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Andalucía

48 horas

  • La lectura errónea de la escena del crimen y los primeros momentos de una investigación explican por qué algunos crímenes siguen impunes en Andalucía

El caso Wanninkhof encabeza la historia negra de la investigación policial española, un rosario de errores que acabó con una mujer inocente en prisión tras ser condenada sin pruebas por un jurado popular a causa de una investigación planteada al revés. El capitán de la Guardia Civil José María Fuster, encumbrado tras resolver el secuestro de la farmacéutica de Olot, recompuso casi un año después de la muerte de la joven Rocío Wanninkhof en la localidad malagueña de Cala de Mijas los indicios recogidos por la policía científica en la doble escena del crimen, es decir, donde Rocío fue apuñalada y donde se abandonó el cadáver, a varios kilómetros, ya en el término de Marbella. Fuster dio a las pruebas una enrevesada interpretación que le pudiera llevar a la principal sospechosa, Dolores Vázquez, la que había sido compañera sentimental de la madre de Rocío y que, de hecho, se había encargado de criarla. Las tertulias televisivas, dibujando a Vázquez como una antipática y resentida lesbiana, hicieron el resto. Si los indicios hallados en la escena del crimen hubieran sido interpretados correctamente, quizá tres años después, en 2003, otra joven, Sonia Carabante, no hubiera sido asesinada en Coín. El ADN encontrado en la escena de este segundo crimen coincidía con el hallado en el caso Wanninkhof. El asesino era el mismo: Tony King, un inglés al que Scotland Yard atribuía agresiones a jóvenes en el Reino Unido. Fue él y no ese perfil de una fría asesina que riega pruebas falsas para despistar a la policía.

En Andalucía hay medio centenar de crímenes sin resolver, algunos muy antiguos. No son crímenes perfectos. De hecho, algunos son muy chapuceros. En muchos de ellos la causa está en una incorrecta lectura de la escena del crimen, es decir, en las primeras 48 horas, que es cuando se resuelven la gran mayoría. Así parece pensar Miguel Ángel Santano, comisario jefe de la policía científica, que afirmaba en una entrevista que "un investigador no puede entrar a lo loco en un sitio. Tiene que tener un protocolo de actuación. Lo principal es que sólo entren las personas indispensables. El investigador tiene que tener un recorrido claro para entrar y salir y seguir una secuencia de acciones para no olvidar absolutamente nada. Puede ser que el autor no deje ningún vestigio o que el investigador no sepa encontrarlo, pero el crimen perfecto no existe. Los que hay se deben a una mala inspección ocular".

Éxitos televisivos como la serie CSI han disparado la fiebre de la criminología. Los dos institutos vinculados a la Universidad en Andalucía, en Jerez y Málaga, provincia que tiene un tercio de los asesinatos sin resolver de la región, cuentan con notas de corte de 9 por la alta demanda existente. El curso pasado Jerez recibió 600 solicitudes para cien plazas. El director del Instituto de criminología de Jerez, Luis Ramón Ruiz Rodríguez, reconoce la influencia televisiva, pero también dice que "aquí los alumnos saben a lo que vienen. Sacaremos profesionales con conocimientos en derecho, sociología y psicología".

Ahora la ciencia y las más variadas disciplinas están al servicio de la criminología. Se trabaja con infografía forense, se utilizan medidores láser, físicos se encargan de la acústica, químicos de descifrar el ADN... pero se siguen cometiendo errores. Y es que incluso los profesionales reconocen que hay mucho camino por andar, sobre todo en formación. Recientemente se celebró el centenario de la policía científica. El cuerpo nació coincidiendo con la implantación de la huella dactilar como prueba en delitos de sangre, a principios del siglo XX. La efeméride tuvo como colofón un congreso en Granada en el que intervinieron varios expertos, entre ellos el presidente del TSJA, Lorenzo del Río, que habló sobre la prueba en el derecho procesal. Puede parecer una obviedad, pero Del Río se vio en la obligación de subrayar la prueba como único vehículo para llegar a la certeza; y la prueba nunca es el indicio. Sí, una perogrullada, pero un jurado popular condenó a Dolores Vázquez sólo con indicios tan irrelevantes que el TSJA tuvo que anular aquel fallo. Para que la prueba signifique certeza tiene que ser científica.

El listado de errores en las primeras 48 horas que siguen a un crimen es largo, por mucho que no sea lo habitual. Consultados profesionales de la investigación sobre ellos, no se tienen que ir lejos. La muerte de un anciano en Alcalá de los Gazules el pasado mes fue interpretada como un accidente en la inspección ocular hasta que el estudio forense, realizado horas después del levantamiento del cadáver, mostró, a simple vista, que el anciano había muerto golpeado con una vara.

Un veterano investigador relata otro más antiguo, ocurrido en la localidad de Rota en 1988: "Encontramos muerto a un oficial americano retirado. El yanqui vivía con una mora que le arreglaba algo más que la casa. El levantamiento del cadáver se ordena dando por hecha la muerte natural, pero la autopsia apunta al envenenamiento. El forense avisa y entonces la Policía le dice que, precisamente, hace un rato ha estado allí la mora, muy nerviosa, con un vaso que dice que es el que utilizaba el fallecido para tomar su medicación, pero ni caso. Ese vaso se hallaba en la escena del crimen. Alarmados ante el error, la Policía va a buscar a la mujer, pero ésta ya se ha ido a Marruecos con lo que pudo arramplar de la casa. Seis meses después llegaron los informes de Toxicología: intoxicación por insecticida organofosforado. Mortal. La mora jamás apareció".

