el derbi sevillano

Ya será el derbi del penalti y expulsión

  • Una polémica decisión de Velasco Carballo decanta la balanza hacia un Sevilla superior en el Benito Villamarín El Betis sale con mucho brío y aprieta a los visitantes, pero sin crear apenas ocasiones claras de gol

Otro partido de la máxima rivalidad sevillana que tendrá una etiqueta de por vida. Si el anterior que se disputó en Domingo de Ramos siempre será conocido como el Domingo de Romo, en esta ocasión pasará a la historia popular como el derbi del penalti y expulsión. Velasco Carballo, apenas a un metro de la acción, estimó como derribo una entrada de Juan Carlos a Bacca cuando el colombiano se disponía a disparar en solitario ante Adán después de una gran jugada del delantero visitante, todo sea dicho. Se contabilizaba media hora en los cronómetros y el árbitro mundialista del fútbol español dejó a los verdiblancos con un futbolista menos desde entonces. Sin duda, fue la acción decisiva para que se corroborara sobre el césped del Benito Villamarín la tremenda superioridad que en estos momentos muestra el Sevilla sobre el Betis, cuantificada, objetivamente, en 34 puntos en la tabla.

Ahora, entre paso y paso durante la Semana Santa, unos argumentarán con toda clase de imágenes y teorías que Juan Carlos toca el balón y se lo da a Adán en última instancia. Así pensarán, por supuesto, los béticos. Otros, sin embargo, los sevillistas, tratarán de demostrar que los penaltis no sólo se cometen con los pies sino con otras partes del cuerpo y que a Bacca se lo lleva por delante el defensa rival cuando éste trata de evitar que fusile a su portero después de la extraordinaria pared que había tirado en el borde del área. Cada uno pensará de una forma y después habrá mil opiniones de gente ajena a la rivalidad sevillana para pregonar su neutralidad en el tema. Pero lo realmente trascendente es que Velasco Carballo, que estaba muy cerquita de la acción y sin nadie en medio, consideró que se había producido un derribo y, por tanto, cobró penalti y expulsión por ser el último hombre Juan Carlos.

Gameiro se encargó de transformarlo en gol y a partir de ese momento ya nada iba a ser igual sobre el campo. El Sevilla, que salió con una marcha menos a este derbi, tal vez pensando en dosificar los esfuerzos después de la paliza del pasado jueves frente al Oporto, se había puesto por delante en la primera acción ofensiva de mérito que había trazado. Y, sobre todo, lo más importante es que además ya tenía una pieza más sobre el campo, algo que era trascendente a la vista del calor que castigaba ya a los protagonistas que habían elegido ambos entrenadores para arrancar.

El Betis, por el contrario, se quedaba sin esa baza que suponía para él aprovecharse del cansancio del rival por su clasificación para las semifinales europeas. Calderón había planteado el choque con la idea de meterle mucha intensidad y, además, muy arriba. Leo Baptistao, Rubén Castro, Jorge Molina y Vadillo, todos al mismo tiempo sobre un campo de fútbol, suponen jugar con cuatro delanteros y eso fue lo que hizo el Betis de partida. Además, la intensidad era máxima y eso provocaba que la pelota la pudieran recuperar los verdiblancos del medio del campo para arriba. La duda, lógicamente, era si iban a aguantar semejante desgaste, aunque la expulsión de Juan Carlos no iba a permitir que la respuesta llegara con el transcurrir del segundo periodo, sino mucho antes.

El resultado de todo lo anterior fue un Betis mucho más agresivo que el Sevilla de partida. El dominio de la situación correspondía a los locales, aunque, siendo justos en los juicios, también parecía que los nervionenses se sentían a gusto en esa situación. No en vano, Emery se había guardado la baza de Rakitic para el segundo periodo y había arrancado con un once muy parecido al que tan buen resultado le diera en Pamplona. De esta manera introducía a cinco futbolistas que no fueron titulares contra el Oporto y encima se protegía con esa pareja de centrocampistas integrada por M'Bia e Iborra que cada parece más inabordable para los adversarios.

El Sevilla perdía muy pronto la pelota arriba, incluso parecía que la regalaba en su afán por tratar de sorprender a la adelantada zaga de un Betis que tenía hasta centrocampistas en los laterales. Y el dominio, por supuesto, era para los verdiblancos, aunque se repasa la hoja de anotaciones del partido y apenas van a existir sustos serios para un Beto bien protegido por su pareja de centrales y también por los medios centro que barrían por delante. Aparte de una acción dudosa entre Iborra y Leo Baptistao en el área sevillista nada más comenzar el encuentro, lo más cercano a una ocasión de gol bética fue una falta en el borde del área lanzada por Rubén Castro que se marchó por arriba del larguero. El resto eran córners, faltas laterales, pero sin demasiada trascendencia.

Hasta que Bacca apareció por primera vez para hacer una gran jugada y quedarse en solitario delante de Adán. El resto ya se conoce tanto por el arranque de la crónica como por las mil veces que fue repetida la acción y si hay que tomar partido, pues parece que no fue penalti, pero Velasco Carballo no lo consideró así.

Desde entonces el control sí sería absoluto para el Sevilla, incluso con las compensaciones del propio Velasco Carballo. Emery tuvo que sacar a Alberto Moreno antes del intermedio por una entrada en la que Rubén Castro coqueteó con la segunda amarilla y en el intermedio permutó a Vitolo por Trochowski. Su equipo, sin hacer nada del otro mundo, ya tuvo numerosas ocasiones claras de gol, salvadas para el Betis por un gran Adán algunas veces y por alguna polémica decisión del auxiliar de aquella banda en otra. La única incertidumbre que quedó fue que el marcador registraba un 0-1 y que el Betis trataba de rebelarse contra su sino. Hasta que Gameiro sentenció a puerta vacía en este derbi del penalti y expulsión. La primavera sevillana sigue siendo roja, ahora también en Semana Santa.

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