Sporting-Betis · la crónica

Lo que no puede ser... (2-1)

  • Apenas los goles del Sporting sacaron del marasmo a un Betis que, tras el derbi, ya piensa en tratar de divertirse y acabar la temporada Savia nueva. La aportación de Sergio, el debutante Nono y Pozuelo, lo más reseñable.

Está claro como el agua clara que lo que no puede ser es imposible. Si una moneda cae al suelo nunca la va a coger el más rápido en agacharse sino el más necesitado, aunque sólo sea porque éste vive con la vista puesta en el suelo esperando que caiga. Algo así es lo que le ocurrió ayer al Betis, que se encontró con un Sporting animoso, contagiado por una afición entregada (¡qué lastima que pueda descender este equipo y quedarse en Primera otros como Villarreal o Getafe!) que lo aupó hasta comerse a un Betis al que poco le iba en la fiesta.

Así, con este equipo al que Clemente le ha dado un hambre que no se conoce si no se vive aquí, los verdiblancos, ahítos de derbi y de todo lo que ha significado, apenas tuvieron fuerzas para mantenerse vivos ante un rival, siempre, más intenso y dinámico.

Y es que por mucho que se diga y se escriba, en el fútbol, como en la vida, todo es cuestión de ánimos y la psique está por encima del músculo, de las piernas y de cualquier otro elemento que valga para convertir a un hombre en futbolista. Quiere esto decir que cualquiera que hubiese estado el pasado verano viendo un amistoso del Betis en el sur de Francia podría haber confundido este partido con el de ayer. Exigente, sí, pero jugado a un ritmo impropio de la categoría.

Y es la clasificación la que otorga y quita razones. El Sporting sabía que estaba en Segunda desde antes de que el nefasto e internacional Velasco Carballo hiciera sonar por vez primera su silbato, mientras que el Betis tenía más que claro que su futuro no pasaba por Europa. Ello llevó a un comienzo de partido como si nada, de ésos en los que si no fuese por la animosa grada gijonesa y por el temprano gol de su equipo todos hemos visto a ras de albero escuchando los gritos de los futbolistas y hasta de un desgañitado entrenador en la banda.

El árbitro, al menos, contribuyó a animar en algo la contienda. No le pudo cortar los brazos a Amaya y le pitó al Betis un penalti en contra de esos que sólo ven los que no han jugado nunca al fútbol y los que se recrean viendo el brazo del defensor algo fuera de su cuerpo en las múltiples repeticiones de la televisión. El problema es que el futbolista ya agacha la cabeza y da por hecho que ha cometido una pena, máxima, cuando sólo ha hecho tirarse al césped para interponerse en la trayectoria del balón. Pero ocurre eso, que el fútbol es reflejo de lo que vivimos y todo se acepta: ritmo de pachanga, árbitros malos, futbolistas acomodados...

Y ese penalti que transforma Sangoy y los goles del Sevilla al Rayo lo único que animan la noche junto a la playa de San Lorenzo. No cae agua, el césped está rápido por la que ha caído en la previa y ni eso va a llevar a Sporting y Betis a un pleito al menos con la mínima tensión que exige la competición.

Mel ha plantado a los suyos, esta vez sí, con un 4-3-3 en el que se divisan las líneas perfectamente. A Matilla lo escoltan Nono y Salva Sevilla, uno a cada lado, mientras que Jorge Molina siente el aliento de Pozuelo y Rubén Castro. Siempre mandó el Betis, aun jugando al trantrán, pero el borde del área sportinguista apenas se enteró de su fútbol hasta los estertores de la primera parte, cuando una internada veloz de Rubén Castro decidió equilibrar ese marcador inclinado por lo que hoy todos dirán que es un penalti claro. Fue de lo poco destacable de un Betis tan apático como se preveía, con la tímida inyección de sangre que podían darle gente como Pozuelo o el debutante Nono.

Empero, en época tan digital como la que nos ocupa, los transistores siguen funcionando y ayer era una noche marcada para ello, tanto que las mejores noticias a El Molinón llegaban Ruta de la Plata abajo, con esos goles del Sevilla que sí metían al partido un veneno como antes no tenía. Porque el Betis mandaba en el partido, pero de una manera un tanto insulsa. Ni él mismo se lo creía. Siempre se movía al ritmo que demandaba el Sporting.

Porque al comienzo de la segunda parte ocurrió lo que al principio del partido, que el Sporting marcó su gol y el Betis se adueñó del partido con permiso de su agitado rival, que apenas contestó en contras malgastadas por su escasa calidad. Era un equipo, el de Mel, que no se creía nadie. Era de esperar, pero llegaba el balón a Pozuelo, a Nono o, después, a Sergio y era cuando se presentía que el rumbo de la cosa podía cambiar. Pero no fue así. El Betis amagó, eso sí, pero no dio nunca y la radio, con su altavoz en la grada, fue dando soplos de vida a su rival.

Los goles del Sevilla eran los del Sporting, pero jamás avivaron a este Betis al que, claro está, le ha sobrado este tramo final del curso tras ganar al Sevilla. Poco le importa a alguien si el vecino queda por delante o por detrás después de la victoria de Nervión, pero la competición obliga y en una semana asoma por Heliópolis el mejor equipo de la historia, dicen, ese Barcelona de Guardiola que dice adiós a la Liga ante un equipo que deberá cambiar los registros mostrados ayer para no caer presa de los azulgrana. Es el fin de fiesta de un año bueno y en casa. Seguro que se ve otro Betis.

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