Crítica 'EVA'

Robótica y melancolía

EVA. Ciencia-ficción, España-Francia, 2011, 94 min. Dirección: Kike Maíllo. Guion: Sergi Belbel, Cristina Clemente, Martí Roca, Aintza Serra. Fotografía: Arnau Valls. Música: Sacha Galperine, Evgueni Galperine. Intérpretes: Daniel Brühl, Marta Etura, Alberto Ammann, Lluís Homar, Claudia Vega, Anne Canovas, Sara Rosa Losilla, Manel Dueso.

Kike Maíllo pertenece a esa nueva generación de directores españoles curtidos en las escuelas de cine (en su caso, la ESCAC de Barcelona) y con un amplio y desprejuiciado bagaje en los ámbitos, hoy ya definitivamente limítrofes y permeables, del cortometraje, la publicidad, el videoclip o la animación.

Con éste su primer largo de ficción, una holgada coproducción hispano-francesa que ha podido verse ya en Venecia y Sitges, el joven realizador catalán aspira a romper varios tabúes de nuestro cine no sólo en el ámbito genérico, con su apuesta a tumba abierta por la ciencia-ficción futurista de asunto robótico, sino por las hechuras decididamente internacionales de un producto que, lejos de recientes y miméticas modas gótico-terroríficas, aspira a conquistar amplios mercados sin complejos y exhibiendo unas posibilidades tecnológicas y un acabado de primer nivel.

Entre estas coordenadas, Eva se aventura hacia un probable y plausible 2041 para plantear una fábula humanista y romántica en la que se cruzan las enseñanzas y parábolas metafóricas de Dick, Lem, Bradbury o Asimov para articular una historia teñida de melancolía invernal protagonizada por un joven científico (interpretado por el siempre demasiado blando y aniñado Daniel Bruhl) y la espabilada y deslumbrante Eva, hija de su hermano y de una antigua enamorada, a la que querrá utilizar como modelo para la creación de un nuevo prototipo de robot emocionalmente avanzado.

El guión a cuatro manos de Belbel, Clemente, Roca y Serra se decanta por la normalidad retro de un futuro de paisaje nevado y montañoso en el que son siempre las cuestiones emocionales las que tiran del carro de una historia en la que el alarde tecnológico (sutil y efectivamente apuntado en la creación del gato-mascota y en los árboles rizomáticos que representan el ADN afectivo de los robots) se pliega siempre a las necesidades argumentales sin asomo alguno de exhibicionismo. Tanto es así que la interpretación de Lluis Homar como androide de servicio doméstico se nos antoja el mejor de los efectos especiales de la cinta.

Es en su veta melancólica donde Eva se revela como una cinta sólida, adulta, consistente e incluso honda por momentos, desafiando con éxito la suspensión de la credibilidad del género para alcanzar esas cotas de empatía necesaria con unas criaturas atrapadas en el bucle de la ciencia, los afectos básicos y el dolor ante la pérdida.

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