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De libros

La estrategia de la tensión

  • Más de quinientas cartas que Thomas Bernhard intercambió con Siegfried Unseld dan fe de que fue la sensibilidad y la dedicación de su editor las que hicieron posible la obra de uno de los grandes prosistas del siglo XX.

Correspondencia. Thomas Bernhard/Siegfried Unseld. Selección y traducción de Miguel Sáenz. Cómplices editorial, Barcelona 2012, 393 páginas.

"Un autor es alguien absolutamente lamentable y ridículo y, bien visto, un editor también. Pero en definitiva un editor está más aliado con el demonio, es más anónimo, y por eso no de una ridiculez tan delicada como un autor, que es absolutamente delicado. Nada es realmente siniestro... y tampoco lo son un autor o un editor". Las frases son de Thomas Bernhard, y pertenecen a una de las más de quinientas cartas que intercambió con su editor de Suhrkamp, el no menos legendario Siegfried Unseld, entre 1961 y 1988; una correspondencia, seleccionada y traducida al castellano por el infalible Miguel Sáenz, que ahora ve la luz entre nosotros gracias a la editorial Cómplices. Y ya con este pequeño extracto, que ni es el más escandaloso ni el más literario, se puede intuir que esta colección de misivas trasciende con creces la noción de "papeles secundarios" en la obra del escritor austriaco, para quien Unseld, al que colocó al mismo nivel de importancia que Hede Stavianicek, "el Ser de su vida", fue mucho más que un obligado interlocutor profesional o un colaborador cercano (como sí lo fueron, por ejemplo, el director Claus Peymann o el actor Bernhard Minetti). Se convirtió en una de las pocas presencias que puntuaron con asiduidad su soledad y con las que compartió intimidad, siendo por ello obsequiado con sentidos elogios que se transformaban en crueles insultos casi sin solución de continuidad, lo que siempre fue la prueba irrefutable de haber tocado la fibra recóndita de Bernhard, para el que amor y odio resultaban inextricables cuando de lo importante (él mismo, la literatura o Austria) se trataba.

Y si es la pluma de Bernhard, cuyo juego de lenguaje boscoso, hiperbólico y musical no deja de aparecer en las comunicaciones, la que hace este volumen indispensable para cualquier seguidor del autor de Trastorno o Corrección, es Unseld, editor, escritor y hombre de cultura, quien termina por hacerse con el protagonismo del libro. No sólo porque sus detallados informes -escritos o dictados como documentos internos para la editorial y que aquí aparecen como exhaustivas notas al pie contextuales a las cartas- sean necesarios para saber lo que pasó, iluminando así los intersticios de la correspondencia ("las cartas escritas nunca son más que horribles coqueterías", dijo Bernhard), sino porque termina resultando evidente que fue su sensibilidad, dedicación y cintura las que hicieron posible la obra de uno de los grandes prosistas y dramaturgos del siglo XX. Unseld, que se encontró a Bernhard como autor tras la absorción de Insel Verlag por Suhrkamp en 1963, debió vislumbrar desde el principio el potencial del escritor, pues desde ese origen, y aunque el austriaco siempre pensara lo contrario, no dejó de dispensarle un trato exquisito y ventajoso, lo que sorprende si se tiene en cuenta que en la nómina de la editorial llegaron a coincidir algunas de las principales firmas del resurgir narrativo alemán y centroeuropeo de posguerra, entre ellas Grass, Böll, Frisch, Handke o Walser. Las "elecciones afectivas" jugarían su papel; a su vez la admiración por el penetrante estilo bernhardiano y, asimismo es de suponer, las plausibles ventajas de tener a tamaño polemista agitando con periodicidad el mundo literario del extinto Anschluss. Pero que las miras de Unseld trascienden los meros intereses de Suhrkamp lo demuestran cartas como la del 15 de julio de 1971, en la que aconseja a Bernhard, ya que en Suhrkamp la última palabra era del autor, cambios en el manuscrito de La calera que lo señalan como un exquisito primer lector, uno que, además de con su empresa, aparenta sentir una deuda con la posteridad. Quizás por eso no suene irónica la apertura de una de sus carta varios años antes: "Me imagino lo que los futuros adeptos del estudio de la historia de la literatura y la edición dirán al leer nuestra correspondencia. Suaviter in re, fortiter in modo".

De todas maneras, el tema que más contribuyó a la fluidez del intercambio epistolar no fue la literatura, sino el dinero, caballo de batalla de las controversias entre escritor y editor. Y aquí Bernhard, irrespetuosa máquina de pedir periódicos adelantos sobre la obra futura para paliar gastos desaforados, tiene difícil justificación, aunque no carezcan de gracia las grotescas cartas en las que compara sus ganancias con las de un peón albañil o un controlador de camiones, o excuse su actitud a partir de su propia obra (en La fuerza de la costumbre: "Hasta los genios/tienen manía de grandezas/cuando se trata de dinero"). Así, según Unseld respondiera con rapidez o no -y en la práctica totalidad de las veces accedía a las peticiones-, pasaba de mejor y más dedicado editor a simple gestor de la "anónima potencia enemiga". El editor, que siempre dijo contenerse por el respeto que le merecía la obra, no tardó mucho en comprender que lo que mantenía vivo a Bernhard era su resolución a estar siempre a la contra, y que era el mayor de los desconsiderados cuando se trataba de salirse con la suya, manía neurótica ésta que fue acrecentándose con el tiempo y que depararía su gran traición: el austriaco, faltando una y otra vez a su palabra, terminaría publicando sus cinco libros pseudobiográficos, cuna de su fama, en la Residenz Verlag de Salzburgo, editorial a la que también ofreció, a última hora y a espaldas de Unseld, su En las alturas. Fue entonces cuando éste le escribió aquel "no puedo más" que Bernhard incluso se atrevió a contestar. Aún se verían, no obstante, poco después de esta postrera deslealtad, a escasas dos semanas de la muerte del escritor. Estampa ya de crepúsculo, con Unseld llevándole una bolsita de calcio para evitarle los calambres al moribundo, que refiere tanto la relevancia del vínculo entre ellos como la inquebrantable humanidad de quien fuera mucho más que un editor.

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