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Andalucía

La verdad incómoda

  • Un curso forma en Sevilla a personas como activistas para la defensa de los derechos humanos.

No habría que escribir sobre derechos humanos ni informar sobre ellos, ni mucho menos celebrar simposios, conferencias ni cursos. Ni siquiera habría que hablar de ellos. Porque lo menor que podría ocurrirle a los derechos humanos es que, siendo respetados al cien por cien en todas las latitudes, nadie reparase en ellos, como el aire que se respira, simplemente formarían parte de la existencia de cualquiera desde su nacimiento, ya sea en este hemisferio o en otro. El éxito más grande de los activistas que al día de hoy luchan -y se la juegan- por la defensa de los derechos humanos sería que dejaran de serlo, que su trabajo ya no tiene razón de ser y tuvieran que dedicarse a otra cosa, a salvar ballenas o focas, por ejemplo.

Pero desgraciadamente no es así. Los activistas siguen siendo necesarios. Los derechos humanos son violados de forma constante. El escenario de esta agresión no es necesariamente bélico ni la mano que comete el ataque está enfundada en el guante de una dictadura: un gobierno basado en la fuerza accede al poder pisoteando los derechos más elementales de la población o de gran parte de los ciudadanos, un régimen totalitario lo es precisamente porque lo primero que hace es sepultar las libertades básicas. Pero en 2016, después de 68 años de la aprobación por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, éstos se conculcan en países que se proclaman demócratas, con parlamentos, instituciones y partidos a los que se les presupone, por encima de cualquier otro objetivo, la defensa y el bienestar de sus habitantes. Y en estos países hay un catálogo infame de desapariciones, mutilaciones y muertes de seres humanos. Sus derechos no cuentan, están cercenados.

Así que es necesario escribir y hablar sobre derechos humanos. Y por supuesto son imprescindibles los activistas, "personas que trabajan en el campo de la observación, protección y denuncia de violaciones, a través de su capacitación profesional participativa y su toma de conciencia crítica como defensoras de los procesos de lucha por la dignidad".

Este ha sido el objetivo a lo largo de varias jornadas durante este primer trimestre del Curso para la Observación de los Derechos Humanos desarrollado en Sevilla con el conflicto del Sahara Occidental como modelo de análisis, organizado por por la Asociación de Amistad con el Pueblo Saharaui. En él han participado expertos que desde su propia experiencia como activistas o desde la aplicación de bases teóricas han dado a conocer "las herramientas necesarias para ejercer desde las buenas prácticas la observación y protección de los derechos humanos, incidiendo en las cuestiones de género, diversidad cultural, protección medioambiental y fortalecimiento de grupos de víctimas y de personas defensoras".

Uno de ellos es Carlos Martin Beristain, médico y doctor en Psicología, y propulsor de lo que él llama "visibilizar a las víctimas", que es "mucho más que la imagen de un muerto" en las pantallas de televisión o en las páginas de los periódicos. Reacio a una "sobrerepresentación de la realidad que nada tiene que ver con la verdad", Beristain, que forma parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que aporta asistencia técnica a la investigación de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa (México), ha hecho hincapié en este curso en que la confianza de la víctima hacia el investigador "tiene que ser total, ese es el mejor regalo que nos pueden hacer a los activistas, y al que nosotros debemos responder con nuestro compromiso. 'No se vendan', nos han pedido en más de una ocasión. Aunque la verdad sea incómoda".

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