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Lunes Santo

Manifiesto futurista en la Encarnación

  • La Amargura a toda prisa es más bella que la Victoria de Samotracia Así arrancó un lunes que se quedó sin cinco cofradías.

EL invierno sin frío, la primavera con el Lunes Santo roto. Alejandro Ollero levanta el paso de la Amargura en la calle Laraña. Es Lunes Santo. No lo arría hasta la esquina de Alcázares. Tremenda la chicotá, evidente locura. La Amargura huye de una leve llovizna que convierte a los nazarenos en pedigüeños. Estos albos nazarenos abren la mano para comprobar si caen gotas, como esperando limosna del cielo. La Amargura corre como nunca. El movimiento, la velocidad, es de una belleza notable. La Amargura a paso de mudá es más bella que la Victoria de Samotracia, dirían los futuristas italianos. La Virgen arriada bajo las setas. Dos segundos de respiro tras la dureza de una chicotá interminable, un relevo exprés y vuelta a llamar a los costaleros. "¡Vámonos, vámanos, salid por delante, salid por delante..! Y los demás entrad, ya! ¡Entrad! ¡Venga hombre, entrad, vámonos con las papas aliñás!". El aguaó arenga a los costaleros en el hermoso diálogo tamizado por la orfebrería de plata. La Amargura es una centella por Alcázares. Soleá dame la mano, la cera baja, San Juan que parece apremiar también al capataz. Se va la Amargura dejando la belleza de la mejor Semana Santa, el inicio más hermoso del Lunes Santo. Los italianos del futurismo lo tendrían claro. ¿Cuál es la representación de la belleza en movimiento en la Semana Santa de Sevilla? La Amargura en la calle bajo amenaza de lluvia. "¡Hay que seguir, hay que seguir!", dice Ollero con chorreones de cera sobre el terno negro. Se va la Virgen como una vecina de la calle Feria aterida de frío y protegida con una toca, buscando portales de refugio improvisado. Se lleva con ella la fugacidad, la belleza, el aire frío. Las mismas caras de siempre nunca la dejan sola. Ni tiempo para dedicar una levantá, ni tiempo para los relevos pausados, ni tiempo para los honores anuales en la Anunciación. Si pocas imágenes soportan un primer plano, pocas cofradías soportan la velocidad. La Amargura es ese coche que Marinetti soñaba a gran velocidad por las calles de Roma como una estampa más bella que la Victoria alada. Pues sí. Hasta con las setas de fondo, que lección de majestuosidad, la Amargura es la más bella. Hasta con prisas.

Con razón corría la cofradía de San Juan de la Palma. Con razón la Estrella entró a una hora que ni los más viejos recuerdan. Algunos se quedaron sin ese placer de echarse a dormir oyendo por la radio las últimas saetas de San Julián. Con razón, porque el lunes que comenzó desafiante, amaneció metido en grises y le pegó un guadañazo a la primera mitad del día, dejando marchita la gloria de los barrios, dejando inédito el manto de la Virgen del Rocío, salamandra bordada incluida. Precioso el tul que lucía la Dolorosa de la calle Santiago. Nueve tramos de cera lleva el cortejo de la Virgen de una cofradía que hace veinte años se componía de cuatro familias. En el Polígono ni pusieron la cruz en la calle. La del Tiro llegó a salir y se volvió ante el aviso de lluvia. El Señor estaba en Felipe II, a la altura de la calle Jesús de la Victoria, y la Virgen a la mitad de Almirante Topete, cuando se dio la orden de retorno. Llover, casi no llovió. Un poquito quizás a los nazarenos de la cruz de guía, los últimos que entraron en el orden inverso que ningún cofrade desea. Pese al cáliz amargo, la cofradía del Tiro -lo escribimos hace años- tiene que poner el cortejo en la calle como sea. Aunque sea un rato. Esta cofradía es un símbolo de la Semana Santa, el barrio es un símbolo de la ciudad. Y la fuerza del símbolo se ha renovado en el hermoso rito de poner a todos los nazarenos en la calle aunque haya tenido una duración efímera.

En el Tardón y en Santiago apuraron todo lo que pudieron. Inútil. Los porcentajes de riesgo se lo cargaron todo. A veces la ignorancia da la felicidad. Pero nadie, en su sano juicio, se atreve a sacar cofradías a la calle si el meteorólogo da malos augurios. Y hay meteorólógos que son como los médicos, se ponen en lo peor y así nunca se equivocan. Medicina defensiva, pronósticos defensivos. Demasiados niños en los cortejos como para asumir riesgos. Demasiada responsabilidad. Demasiada información, demasiada obsesión por el radar. La tarde, más bien la noche, remontó con el anuncio de salida de la Vera-Cruz, las Penas, las Aguas y el Museo. El lunes tuvo las dos caras de la tragedia griega con horas de vacío que dieron lugar a la desolación y a los debates. Esta Semana Santa de porcentajes, controlada por los tíos del radar, es también la Semana Santa de las vallas y la Semana Santa de las calles técnicamente aforadas (¡venga de frente con la terminología invasora!). Las vallas son hijas de la mala educación, de una Semana Santa de niñatos maleducados, de gente que no sabe ver cofradías ni tiene intención de aprender, de un público estático o que pretende cruzar por donde no se puede, que no sabe dar paso ni pedirlo. Hace años que se acabó el cuento de la Sevilla que sabe estar en la calle. La leyenda murió en 2000. No se echen las manos a la cabeza porque el Ayuntamiento siembre de vallas los llamados puntos negros. No se puede confiar ya en el comportamiento espontáneo -antaño marcado por el sentido común- del sevillano de las estampas en sepia. Por desgracia, de la bulla ordenada se ha pasado al cafrerío provocador, al público que vivaquea sin rumbo fijo, al personal sedente que se echa en una acera cuando aún queda una hora para la llegada de la cofradía.

El Ayuntamiento ha tomado medidas drásticas, con el barniz de la impopularidad, al dejar acotadas calles tan singulares como la Cuesta del Rosario. El gobierno de izquierdas ha puesto el orden que nunca puso el de derechas. Todo está encaminado a la Madrugada, a la toma de medidas ejemplarizantes para ir creando una percepción de seguridad y existencia de autoridad que ahuyente a los cafres.

Ayer nos quedamos sin evaluar el resultado de esos aforamientos en el primer día laborable de la Semana Santa. Sin el Polígono de San Pablo y sin la Redención, no hubo oportunidad para un segundo control, ni para ver si el Cecop reducía un poco las distancias entre el público y los cortejos, pues en algunos casos era tan extensa como la que media entre los futbolistas y el público en un estadio olímpico. Cualquier apuesta por la seguridad conlleva la pérdida de libertad, movimiento y libre albedrío. Y en Semana Santa ya hemos salido demasiadas veces corriendo vestidos de nazarenos. Los disgustos y las lágrimas, que sean sólo cuando las cofradías se quedan en casa. Correr, lo que se dice correr, sólo le sabe bien a la Amargura de vuelta en noches de viento de lluvia. Hay que seguir, hay que seguir.

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