200 calorías

La gordura, la obesidad, dichosas en otro tiempo, indican hoy pobreza y exigua formación

En los tiempos del hambre -casi "prehistóricos" para los más jóvenes y a la vuelta de pocas décadas atrás para los metidos en años-, la obesidad, la hermosa gordura, era signo de privilegiada distinción, de despensas bien provistas ante la escasez que se remediaba con poco más que mendrugos. Si acaso acompañados por el "minimalismo" y la cocina "creativa", que hogaño expresan una opción estética o un refinamiento del paladar, aunque antaño eran la cruda evidencia de la escasez y del ingeniárselas para engañar el estómago con lo que, de alguna forma, fuera comestible. Verdad es también que el hambre, pasado su tiempo de gran calamidad, no es ajena a los agujeros de una pobreza posmoderna que parece subproducto de la crisis económica cuando es uno de sus efectos mayores. Más disimulada y vergonzante que en el mal mayor de las hambrunas, estas apreturas del comer se remedian muchas veces con el anonimato del "tupper" y las provisiones de las bolsas en el generoso crédito a fondo perdido de los bancos de alimentos y de las instituciones que remedian el hambre duradera o sobrevenida. Pero la gordura, el sobrepeso, la obesidad, dichosos en otro tiempo -pasado y peor-, hoy invierten la señalada distinción porque se relacionan con la cuantía de los ingresos y el nivel de estudios de la población; de tal suerte que, a mayor riqueza, menor obesidad. Por eso, que la población andaluza menor de dieciocho años sea una de las más obesas de Europa no solo es un problema de salud pública, como sobre todo advierten endocrinos y cardiólogos, sino asimismo de desarrollo social. Cuatro de cada diez menores andaluces son obesos o tienen sobrepeso, pero los especialistas señalan que, reconocida la directa influencia de los hábitos alimenticios y del cuidado de los padres, la obesidad puede provenir de desarreglos genéticos e incluso resultar, al cabo, una enfermedad algo aleatoria.

El Plan Integral de Obesidad Infantil de Andalucía es una de esas medidas que las Administraciones públicas, alertadas por el alcance y la relevancia de la situación, han de adoptar, además de las directrices supranacionales de organismos como la Organización Mundial de la Salud. Pero una decisión ha resultado controvertida, la de evitar que cualquier producto con más de 200 calorías por ración pueda consumirse en los colegios. No será cuestión de reprochar este celo, pero ay si los padres resarcen en las meriendas a sus vástagos, ignorando la antiquísima bondad del pan con aceite.

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