Lápida digital

Una lápida digital, que anime y distraiga la genuina paz de los cementerios, puede ofrecer mucha información del finado

Visitar un cementerio es una experiencia no solo debida a la memoria de los difuntos, sino conveniente asimismo para sabernos mortales, aunque la incineración y las cenizas puedan resultar más preferidas al enterramiento y los osarios. Sin embargo, un profesor esvoleno, especialista en Electrónica e Informática, puede hacer furor con una lápida digital que anime y distraiga la genuina paz de los cementerios. Ya no será cuestión, entonces, de curiosear los epitafios, algunos casi al modo de microrrelatos, ocurrentes o atinados ante la fúnebre circunstancia que les da argumento. Desde el "Eso es todo amigos", del Mel Blanc, el doblador original de Bugs Bunny, hasta el "Perdonen que no me levante", pensado por Groucho Marx, o el "Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien". Como tampoco de sustanciar la memoria del finado en las más bien escuetas y con el tiempo desvaídas inscripciones sobre mármol, sino que una pantalla a prueba de aguaceros y otras inclemencias de los meteoros estará siempre dispuesta para encenderse ante la presencia de mortales que se acerquen a conocer el testamento particular de quien ya acabó sus días. Escribió Saramago que "Morir es haber estado y ya no estar". Tal lápida, como los teléfonos móviles, es inteligente porque puede reconocer o identificar a quienes se pongan delante de la tumba y así seleccionar la información que ofrecer. Ya mensajes de despedida, escritos por el difunto en uso de su razón final, o ya datos de su vida personal o profesional, fotografías, vídeos, citas literarias o religiosas, música preferida. Mientras la tumba no tenga quien la mire, la lápida se mimetiza con la estructura y los materiales del enterramiento y solo muestra, cual lápida convencional y parca, el nombre y apellidos del difunto, con las fechas de su nacimiento y muerte. Pero ante la presencia de visitantes en carne mortal -que de los encuentros de ultratumba poco nos es dado hablar-, la lápida, de 42 pulgadas, comienza a mostrar información variopinta tras distinguir las características de los presentes mediante datos biométricos de esos seres vivos, dicho sea sin señalar. Se vende por unos 3 000 euros y sus utilidades pueden ser muchas, hasta adecuar su contenidos a la época del año, los aniversarios, la presencia del cónyuge, de los hijos o de los amigos. Aunque no se oculte un problema: quién administra los contenidos de la lápida sin torcer las últimas voluntades del finado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios