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Cofradias

Viaje al centro de la Tierra

  • Todo está más encorsetado en la Campana, en la que el móvil mata el tiempo.

La Campana es el centro de la Tierra una tarde de Martes Santo. Entrar en ella es bastante más difícil que encontrar el volcán por el que el profesor Lidenbrock accedió al interior del globo terráqueo. Un vigilante de seguridad tras otro le dirá a quien lo intente que por ahí no puede pasar, que ya puede llevar pase de prensa, del Cecop, de las sillas o simplemente querer pasar a tomarse un helado, que tendrá que rodear la plaza y cruzar dos cofradías para poder entrar en ella.

Una vez conseguida la proeza, si el visitante es alguien que pasó sus primeras Semanas Santas en una silla de esta plaza, se activan recuerdos de una Campana con más sillas, sin vallas ni telas que las cubran, con niños corriendo por las filas de nazarenos -dependiendo cuál fuera la cofradía que pasara estaba más o menos permitido- peleándose por unas cuantas gotas de acera con las que engordar su pelota.

Tres décadas después, la Campana está mucho más encorsetada, con un estrecho carril para el paso de cofradías y por el que, obviamente, ya no puede pasar ningún niño. Aun así, las primeras filas están llenas de pequeños a la caza de sus goterones varios, aburridos y enfadados porque la Semana Santa haya sido tan tardía. Los días son muy largos y la mitad de los nazarenos de la jornada pasan con los cirios apagados. Los de los Estudiantes llegan con la cera al cuadril, imposible de cazar ni para el más intrépido.

La Campana se llena antes que antaño. Con el palio del Cerro ya casi que lo estaba. Corre una brisa que alivia un poco el castigo del sol. Aún así se ven alguna sombrilla y muchos abanicos. En el palquillo está el coronel Mora, jefe de la Guardia Civil en Sevilla, invitado por el Consejo. Detrás, la cartelista del año anterior, Nuria Barrera. En la acera contraria, el portero del Sevilla Javi Varas. En los balcones este año se quejan de que los árboles no se podan.

En las Semanas Santas de antaño no había teléfonos móviles. El tiempo se pasaba charlando con el vecino de silla o, si no invitaba a ello, estudiándose el programa de mano. A veces el walkman ayudaba a pasar el tiempo si la cofradía traía muchos nazarenos. O penitentes, como ayer los Estudiantes. Hoy el walkman es una pieza de museo. Entre paso y paso se juega al Apalabrados, se whatsapea o se pasan fases del Candy Crush.

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