusivas las cláusulas que permitían subir el precio de las hipotecas si aumentaba el precio del dinero, pero no rebajarlo, o no en la misma proporción, si descendía, acordaron eximirlos de indemnizar a los clientes por lo cobrado injustamente antes del 9 de mayo de 2013. ¿El argumento? La devolución podría suponer "un impacto muy duro para el sistema financiero y la economía española". Los jueces (si no esos, otros) se limitan a hacer cumplir la ley y no son tan compasivos para evitar los desahucios cuando son las personas las que quiebran y se ven abocadas al suicidio o a vivir en la calle o de la caridad familiar. No extraña, pues, que España sea, junto a Rumanía, el país con mayor desigualdad de la CE. Ni que el Tribunal de Justicia Europeo haya establecido con absoluta claridad que las cláusulas son nulas desde el principio, luego hay que devolver a los ciudadanos todo lo que pagaron de más.

La pobreza extrema es hija de la riqueza extrema, es imposible anular la una sin anular la otra. Para pudrir de dinero a alguien es necesario fabricar miles de pobres. La metáfora de esa íntima relación la encontramos cada noche en los cajeros de los mismos bancos, en cuyos suelos, y junto a los fajos de billetes blindados, se agolpan derrotados como cláusulas miles de indigentes, víctimas en no pocos casos de la ruina que provocaron la torpeza o la avaricia de muchos de sus directivos. Pobres de solemnidad a los que el banco, como diría Mark Twain, les prestó un paraguas cuando hacía sol y se lo arrebató apenas empezó a llover.

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