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Arte

La censura contra Ai Weiwei

Charo Ramos

El artista más poderoso del mundo, según la influyente revista Art Review, se siente frágil. No puede abandonar su país, vive sometido a un cerco permanente y podría incluso volver a ser encarcelado acusado de evasión de capitales o de incitación a la pornografía. Con su detención en abril de 2011, que generó una oleada de indignación sin precedentes en los gobiernos democráticos y las redes sociales, Ai Weiwei dejó de ser el más conocido escultor, videoartista, cineasta y diseñador chino para encarnar la lucha contra el pensamiento único en ese país.

Tras triunfar en la Bienal de Venecia y la Documenta de Kassel, en 2011 la londinense Tate Modern lo consagró dedicándole su sala de turbinas para una de las instalaciones más espectaculares que se recuerden: Sunflower seeds. Con esos 100 millones de semillas de girasol talladas en porcelana y pintadas por millares de artesanos, cada una distinta a las demás, reivindicaba la delicadeza de la milenaria tradición manual de una sociedad cuyos actuales líderes han convertido el fabril trabajo en cadena en su credo ideológico. Un hombre, una semilla, ¿un voto?, parecía decirnos Weiwi con ese tapiz oscuro semejante a un mar que viajará a Nueva York a lo largo de 2012.

La poética de este activista nacido en 1957 debe tanto a la historia de China como a Warhol y Duchamp. Nunca ha dejado de tender puentes entre Oriente y Occidente pero, salvo su célebre diseño para el Nido de Pájaro, el Olímpico de Pekín que proyectaron Herzog & de Meuron, la mayor parte de su obra defiende el individualismo y la experimentación de vanguardia a la manera  del colectivo de artistas Xingxing en el que se integró entre 1979 y 1981, antes de ser disuelto por el Partido Comunista. Londres, convertida en el puerto franco de su lucha, desde donde se atrevió a pedir públicamente una mayor apertura del régimen, alojó también a lo largo del año su serie Cabezas del Zodiaco en el patio de Somerset House y una exposición de esculturas en la galería Lisson, que coincidió con su detención. Ai estuvo más de dos meses desaparecido, incomunicado, interrogado hasta la extenuación; un castigo ejemplar para el hijo del gran poeta nacional Ai Quing, al que Mao Zedong condenó al exilio en un campo de trabajo donde limpiaba letrinas y tuvo prohibido escribir en dos décadas.  Ese padre que le animaría a regresar "por amor a su país" desde Nueva York, donde Weiwei se instaló con 22 años para absorber los postulados del pop, el minimalismo y el arte conceptual que tanta incidencia tendrían sobre su práctica y su arriesgada defensa de la libertad de expresión.

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