Los días marginados

Crucificado desde el principio

  • Cristo también se nos aparece muerto entre la alegría del Domingo de Ramos En San Julián con la Buena Muerte y en El Salvador con el Amor se muestra el drama de la Cruz

ES la permeabilidad entre la Muerte y la Vida. Hasta se podría pensar que es un error, una necrológica anticipada, que resulta chocante y distorsiona la plenitud jubilosa del Domingo de Ramos. Si se considera como el día del gozo, nada extraña más que la frialdad telúrica del cadáver del Hijo de Dios, del horror que le ha llevado a la consumada crueldad de la Pasión. Y, sin embargo, en esos contrastes está resumido el flujo bipolar de la Semana Santa de Sevilla, donde los extremos se tocan y se justifican. Todas las historias de sus itinerarios por esas calles abarrotadas se resumen en una sola: es la Pasión según el último evangelista. Entre los cuatro que la escribieron, sólo Juan fue testigo directo, y aún nos queda la visión del quinto que la sueña, que es cada uno de nosotros, cuando vemos la Pasión según Sevilla.

En París, en Berlín y en Roma son las tres de la tarde de otro Domingo de Ramos. Pero, en Sevilla, niños nazarenos están bajando la rampa del Salvador con sus vestiduras blancas. Poco antes de salir el paso de la Borriquita por la puerta de la iglesia colegial, durante un momento, en la penumbra, se quedará enfrentado a un Cristo muerto, a un crucificado con los brazos abiertos, con el rostro que reposa serenamente en su sueño, con la levedad de lo ausente. Ese Jesús que irá en la borriquita al encuentro de la Jerusalén sevillana, para vivir una Pasión de palmas y olivos, es el mismo que idealizó Juan de Mesa, muerto de Amor, oculto aún a nuestros ojos, a la espera de salir más tarde en el clamor dorado de su paso.

Son las tres de la tarde también cuando ya está abierta una puerta ojival en San Julián. Los nazarenos de La Hiniesta se nos van perdiendo cerca de la muralla, entre las luces profundas de la tarde. Estampas que esperamos durante el resto del año. En este Domingo de Ramos, aún casi recién nacido en términos cofrades, nos vamos a encontrar con el primer Crucificado que sale a las calles en la Semana Santa de siempre, la de carrera oficial y nómina.

La ojiva de San Julián es el arco triunfal por el que salen el Cristo de la Buena Muerte y la Magdalena arrodillada. Las imágenes talladas por Castillo Lastrucci para reinventar a las antiguas que el odio cainita redujo a cenizas. Cristo tantas veces muerto, tantas veces ultrajado, tantas veces renegado… Y, sin embargo, ahí lo tenemos, entre cuatro hachones.

En San Julián se estrena la crueldad de la muerte en el Domingo de Ramos. Es la revirá de las vidas, que desembocarán en lo que no vemos. El primer día sagrado de la Semana Santa seguirá su curso, hasta que con las primeras sombras de la noche, se eleve la majestuosa cruz del Cristo del Amor. El blanco ha sido sustituido por el negro. Aprieta más el esparto. Chorrea más la cera. El día del gozo parece que ya ha dejado de existir, como si se hubiera apagado con su propia muerte. Y así la cruz, cuando va descendiendo por la rampa, es la enseña que proclama la salvación para quienes la sigan. Así podemos recordar otra vez la voz del poeta Rodríguez Buzón, como si fuera una salmodia, que el tiempo nos devuelve: "Capataz, lleva despacio a Jesús, que va muerto por amor sobre el árbol de la cruz". Muerto va por calle Cuna. Tan sólo por su amor se justifica todo.

Cristo ya está muerto en Sevilla. Así el hombre al que vio el publicano Zaqueo, cuando se subió en la palmera, se nos ha revelado como el Hijo de Dios en la inmensidad de su amor. "A la tarde, te examinarán en el amor", escribió San Juan de la Cruz. Es el destino: todas las tardes caen, antes o después, y desembocan en las noches oscuras del alma, y nos dejan un halo nostálgico de tinieblas.

Cuando cae la tarde del Domingo de Ramos, el Pelícano del cielo nos alimenta a todos. En las calles, cada vez más llenas de gente desconocida (entre el confuso rumor que sigue a los silencios hondos), nos quedamos un poco más solos.

Joaquín

León

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