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Cuando la Copa Davis importa poco: España busca rehacerse

Días antes de la debacle en Sao Paulo, el legendario Manolo Santana se paseaba por la sala de periodistas del Abierto de Estados Unidos con un comentario: la vida, aunque tarde, devuelve los golpes. "Las vueltas que da la vida", decía Santana, que se refería a la sucesión de negativas que recibió en 1999 de cara al viaje a Nueva Zelanda para evitar el descenso en la Copa Davis.

Uno de los que le dijo no al entonces capitán Santana fue Carlos Moyá, que esta vez sufrió una versión potenciada de tenistas sin interés por defender a su país. A diferencia de Santana, que logró mantener a España en primera división, el capitán Moyá se encontró con una derrota de 3-1 en Brasil y el regreso a la segunda división 19 años después.

"La Davis es siempre complicada para los jugadores, que cada año tienen menos ganas de jugarla", sintetizó el veterano Tommy Robredo dos semanas atrás en Nueva York, demostrando que el tenis tiene una naturaleza diferente al fútbol: ¿cuántos futbolistas renunciarían tan abiertamente a jugar con su selección?

Si luchar por avanzar en el Grupo Mundial motivaba a pocos, es sencillo imaginar el grado de entusiasmo que generarán las series por la Zona Euroafricana en los hoy renunciantes.

Que Pablo Carreño, un jugador que está empezando, le dijera que no a Moyá habla del gran problema de España. El futuro es incierto, porque el contrato de Moyá se acaba el 21 de septiembre, pero algo está claro: pese a las insistentes peticiones de los jugadores españoles, la Davis no cambiará de formato y se seguirá jugando cada año. Lo que no gane España será de otros. Al menos hasta que aquel hambre que existió en su momento vuelva a una generación que ve el éxito en la Davis como algo normal, casi rutinario, y no como ese dorado sueño inalcanzable en décadas.

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