Betis-Racing · la crónica

Muchas gracias, Merino (2-0)

  • El linense, fiel a un estilo tan pragmático como efectivo, se despide con la cuarta victoria consecutiva. Dani Ceballos, autor del primer gol, se erige en líder absoluto de los béticos.

Era el día de los entrenadores. Se rendía homenaje al egregio Patrick O'Connell, ocupaba ya asiento en el palco el añorado por la grada Pepe Mel, pero se sentaba en el banquillo -lo cierto es que apenas si lo hizo durante los noventa minutos- un bético que arribó hace casi tres décadas desde la Línea de la Concepción y que se ha dejado y sigue dejándose el alma en pos de un colores que abrazó en la adolescencia y que quizá sintiese más suyos cuando su padre se dejó literalmente la vida en la grada de Heliópolis en un partido frente al Deportivo de la Coruña.

Es Juan Merino quizá uno de los futbolistas que encarna la esencia primitiva del fútbol: el amor a unos colores. En perenne idilio con la grada pese a no ser ningún exquisito, Alexis, hoy director deportivo de la entidad, anduvo en el umbral de la selección, amén de por su clase, por el aire que le ahorraban los pulmones del linense.

Pero ése era el Merino futbolista. Y hoy hay que hablar de un Merino entrenador, de un hombre honrado que, seguro, se ganará un sitio en los banquillos patrios, ya sea en el Betis o allá donde lo lleve rueda tan caprichosa como la del balompié.

Su virtud, la principal, quizá sea la más difícil, que no es otra que la de saber transmitir unos conocimientos. A su manera, con un estilo peculiar y una timidez incapaz de enmascarar su genio y su mala leche, Merino le llega al futbolista desde la humildad y desde la verdad. Gustará más o menos, pero lo tiene claro y, en apenas cuatro semanas, le ha dejado al Betis, a su Betis, un legado de un valor incalculable.

No son sólo 12 puntos en cuatro partidos, que ya de por sí es una herencia inigualable, sino la labor de pacificación y de unión de un vestuario que, siempre fiel también a Julio Velázquez, llegó a perder el norte hasta dudar de sí mismo.

Y todo eso pudo constatarse este domingo en el mediodía heliopolitano. Y nadie como Dani Ceballos para escrutar todo lo que hoy es este Betis, incluso las gotas de excelencia que a veces asoman en un fútbol generalmente de esparto, seguramente porque es lo que requiere la categoría.

El utrerano, con apenas 18 años, se ha convertido en el líder de los verdiblancos. Gaby Calderón lo descubrió para el primer equipo, Velázquez le dio la continuidad para que explotase y Merino lo ha dotado de una seguridad y de un empaque que pareciera lleva toda la vida jugando en el Betis.

El regalo de Dani Ceballos a su técnico fue hacerle aún más agradable la mañana. Con los vellos como escarpias, los nervios a flor de piel y las lágrimas rodando por sus mejillas en respuesta a la acogida de la grada, el juvenil empujó con la suela de su bota a la red un balón servido por N'Diaye tras una jugada bien hilada por Piccini y Kadir en la banda derecha y que tuvo su génesis en un saque de banda del italiano, un puñal ayer por su costado y más que lo será si agarra de una vez la forma y pierde los dos kilos que aún le sobran.

El gol no fue un bálsamo para el equipo ni para una grada que disfrutaba al sol del invierno. El Betis se sentía a gusto, muy tranquilo, ordenado, sin prisas... Más aún cuando fruto de ese tanto pasó a controlar el partido de cabo a rabo. Tuviera el balón o lo manejase el rival, el pleito lo manejaba el Betis, siempre lo iba a manejar ya el Betis. Sin pasar más que algún apuro incontrolable por el despiste que siempre va con Jordi, el equipo de Merino se dedicó a hacer lo que mejor sabe: leer los partidos. Ojalá no caiga en saco roto ahora en su adiós esta excelencia que arraigó ya en el equipo, ésa tan importante que comienza por leer la cara del rival, sus angustias, sus dudas con el balón, su cansancio... Y que permite a este equipo al que algunos ponen pegas no apabilarse jamás, disfrutar de instantes eficaces en los partidos y dosificar las fuerzas para acabar los encuentros ofreciendo la sensación de que todo ha sido poco menos que coser y cantar.

Así de natural, de simple, de confiado, de segurísimo el Betis, el Racing no fue nada. Apenas un grupo en el que predominan el gusto y la bisoñez y que, aunque había claudicado en el minuto 3 con el gol de Dani Ceballos, supo ya en los estertores que de Heliópolis se iba sin nada que rascar. Fue Jorge Molina, otro fiel exponente del trabajo y la sencillez, quien abrochó con lustre el cuarto triunfo consecutivo de Merino. Un hombre que deja el testigo a Mel franco y casi por la cuerda y al que ojalá en junio haya que recordar para rendirle otro homenaje. Por de pronto, vaya un adelanto: muchísimas gracias, entrenador.

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