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Cofradias

Del chaqué al Príncipe de Gales

  • Zoido pidió una versión editada del Pregón para dársela al Papa, Asenjo reconoció sus "despistes" y Bourrellier llegó a hablar en latín.

El abrazo de los hijos del pregonero bajo los blancos resplandores de los flashes cuando todo lo había dicho. El llanto desconsolado de Lutgardo García, de seis años, que no se soltaba de la pierna de su padre. El nudo en la garganta de los familiares y el alivio de ciertos consejeros por haber cumplido las expectativas. "Poned cara de alegres, que hay motivos", decía el vicepresidente Manolo Nieto mientras los fotógrafos captaban una de las imágenes oficiales del acto. Después llegó la avalancha. Se abrió la puerta de los camerinos y no quedó hueco libre para dejar de felicitar a Lutgardo García. Abrazos, besos y más besos, tantos como para despojar de maquillaje a las féminas y estampar con carmín los rostros masculinos.

Es la mañana del Pregón, ésa que comienza con la bulla para entrar en el Teatro de la Maestranza, la que sigue con aquéllos que se pasean hasta tres veces por el vestíbulo (hall para los más finos) para que el resto de los comunes tengan constancia de su asistencia al acto y que concluye con el sahumerio en el camerino o el caritativo despelleje en la taberna más cercana.

En el discurrir de estas horas el ojo tiene mil motivos para distraerse. El estilo vintage encuentra en esta cita otro pregón, una exaltación a los trajes que cumplen sus bodas de plata con igual uso y más caspa. Aquí no es que todo se reutilice, es que la piel de ciertos cofrades no ha conocido otro paño que la cubra en los últimos 25 años. La indumentaria del Pregón se desparrama también por zapatos femeninos de dificultoso andar y que sufren su particular estación de penitencia cuando se dirigen por el Patio de Banderas hacia el Alcázar para el almuerzo de homenaje al pregonero. Como pasos mal igualaos van buscando la cerveza que calme el gaznate y el canapé que sacie el hambre después de dos horas sin probar bocado.

Llegan las autoridades: el arzobispo, monseñor Juan José Asenjo; el alcalde, Juan Ignacio Zoido; el delegado de Fiestas Mayores, Gregorio Serrano y, por último, el pregonero, quien cambió el chaqué por un elegante traje Príncipe de Gales.

El sol brilló. En el cielo y sobre el líquido elemento que ingerían a esa hora los allí reunidos. Pringás y minihamburguesas con mostaza que dejaban una sutil huella en la comisura de los labios de los presentes. Era el momento de seguir fijando la mirada en cada uno de los detalles de las vestimentas. Distracción para una vista ociosa. El presidente del Consejo, Carlos Bourrellier, y el secretario, Carlos López Bravo, coincidieron en el diseño a cuadros de sus corbatas. La del segundo fue comprada en Roma, mientras que de la del primero se ignora su procedencia, aunque alguna que otra lengua afilada aseguró que su configuración simulaba el sudoku de horarios e itinerarios de cierta jornada de la Semana Santa que ha ocupado los últimos días muchos titulares.

Los comensales se sentaron a comer a las cuatro. De primer plato, ensalada con langostinos; de segundo, carne con tortilla de patatas (o algo parecido); y de tercero: "chocolate en tres texturas", o como diría un entendido en la materia, tarta de tres chocolates desestructurada.

Cuando la modorra hizo acto de presencia y se anhelaba un cómodo asiento, llegaron los discursos. Hasta seis intervenciones, seis, en ese momento en el que las bocas se abrían más de la cuenta. El alcalde pidió una versión editada para la audiencia que mantendrá con el Papa el próximo miércoles. El arzobispo -tras reconocer ser "despistado" y pedir la comprensión de los sevillanos- solicitó la colaboración del pregonero para la Archidiócesis y el presidente del Consejo llegó a hablar en latín, instante en el que más de uno logró zafarse de los brazos de Morfeo. "Vellos de punta", se escuchó decir a un asistente de colmillo retorcido. Se acabó el almuerzo y tocó cumplir con la liturgia del día. A disfrutar de lo que el pregonero bautizó como "alma de vísperas".

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