Adoctrinar no es educar

Cuando la educación adoctrina, no solo pierden mucho los alumnos sino que la sociedad se desvaría

Con los episodios de la situación en Cataluña, pasó algo desapercibida la celebración, el 5 de octubre, del Día Mundial de los Docentes. Si bien, alguna relación puede advertirse y es aconsejable reparar en ella. El desempeño profesional docente debe ser objeto de mayor atención social y, por esto mismo, política, dado que controversias no faltan y tampoco los reconocimientos acompañan en buena medida. Ahora bien, estos últimos ni se regalan ni puede presumirse su logro sin merecerlos. Una de las controversias, característica de la identidad profesional que los docentes estiman como propia, es si ejercen como enseñantes especialistas en la materia que imparten o educadores que añaden algo más a la transmisión de conocimientos. Cuestión de particular interés al pensar en la educación obligatoria que han de cursar todos los alumnos y en la decisiva influencia que esa etapa educativa tiene para el desenvolvimiento personal y social. Una razón, y no menor, de tal controversia tiene que ver con el exceso de celo -recomendable en muchos casos- para evitar que la educación no se desvíe o instrumentalice para adoctrinar. Es decir, centrados en los contenidos de las materias pueden caber menos riesgos, se piensa, que incorporando, como propios de la enseñanza, valores u otros contenidos educativos menos académicos o disciplinares. Discrepancia que suele resolverse al tener en cuenta valores universalmente aceptados y convenidos (piénsese en la educación para la paz, el respeto a la diversidad, la convivencia y la participación, el pensamiento crítico, entre otros ámbitos). Además de su naturaleza educativa "transversal", integrada en la propia enseñanza de las distintas materias en su conjunto, dado que tales valores pueden propiciarse de distintas formas.

Otra cosa es que ese preventivo exceso de celo no solo se desvanezca sino que la educación, en lugar de ser el efecto de una enseñanza más integral, se convierta en una práctica sistemática de adoctrinamiento, en el peor de los sentidos. Ya que, entonces, el docente no deviene en educador sino en comisario político, y la educación en instrumento a beneficio del sectarismo. Finalmente, si estas prácticas se suceden en el tiempo y se adoptan sistemáticamente con torcidos fines, no solo los alumnos pierden mucho con la educación recibida sino que la sociedad se desvaría por el desenvolvimiento de los adoctrinados.

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