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obituario Adiós al autor de 'La mirada de Ulises' y 'La eternidad y un día'

Angelopoulos, el paso suspendido de Europa

  • El cine europeo pierde a uno de sus últimos poetas, autor de una gran película-sinfonía sobre la Historia y el presente griegos.

Había signos que preludiaban la catástrofe: un trasatlántico de lujo, el mismo en el que Godard rodara Film Socialisme, su particular canto fúnebre por una Europa agonizante y reivindicación de su impagable legado cultural, hundido en las costas del Adriático. Ahora, inopinadamente, cuando preparaba su nueva película sobre la crisis de su país, una motocicleta cutre y ruidosa se ha llevado por delante al patriarca del cine griego, a uno de los contados autores que aún le quedaban al cine europeo lejos del uniforme de gala y las academias, un auténtico poeta cinematográfico, atropellado por el destino, que es también, o eso parece, el destino de Grecia y Europa.

Theo Angelopoulos tenía 77 años y no estaba ya en el cogollo del cine de autor. Olvidado por el público y abandonado por la crítica, que no recibió con entusiasmo su último trabajo, El polvo del tiempo, inédito en España, también por los productores y distribuidores que hace no mucho presumían de tenerlo en su catálogo, el director de La eternidad y un día, Palma de Oro en Cannes en 1998, tampoco era ya un referente, si acaso como padre al que matar, para la emergente nueva generación de jóvenes cineastas griegos (Lanthimos, Tsangari) que, festivales, compensaciones y modas mediante, parecen mirar más a las gélidas formas de cierto minimalismo centroeuropeo que a las estilizadas y suntuosas coreografías y el legado histórico y cultural de títulos como Reconstrucción, Días del 36, El viaje de los comediantes, Los cazadores, Alejandro El Grande, Viaje a Citera, El apicultor, El paso suspendido de la cigüeña, Paisaje en la niebla, La mirada de Ulises o Eleni, etapas y jalones, tema y variaciones de la gran película en forma de sinfonía que es su filmografía.

Angelopoulos, cineasta del tiempo, emparentado con la mejor tradición moderna europea, heredero de Antonioni, hermano de Tarkovski, Jancsó y Tarr, cineasta del presente y la memoria (sí, la histórica), anclada en las raíces del mito y el paisaje de un país que, en sus películas, siempre iba a mostrarnos su lado más gris, invernal y brumoso, un espacio norteño, fronterizo, interior y de interior alejado de la imagen oficial de postal turística.

Escultor de grandes bloques de espacio-tiempo, coreógrafo y orquestador de espectaculares tableaux vivants que funcionan como escenario simbólico para la Historia, lúcido y necesario pesimista en una época de optimismo institucional falaz y carroñero, cineasta del silencio (un silencio con música de Eleni Karaindrou y letra de Tonino Guerra) y la contemplación como vías de acceso a la verdad del hombre, Angelopoulos nos deja un poco más huérfanos con su inesperada, absurda y abrupta desaparición.

El cineasta ha muerto, pero quedan sus películas. Por suerte, el sello Intermedio las editó todas en España en estupendas ediciones críticas que todavía se encuentran fácilmente. Enjuaguemos las lágrimas del duelo, la nostalgia y la cinefilia inerte y volvamos a ellas, una a una, detenidamente, como se merecen.

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