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La música

El género que retoma su camino: la marcha procesional

  • Durante los últimos años el perfil del músico de banda ha sufrido una metamorfosis.

EN el siglo XVIII las fanfarrias militares sufrieron importantes cambios en su fisonomía. Muy en parte fue debido a la introducción de nuevos instrumentos en las orquestas y capillas musicales religiosas y aristocráticas de la época. Fue en el siglo XIX cuando nació el concepto de banda militar, cuya principal función fue siempre el acompañamiento musical de los desfiles, ayudando así a las tropas a marchar en orden y formación de forma solemne.

Según los estudios antropológicos los cortejos fúnebres en la historia de la humanidad siempre han ido acompañados de música. Las fanfarrias militares del siglo XVIII, las bandas militares del XIX, y aún las actuales, también contemplaban y contemplan entre sus oficios el acompañamiento musical de cortejos fúnebres. Surge así el género de la marcha fúnebre, que, dado su ocasional uso, quedó siempre relegado a un segundo plano. No obstante, algunos compositores de los siglos XVIII y XIX engrandecieron este pequeño género dejándonos escritas geniales páginas destinadas a ser interpretadas en dichos cortejos. Sin embargo, las mejores marchas fúnebres quedaron atrapadas en géneros mayores y más divulgados como la música de cámara, la ópera o la sinfonía.

La evolución y el desarrollo de las bandas militares propiciaron que en el siglo XIX éstas sustituyeran a las capillas musicales en el acompañamiento musical de los cortejos procesionales de las cofradías. Fue entonces cuando en nuestra geografía los maestros directores iniciaron el ensalzamiento del género. Recurrieron en un principio al repertorio propio compuesto para cortejos fúnebres, pero pronto comenzaron a transcribir para banda de música las grandes marchas fúnebres que los grandes compositores dejaron integradas en obras pertenecientes a otros géneros. Fue un momento de gran esplendor que motivó a músicos profesionales y compositores, muchos de ellos militares, a escribir marchas fúnebres destinadas a ser interpretadas en las procesiones de las cofradías. Fue la época de los primeros pinitos compositivos de Turina, la época de los Font, Beigbeder, Cebrián o Farfán.

La integración de la corneta en las bandas militares favoreció que a comienzos del siglo XX éstas comenzaran a formar parte de la instrumentación de las nuevas composiciones. Este hecho dio lugar a un nuevo estilo de marcha fúnebre con un fuerte carácter militar que con frecuencia rozaba incluso lo alegre y festivo. Este nuevo estilo, consolidado por Manuel López Farfán, se ha mantenido vivo hasta nuestros días. Ha convivido, e incluso competido, con el estilo fúnebre originario, el cual, a pesar de la irrupción del nuevo estilo, siempre ha conseguido sobrevivir.

Con la llegada de este nuevo estilo, el concepto de marcha fúnebre como género pierde sentido, y el empleo de marcha procesional parece ser más apropiado. Es curioso observar cómo el nuevo estilo se impuso definitivamente en las últimas décadas del siglo XX gracias, muy especialmente, a que el desarrollo de los primeros formatos de reproducción de sonido (vinilo y casete) coincidió con el auge de las bandas militares y de sus maestros directores, dedicados también a la composición de marchas procesionales. Probablemente, si el boom del vinilo y el casete hubiese coincidido con la época de Turina y los Font, la evolución del género hubiese tomado otros derroteros. Con todo, este nuevo estilo de marcha procesional dejó grandes obras en la historia del género, si bien es cierto que anquilosó la forma y la estructura de la marcha procesional hasta nuestros días.

Por su parte, el auge de los vinilos y casetes, y posteriormente CD, motivaron a su vez que aparecieran numerosos compositores, a veces profesionales, a veces no, a veces inspirados, a veces no, en las nuevas producciones discográficas. Quizá el ego o el ansia por la fama y el reconocimiento de muchos cofradieros, músicos o no, o quizá la búsqueda del éxito de las productoras discográficas, llevó a que los maestros directores y las propias productoras confiasen en estos cofradieros, introduciendo sus piezas en sus discos. Carentes muchos de ellos de conocimientos técnicos de la composición, el nuevo perfil del compositor aficionado dañó por completo el género.

Esta búsqueda incansable de fama, éxito y reconocimientos, en definitiva el común ego cofradiero que todavía hoy día sigue latente, quizá más que nunca, motivó además una búsqueda incansable de "originalidad" por parte de los nuevos músicos cofradieros. Esto conllevó tanto el resurgimiento de nuevos estilos de marcha procesional como el empleo incansable de elementos y efectos generadores del aplauso fácil y seguro.

Sin embargo, en los últimos años el perfil del músico de banda ha sufrido una poderosa metamorfosis, probablemente debida a que la formación musical a través de los conservatorios es cada vez más fácil y accesible, lo que ha hecho que el número de estudiantes de música se haya multiplicado enormemente. Por otra parte, las bandas militares han desaparecido casi por completo del panorama cofradiero, así como lo está haciendo poco a poco el perfil del músico semiprofesional que consideraba la actividad de la Semana Santa como un auténtico trabajo. Atrás quedaron estos músicos para dar paso a los talentosos jóvenes instrumentistas que, legítimamente, son cada vez más aficionados a las cofradías y están dispuestos a tocar en las carreras oficiales a cualquier precio. Pero el peligroso ego cofradiero ha motivado que muchos de estos instrumentistas, a veces talentosos a veces no, en su mayoría sin conocimientos técnicos de la composición, se atrevan a coger papel y lápiz infectando una vez más el patrimonio musical de las cofradías.

Si bien es cierto que los espectadores se han acostumbrado al anquilosado estilo militar, a la decadencia comercial de las últimas décadas y a las nuevas producciones cargadas de imperfecciones, hay una nueva generación de músicos que, con sumo respeto a la profesión de la composición, está engrandeciendo y poniendo en valor el género de la marcha fúnebre y procesional. Están estudiando a fondo la técnica de la composición así como los estilos en los que el género tuvo su mayor apogeo y no cabe duda de que, gracias a este respeto, las musas están inspirándolos. Parece que por fin el género retoma su camino, un camino que de alguna forma se paralizó, y se atisba, sin relegar el pasado y tomando lo mejor de cada periodo, una nueva etapa de esplendor.

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