Crítica 'Django desencadenado'

'Espagueti-western' reciclado

Django desencadenado. 'Espagueti-western', EEUU, 2013, 141 min. Dirección y guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Robert Richardson. Montaje: Fred Raskin. Intérpretes: Christoph Waltz, Jamie Foxx, Leonardo DiCaprio, Samuel L. Jackson, Kerry Washington, Sacha Baron Cohen, Kurt Russell, Don Johnson, RZA, Gerald McRaney, Anthony LaPaglia, James Russo.

Tarantino es un fenómeno cinematográfico, pero todavía no un gran creador. Tiene hechuras de gran director, pero le falta vivir. Parece que Godard, a quien tanto admira, dijo de él: "La diferencia entre Tarantino y yo es que el cine vive en mí, mientras que él vive en el cine". Y acertó. Lo peor es que nunca ha salido de ese cine en el que vive. Por eso, tal vez, le divierta tanto la crueldad banal. La muerte, tan crudamente representada en sus películas, no pesa. Sería incapaz de filmar, por citar a un escéptico maestro de la violencia, una secuencia como la de la muerte de Slim Pickens en Pat Garrett y Billy the Kid. En las películas de Tarantino la muerte es banal porque no hay vida, sólo cine. Recortes de cine. Por eso, también, sus películas parecen la reconstrucción posapocalíptica de la humanidad hecha por insectos listos que sólo contaran, para saber cómo eran sus antecesores humanos, con películas de subgéneros, fragmentos -únicamente fragmentos- de grandes películas, tebeos y series televisivas. Refinados reciclajes una cultura-basura que lo aproximan a los trabajos con animales muertos de Damien Hirst o a las esculturas hechas con basura de Tim Noble y Sue Webster.En dos décadas de carrera y ocho títulos Tarantino sólo ha ofrecido dos obras redondas, Reservoir Dogs y Pulp Fiction. Le bastan para pasar a la historia del cine. Pero no para contarse entre los grandes creadores. El hecho es que tras la interesante Jackie Brown sólo rodó títulos menores basados en relecturas de subgéneros hasta que en Malditos bastardos, sin dejar de seguir jugando a lo mismo, demostró una mayor creatividad. Django desencadenado -siempre el mismo juego, ahora directamente centrado en el espagueti-western que tanto le ha influido- es otro paso adelante. Está muy por debajo de Reservoir Dogs o Pulp Fiction. Pero muy por encima de Kill Bill o Death Proof. Papiroflexia con trozos de celuloide, pero de mayor calado.

Las gruesas, bastas letras rojas de los títulos de crédito con fondo de una canción-espagueti de Bacalov, y los dos exagerados zoom modelo años 60 rescatados como marca de estilo y huella de época que les siguen, nos trasladan a los universos de Sergio Corbucci -en cuyo Django se inspira-, Leone o Sollima. Sin olvidar a Tonino Valerii que, codirigiendo con el mismísimo Leone, ya jugó a la remitificación de la desmitifación uniendo a Henry Fonda y a Terence Hill en Mi nombre es ninguno. Al instante le revientan la cabeza a un tipo y a un caballo. Sangre y sesos. Empieza la fiesta.

De un lado un cazador de recompensas sin prejuicios raciales. De otro un perverso esclavista dueño de una plantación y el negro traidor que le sirve. En medio un esclavo liberado por el cazarrecompensas deseoso de venganza y de encontrar a su amada Broomhilda (guiño wagneriano, se supone). Hay un auténtico amor al western y una buena asimilación de sus códigos clásicos, espaguetis y posclásicos (porque, además de Leone, Corbucci o Sollima, también hay ecos de Peckinpah, Douglas, Gries, Eastwood o el injustamente olvidado William Wiard). Hay inteligencia en la puesta en imágenes y esa reconocida habilidad para crear interés con naderías que rozan lo grotesco por su paródica exageración. Hay un uso magistral de fuentes musicales muy diversas -las músicas de acarreo tomadas de otras películas como marca cinéfaga de la casa- en las que no faltan fragmentos de Goldsmith y, naturalmente, de Morricone. Hay un grandísimo Christoph Waltz de extraordinaria, divertida, sinuosa y sorprendente dicción en la versión original, que le da a la película sus mejores momentos. Sobre todo cuando coincide con unos igualmente acertados Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson. Jamie Foxx está bien, pero por debajo de ellos: demasiado payaso a veces. Un poco exhibidos como frikis supervivientes de mejores épocas aparecen el Franco Nero que interpretó Django o el Russ Tamblyn de Siete novias para siete hermanos o West Side Story.

Pese a su irregularidad, porque una broma metacinematográfica no da para casi tres megalómanas horas (ni aún regándola con la sangre de la matanza que abre el fallido tramo final), y pese a los churretazos de sangre, inevitables porque la pornografía de la violencia banal es la firma de Tarantino, Django desencadenado es el mejor Tarantino desde Jackie Brown. Puede que marque un punto de giro en su obra.

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