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Cofradias

Años 80, la Semana Santa de la movida

  • Exornos florales estridentes, mecidas nada discretas y marchas de estribillos repetitivos fueron la tónica de una década en la que las cofradías no permanecieron ajenas a la estética ochentera

Hombreras dobles en las chaquetas y ampulosas esquinas de flores en los pasos. La cuestión era no pasar desapercibido en los 80. Guerra contra la discreción. La medida se había quedado orillada con la Transición. Tocaba transgredir la norma del pasado. La Semana Santa -como fiesta viva de la ciudad- no podía permanecer al margen de una época en la que el país intentaba poner punto y final a su reciente historia para escribir otra bien distinta.

A Sevilla llegaban sutiles ecos de la movida madrileña mientras en el aire de la capital andaluza se destilaban los mejores sones del rock andaluz. Aunque para movida, la que protagonizaban los palios en unos años que, trasladados a la actualidad, irritarían la sensibilidad del neomisticismo imperante. Si en la Villa y Corte de Madrid la noche se confundía con letras estridentes, en las noches sevillanas de azahar y luna llena (valga el tópico) los cofrades confundían la elegancia con un movimiento de costero a costero y el sonido de los xilófonos en las agrupaciones musicales. Eran los años en los que la velas rizás se habían adueñado de las candelerías. Palios que hoy se consideran "serios" y "clásicos" usaron en aquella década la flor de cera como exorno habitual.

El gladiolo se hizo con la mayoría absoluta de los pasos, como el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra lo consiguieron en la política. No había prioste que se resistiera a elegir esta especie vegetal nada discreta. Sólo algunas cofradías -las menos- combatieron con el clavel la embestida que abrió la puerta al exotismo floral. El único límite para no colocarlas lo marcaban las arcas de las hermandades, que comenzaron a vivir una época boyante con el crecimiento de nazarenos. Fue el origen de la Semana Santa de la masa, que alcanzaría su cenit a mediados de los 90. Atrás quedaron los años en los que el ambiente rupturista de la Transición encorsetó la fiesta como símbolo del pasado franquista, celebración trasnochada para una democracia que en los 70 estaba por llegar.

Se colgaron, pues, los ropajes del nacional-catolicismo y se intentó revestir la Semana Santa con los cánones que manaban del Concilio Vaticano II, un empeño que -por suerte- sólo duró unos años. Fruto de este espíritu posconciliar fue la apuesta por altares de culto minimalistas y por una estética que, pronto se demostró, no casaba bien con la liturgia barroca de las cofradías.

También en los 80 se retomó con más fuerza que nunca la rentabilidad turística de una semana que alegraba las cajas registradoras de tiendas, hoteles y bares. Unos días santos que empezaban a gozar de un mayor protagonismo en los medios de comunicación. Internet y las redes sociales aún quedaban lejos, pero a finales de esta década ya se vislumbró la importancia del seguimiento inmediato de las cofradías dentro de la llamada "sociedad de la información". El nacimiento de Canal Sur Radio en 1989, y en concreto del programa El Llamador, supuso una revolución a la hora de retransmitir las salidas, entradas y el discurrir de los cortejos por la carrera oficial. A las voces tradicionales que narraban los días de la Semana Mayor se sumaban ahora las que ya se han convertido en "clásicas" a partir del Domingo de Ramos. Esta emisora fue testigo, además, de la primera estación de penitencia del Cerro, cuya estética supuso una excepción en la exuberante línea del resto de cofradías de barrio. Se ha demostrado con los años que su apuesta por lo clásico ha servido de espejo para corporaciones nacidas en las últimas décadas y hasta para muchas de antigüedad centenaria.

En una época marcada por la estridencia, la vestimenta de las sagradas imágenes también acaparó una vital importancia. Victorio y Lucchino triunfaban en 1985 con el primer desfile de sus diseños en Nueva York, mientras que en tierra hispalense Paco Morillo, Pepe Asián, Antonio Fernández y los hermanos Garduño hacían lo propio a la hora de ataviar a las titulares marianas. Fueron años de vueltas infinitas de encajes. El "pico macareno" se popularizó hasta el extremo que resultaba difícil no encontrarlo en otras Dolorosas no sólo de la capital, sino de la provincia y buena parte de España.

Los policías vestían de marrón, Almodóvar narraba la vida de monjas adictas a la heroína en Entre Tinieblas, Silvio Fernández Melgarejo triunfaba con Rezaré y Swing María -el reverso rockero de las coplas concepcionistas de Miguel Cid (siglo XVII)- y la banda del Cristo de las Tres Caídas de Triana empezó a despuntar como agrupación musical para ir mutando hacia el estilo propio de cornetas y tambores que comenzaba a imponerse. El estribillo de Campanilleros se repetía hasta la saciedad y Encarnación de la Calzada se colocó en el top ten de las marchas de palio.

Lejos de quedar en el baúl de los recuerdos, la Semana Santa logró en los 80 el empuje definitivo para convertirse en una celebración de masas. Lo hizo, además, acorde a la época: con una estética sin medida pero con la naturalidad que se echa en falta en estos tiempos de estilos impostados. Sirva el tema de Nacha Pop para demostrar que esta fiesta es inconmensurable: "Me asomo a la ventana, eres la chica de ayer/ demasiado tarde para comprender/ mi cabeza da vueltas persiguiéndote..."

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