La pelota de papel

El que zamarrea el madroño

  • Como volvió a quedar patente ante el Sevilla, ningún entrenador 'juega' más los partidos que Simeone, cuya vuelta devolvió al Atlético el corazón.

Se fueron el que posiblemente sea ya el mejor portero del mundo, Courtois, y uno de los goleadores más letales, Diego Costa. Pero, siendo bajas de enorme peso específico, el Atlético conserva su único órgano vital. Se llama Diego Pablo, se apellida Simeone y él, sobre todo él, es el artífice de que los colchoneros vuelen hoy en el estrato de los mejores. Que un club estigmatizado por el fatalismo sea un campeón de una pieza que se ha ganado el respeto del rival más prepotente que exista: por algo le metió las cabras en el corral al propio Mourinho cuando estaba en juego un puesto en la final de la Champions, nada menos.

Tan alto pusieron el listón la pasada campaña el Cholo y sus pretorianos -y eso que Sergio Ramos los bajo una cuarta con ese cabezazo postrero en Lisboa- que las comparaciones ya saltaron a poco que los rojiblancos han titubeado en el arranque de la temporada. Compareció un Atlético melifluo en Vallecas (0-0), también en casa ante el Eibar, que a punto estuvo de arañar algo (2-1), y aunque recuperó el colmillo retorcido cuando olisqueó al macho que le discute la hegemonía en el territorio (1-2 en el Bernabéu), confirmó su atemperadas maneras ante el Celta en el Calderón (2-2). En estas cinco primeras jornadas de Liga, al Atlético le faltaba, literalmente, el corazón. Porque Simeone es el que marca los latidos, el que bombea la sangre al equipo desde la banda. No hay un caso igual de entrenador-jugador. Por lo que transmite a sus chicos, que no pueden bajar la guardia un solo segundo, y por lo que aprieta a los árbitros.

Se pasó de rosca con su célebre colleja al cuarto árbitro en la Supercopa de España y su sanción de seis partidos no ha venido sino a recordar, por si hacía falta, que Simeone no llega desde la segunda línea, no cabecea ni enseña los tacos como hacía hace unos años. Pero que sigue jugando a su manera.

Empezó el partido y en la primera acción en que el polaco Krychowiak se empleó con virilidad, saltó como un gamo a reclamar la amarilla. Y con él, como si fuera un titiritero que maneja los hilos de sus chicos, saltaron al unísono Gabi, Godín, Tiago... Empezó la labor de desgaste psicológico del rival... y del que imparte justicia. Lo demás, lo ponen el pulcro orden táctico, la disciplina de sus militares -toda una unidad de élite-, el trabajo en la estrategia -otro golazo más, el 2-0 a los de Emery, con Arda y Miranda burlando a toda la defensa para que marcara Saúl- y la calidad suprema de muchos de ellos con la pelota: los centrales, Koke, Arda.

Con Simeone en la banda, el Atlético volvió a ser el de la pasada campaña. El que se coló en el pulso de los grandes y con ello les robó minutos -no muchos- en los medios a nivel nacional. El que se quedó a un minuto de encaramarse al trono europeo. Tras una victoria sin la mínima literatura en Almería el pasado miércoles (0-1), el Cholo cumplía su sanción y regresaba al banquillo piafante. Encima, ante un enemigo que quiere pisar sus terrenos, el pujante Sevilla de Emery. Pronto, los sevillistas percibieron que el Atleti está en otra dimensión. Cuando Simeone empezó a interactuar con todos -enardeció a jugadores y público por igual-, se creó una energía que carbonizó al que llegó como colíder.

Al contrario que Emery, mantuvo su fidelidad a su manual, a su puesta en escena, a su coreografía. Y la grada volvió a cantar, de modo espontáneo, eso de "¡Ole, ole, ole, Cholo Simeone!". Al Atleti le faltan Courtois y Diego Costa. Pero también ha fichado por unos 100 millones. Y, sobre todo, mantiene su corazón, al hombre que ha echado al oso del escudo atlético para sacudir al madroño día y noche, sin respiro, sin cesar, en esta época de cosecha rojiblanca sin fin.

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