Cofradias

La ciudad de los mil carritos

  • Por un euro, los padres que lo deseen pueden dejar su carro el tiempo que necesiten en cinco aparcamientos.

Hasta que a los chinos les dio por inventar las sillas plegables para ver cofradías, los carritos de bebé eran el principal factor de origen de peleas y bullas durante la Semana Santa. Los carros siempre fueron necesarios en los días de cofradías porque así los recién nacidos ya empezaban a oler, a captar cosas, a empaparse del ambiente. "Aunque no se enteren de nada, ya están oliendo la Semana Santa", se le puede oír a cualquier abuelo entusiasmado por llevar a su nieto a ver pasos.

Sitios para ver cofradías con carritos los hay. Y buenos. El Parque de María Luisa es un buen ejemplo cada Domingo de Ramos. Un lugar amplio, bonito, con su conjunto monumental y con su cofradía llena de niños dando caramelos. Al paso de la Paz, en el Parque se reúnen miles de carros, con niños que van desde los casi recién nacidos a aquellos que ya empiezan a enterarse de qué va eso del Señor y de la Virgen. Y el pom, pom, pom del bombo que acompaña al Señor de la Victoria se le meterá en la cabeza a más de uno y no parará hasta que el padre le compre un tambor o una trompeta de juguete para que lo deje tranquilo.

Pero luego hay padres que se empeñan en meterse con los carros por calles que miden apenas tres metros de ancha. Y ahí es donde se lía. Ahí es donde la rueda delantera del carrito va golpeando una y otra vez el tobillo del ciudadano que va delante, que tampoco es que se pueda mover mucho y que cuando se lleva el quinto o sexto ruedazo decide volverse y soltarle un "ya está bien con el carrito, oiga" al padre que va detrás. Y pasa que, si hay sentido común, la cosa se solucione con un "usted perdone" y santas pascuas. Pero si no lo hay, resulta que al padre se le puede hinchar la vena del cuello y soltarle una palabrota al de delante. Casi nunca se llega a las manos, pero no deja de ser un momento desagradable que puede amargarle un día festivo a cualquiera.

Por eso no estaría mal que un día alguien decida hacerle un reconocimiento público a aquél a quien se le ocurrió la bendita idea de habilitar aparcamientos para carritos en el centro de la ciudad. Desde luego, sirvió para evitar cada año un sinfín de peleas, discusiones y broncas, y además dotar de fluidez al tránsito peatonal por unas calles que no pueden estirarse más de lo que lo hacen (porque, ¿no les parece que las calles son más anchas en Semana Santa que durante el resto del año?). Podría decirse que el tipo hizo más méritos que Obama para el Nobel de la Paz, pero se quedará sin pasar a la historia, así que valga este artículo como reconocimiento.

Su creación es bien sencilla. Módulos con repisas en las que se pueden guardar cientos de carritos y que funcionan como un guardarropa. El usuario llega, suelta el carro y una trabajadora le entrega una ficha, que tendrá que devolver después cuando vaya a por el carro. El precio es de un euro al día y da derecho también a usar los aseos públicos -que están al lado- cuantas veces quiera.

Hay cinco aparcamientos para carritos de bebé en el centro. Están ubicados en Federico Sánchez Bedoya, Archivo de Indias, Plaza Nueva, Plaza del Duque y Encarnación. Todos salvo los del Duque cuentan con aseos públicos al lado, que pueden utilizarse indistintamente y a lo largo de todo el día con el ticket del carro. "Aquí caben muchísimos, hay sitio para todo el que lo quiera dejar. Al día entran y salen unos 60, pero en la Plaza Nueva ha llegado a haber 200", dicen Cristina Gómez y Lole Rivera, las dos trabajadoras que atienden al público en Sánchez Bedoya. "Estamos hasta una hora después de que pase la última por la Avenida". Cientos de carros que, durante horas, están retirados de las calles, de los pasillos de evacuación y de las sillas de la Carrera Oficial.

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