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Un corazón y (en) un puño

  • El sevillismo explica cómo es posible disfrutar y sufrir al mismo tiempo en una noche vibrante en la que fue protagonista Nervión terminó en fiesta

El café se sirve rojo esta mañana en todas las cafeterías de Sevilla. No se habla de otra cosa, el sevillismo empieza a hacer cuentas para no gastar mucho en la Feria y dejar un pellizco para Turín, aunque todo no está hecho. La final ya la ve cerca. La veía desde anoche, prácticamente desde antes de empezar el duelo con el Valencia, y la ve más al alcance de la mano con el 2-0 labrado a hierro y fuego ante un rival que inesperadamente fue mejor en muchas fases del encuentro.

Pero a una final no se puede llegar de otra manera. Así fue el sevillismo a Eindhoven, sufriendo en Gelsenkirchen (en la famosa colina) y un jueves de Feria que estalló en un abrazo partido al corazón de Puerta, ése que ya quedó tocado desde ese momento. El sevillismo tuvo el suyo durante toda la noche en un puño, en cada error de Diogo Figueiras en los innumerables balones que le dio al contrario, en el paradón de Beto a bocajarro ante Paco Alcácer, en el larguero de Eduardo Vargas, un momento en el que se paró el tiempo mientras la pelota volaba hacia la portería del portugués, ya superado... Pero es así, el sevillismo está destinado a sufrir, para lo bueno y para lo malo, pero también es cierto que está preparado para ello.

Nervión dio una lección. Arropó a sus jugadores durante el asedio valencianista de la segunda parte, gritó, se vació y metió la pierna igual que Fazio o Pareja, providenciales ambos, pero descomunal el ex jugador del Spartak. Porque el resultado sí, pero el partido no se dio como el sevillismo creía. No se imaginaba la hinchada que las gargantas iban a estar a pleno rendimiento y que la adrenalina iba a ser tan protagonista como lo fue. Un sobresalto tras otro, uno por una oportunidad perdida en la portería de Guaita y otro por un mal efecto óptico ante una estatua de Beto. Pero el fútbol lo inventaron así y quien lo elige, elige sentir las emociones que ofrece. Cara o cruz, final o eliminación.

Ahora es el Sevilla el que tiene que controlar la ansiedad en Mestalla. O, mejor dicho, contener la que tenga el equipo de Pizzi y jugar con ella. El Valencia apelará a su remontada ante el Basilea, pero el Sevilla tendrá que demostrar que no es el Basilea, sino que es el Sevilla. Y el de Emery, un entrenador que poquito a poco, gustando a algunos y exasperando a otros (tampoco tiene culpa de que Marko Marin saliera en otra película), se está labrando un futuro en el Sánchez-Pizjuán y un hueco en el corazón del sevillismo, que ya ni se acuerda de Juande Ramos ni mucho menos de Caparrós.

Queda la segunda parte del trabajo, el de Valencia. Como el guiño del tifo exhibido en Gol Norte, un remake sevillista de The Italian Job (La estafa maestra en los cines de España), la película protagonizada por Michael Caine a finales de los 60 que quiso emular -quizá- M'Bia con ese taconazo en fuera de juego. Pero también el camerunés hizo lo que tenía que hacer. Hay jugadores, algunos de ellos delanteros, que cuando se intuyen en posición antirreglamentaria y creen que la jugada está invalidada no la siguen. Como me cuentan mis compañeros fotógrafos ante las celebrities: "Primero disparas, luego preguntas".

El Valencia tiene un hueso duro en Mestalla. Y, curioso, en la Liga, de allí salió un colista y el jueves puede salir un finalista.

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