DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Cruz Alzada

El tiempo imperecedero

  • No se hizo este Miércoles para ser contado y en vano sería pretender atarte a unos horarios.

NO te voy a contar, baratillero, los minutos y los segundos que otros han barajado como en un juego, durante los días previos tratando de encorsetarte. Deja que esta tarde me evada de nuevo de esas cuentas que para ti y para mí nos resultan ajenas, que no preste atención a cuestiones terrenales, que me sumerja en ese mundo irreal al que me invistas y que me permite escapar de las imposiciones y las ataduras que quieren marcarme los horarios y fingidas preocupaciones.

Deja que me resista a tener que perder el tiempo en divagar dónde se encuentra el punto que separa la mesura del exceso, la cadencia de la prisa, haz que no pierda el destello de tu brillo tratando de encontrar la medida que te asignan quienes reparan más en tu paso que en tu Imagen, aquellos que prefieren verte en vez de sentirte. Haz que vuelva a arrebatarme la armoniosa cadencia de esa zancada que por más que la ralentices siempre se me antojará que me atraviesa con demasiada presteza.

No se hizo éste Miércoles para ser contado, y en vano sería pretender atarte a unos horarios, encontrar el momento preciso, ese instante certero, en el que una vez más la noche vendrá a apoderarse del día para tomar prestado el cielo el color de las túnicas de tus nazarenos. En vano resultaría presagiar cuántos acordes y levantás harán falta para despertar tantas conciencias dormidas, contar cuántos años permanecerán en las retinas prendidas esas sombras que dejarás gravadas en cada esquina o predecir el momento exacto en que esta primera luna de abril florecida querrá venir a escaparse del crepúsculo buscando entre las murallas del Alcázar besar tu frente suspendida.

Dime qué clases de medidas temporales puedo aplicarte cuando de sobra sabes que desde hace tiempo la única cuenta que puedo llevo contigo son los fugaces instante que van entre la Piedad que te imploro y la Caridad que me brinda tu mirada, entre esa caridad con mis hermanos inaplicada y mi impiedad humana que hace que una y otra vez tenga que regresar arrepentido a pedir tu Misericordia y tu clemencia.

Cómo medir con lo temporal lo eterno, cómo ajustarte entre el cansino e impertérrito ritmo que quieren imponer unas manecillas que se resisten a entender que toda marca de tiempo queda adormecida bajo los pliegues del regazo en el que vas sostenido. Y es que tú y yo sabemos que ese tiempo, el material, por más que quiera atenazarte o merodear, no llegará siquiera a rozarte, pues no hay tempestad que tu barca no quiebre, ni prisa o angustia que tú presencia no mengue. Y así quedarán la noche y el tiempo posados bajo tu monte de claveles, sujetos por la figura de esa mano desprendida que a tantos enfermos sanaron y que, cual línea imaginaria, va en tu paso separando lo terrenal del cielo, lo marchito de lo eterno; Abajo quedarán esas miradas que en la atardecida te buscan, los sufrimientos, los sonidos, los olores de esta estación pasajeros y esa naturaleza que por incrédula se encuentra abocada por siempre a ser caduca; arriba tu cuerpo desvanecido, tu cuerpo dolorido ya sin latido, bajo la mirada de una Madre que desconsolada espera la llegada de ese día tercero en el que vendrás a sanar tantos corazones como el suyo afligidos.

Es esa Imagen de tu cuerpo inerte y marchito, paradoja tan sólo con la Resurrección explicada, lo que hace mover el mundo, la que dota de sentido nuestra vida y nuestra muerte; Es tu Imagen la única capaz de remover conciencias, de marcar los tiempos, de adulterarlos para rimarlos hoy con el futuro venidero que bajo el sol de la primera hora se encuentra en la mirada ilusionada de tus estrenados monaguillos, la que nos transporta como en un sueño traicionero a esos tiempos pasados donde recibiremos el agridulce abrazo de quienes un día contigo se fueron.

Arrebátame de la realidad en esta noche, deja que el tiempo fluya sin que me toque, que no distraiga mi alma con banalidades terrenales y tu luz calme el estruendo de tantas absurdas preocupaciones.

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