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Un caballero frente a un vasallo

  • Rakitic, respetuoso con su ex equipo, contribuyó con su trabajo sordo y con un gol que no celebró a una derrota muy dolorosa Denis Suárez, engullido en su debut en el Camp Nou

Rakitc fue una isla semoviente en un archipiélago perfecto. Denis Suárez fue una isla aislada en un océano de impotencia. El gallego jugó en la posición en la que solía el croata cuando Unai Emery lo ubicó como falso delantero para que construyese desde ahí el juego del Sevilla. En el Barcelona, el ex sevillista ha encontrado el sitio idóneo, ni medio centro ni mediapunta, simplemente un centrocampista que interactúa en un colectivo que recuperó su versión más sublime justo en la visita del Sevilla, para ornamentar la fiesta que el Camp Nou le brindó a Messi, desde ya el máximo goleador histórico de la Liga. Presión rabiosa, posicionamiento adelantado, combinaciones al primer toque, llegada, Messi, gol... Denis Suárez apenas apareció en la jugada en la que Jordi Alba, con su autogol, abrió la tímida puerta de una reacción que fue un espejismo.

El espejismo saltó en pedazos con una goleada muy dañina. Las dudas se han instalado en un Sevilla al que muchos, quizás desde la falsa perspectiva que da la distancia, incluso habían colocado como un posible aspirante a dar guerra en esta Liga que ya camina con paso de gigante hacia su endémica desigualdad.

El Sevilla hizo el ridículo el día que Rakitic le marcó el primer gol a su ex equipo. El croata fue un caballero en todo momento. No reclamó penalti en una caída en el área del Sevilla que, quizá ante otro rival, podría haberlo inducido a la simulación y la protesta. No reclamó tarjeta en un agarrón clarísimo de Krychowiak. No celebró el gol que le brindó en bandeja Luis Suárez. Simplemente hizo su trabajo de gregario de lujo a la perfección. Participó en la presión, en las eléctricas y letales combinaciones en los tres cuartos, entre la desazón del entramado defensivo del Sevilla, cuyos jugadores no sabían si ir a la anticipación o guardar la posición para terminar quedándose en el limbo de la nada.

Denis Suárez, un chaval casi imberbe que está terminándose de formar en el Sevilla, es imprescindible en el once de Emery. Y ayer, en su primer partido oficial en el Camp Nou, fue engullido por el escenario, quizá llevado por el respeto innato que los vasallos les debían a los caballeros en el Antiguo Régimen.

Se alinearon la mejor versión del Barcelona con la peor del Sevilla y en medio sucumbió Denis Suárez, perdido, sin sitio, sin personalidad para meter el cuerpo o pedir la pelota. Cuando el partido se abrió aparentemente entre el 2-1 y el 3-1, Denis Suárez levantó algo su voz para reclamar su identidad en el Camp Nou. Apareció entre líneas, le dio un buen balón a Bacca, realizó, por fin, un par de conducciones con criterio... Pero entonces Emery decidió quemar las naves y lo quitó por Gameiro. Su apuesta ofensiva fue la escenificación definitiva de una pelea de caballeros frente a vasallos. Armaduras contra espadas de madera. El Sevilla se hundió como un soufflé mal horneado.

Rakitic se tapó la cara cuando marcó el 3-1, como si no quisiera verlo. Luego participó en el manteo de Messi por el gol que certificaba que había batido el récord de Zarra. Denis Suárez presenció desde el banquillo la fiesta. Rakitic fue Lancelot en la corte del Rey Messi. Denis Suárez no fue invitado al festín. Los vasallos no tenían permiso para entrar en el palacio.

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