Hay errores mucho más flagrantes, como el de aquella mujer de Sanlúcar, apodada Manostijeras por el arma que usó más de cien veces contra su marido. Una primera inspección determinó suicidio. Cuando se realizó un segundo informe constatando que, por mucho que uno desee abandonar este mundo, es imposible autoapuñalarse cien veces, la escena del crimen estaba limpia.

Pero el caso que se lleva la palma en destrucción de pruebas en la escena del crimen fue la muerte del joven Juan Holgado en una gasolinera de Jerez en 1995 y que dio lugara la serie televisiva Padre Coraje. Mientras la Policía recolectaba posibles pruebas en el interior del establecimiento, cámaras de la televisión local tomaban imágenes. Se pisaron charcos de sangre y la escena del crimen al salir en nada se parecía a lo que había al entrar. "Como un elefante en una cacharrería", lo definió posteriormente un inspector. Este es uno de los más célebres casos sin resolver. Los sospechosos, tras dos juicios, fueron declarados inocentes. Por falta de pruebas.

Igual pasó con el caso de la niña onubense Mari Luz Cortés, aunque la culpa no cabe achacarla por completo a la Policía, que fue censurada por tardar 24 horas en dar verosimilitud a las sospechas de la familia. Cuando lo hizo, familiares y amigos ya habían entrado en el domicilio del asesino, Santiago del Valle, revolviendo y destruyendo pruebas en una desesperada búsqueda de no se sabe qué. Cuando la Policía acude al lugar, la inspección ocular vale para poco y los sospechosos ya han huido. Pudieron ser detenidos, días después, en Cuenca.

¿Sucedió algo parecido a todo esto en el caso de Marta del Castillo o, más recientemente, en la desaparición de los niños de Córdoba Ruth y José, donde ni siquiera se sabe aún si ha existido crimen? En ninguno de los dos casos hay cuerpos. Y los cuerpos son los que hablan, los que delatan a los malos. Manuel Piedrabuena, que dirigió la investigación sobre la muerte de Marta del Castillo y también estuvo en la búsqueda de los niños de Córdoba hasta que fue apartado, ha manifestado en algunas de sus escasas apariciones públicas que el caso de Marta fue "mala suerte. Ninguna investigación es perfecta". Y aunque no fue perfecta, el crimen se resolvió si entendemos por resolver que se está juzgando a un asesino confeso al que los restos de sangre que quedaron en el cenicero que utilizó como arma mortal contra la chica aparecieron en su cazadora. Eso pudo dictaminarlo la Policía Científica en lo que, sin duda, fue un notable acierto. El problema es que tenemos al criminal, pero no tenemos el cuerpo. ¿Se hizo todo lo que se pudo en las 48 horas que transcurrieron después de que la familia denunciara la desaparición? Hay opiniones. Los autores del libro Red de mentiras, Ángel Moya y Malena Guerra, que analizaron en profundidad todo lo que sucedió en relación con Marta entre el 24 y el 26 de enero de 2009, se preguntan qué hubiera pasado si la Policía no hubiera tardado 20 horas en activar el protocolo de búsqueda de menores, pero también es cierto que un agente, conocido de la familia, estuvo en el escenario del crimen, ya por entonces limpiado por el o los asesinos, en ese período de tiempo. No encontró nada extraño más allá de que la habitación del asesino confeso, Miguel Carcaño, estaba algo más desordenada que las demás estancias. Eso no se puede considerar una inspección ocular en regla. Esta se produjo mucho después. Además, para los autores de Red de mentiras, la Policía pecó de triunfalismo al dar por buena la primera declaración de que el cuerpo de Marta había sido lanzado al Guadalquivir. Eso llevó a una intensísima actividad en ese río de turbio chocolate que es el último tramo del Guadalquivir. El hallazgo de una mano en la desembocadura desencadenó la alarma. Tres días pasó la mano en un congelador a la espera del análisis. Nadie se percató, hasta que lo hizo el forense al tacto, de que se trataba de una mano de látex.

Los policías consultados lamentan que quede en el olvido el altísimo porcentaje de crímenes resueltos. Recuerdan la resolución de otro crimen que generó alarma social, el de Klara García, asesinada por dos compañeras de instituto en San Fernando, que se resolvió en 48 horas gracias a un protocolo impecable en la escena del crimen. Una pequeña herida en el brazo de Iria, la chica que sujetaba a Klara mientras la otra, Raquel, la apuñalaba, descubierta a las pocas horas de cometerse el crimen, se convirtió en una prueba de cargo que condujo a la confesión. O el más reciente de la niña Esther Jiménez en Arriate (Málaga), igualmente resuelto. Para ellos, los casos se complican a veces por la presión del circo mediático que acompaña a la investigación. "Algunas televisiones no se diferencian mucho de las turbas que en el Oeste pedían linchamientos. Y eso es tan malo para una investigación como desperdiciar las primeras 48 horas".

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