Alavés-betis

Un Betis indestructible (1-2)

  • El líder saca petróleo de Mendizorroza ante un Alavés tremendamente superior. Los goles de Jorge Molina y Rubén Castro no evitan el sufrimiento pero dan otros tres puntos.

Jugar mejor no es ser mejor. Aclarado este punto, el Betis es mejor. No mejor que el Alavés, que también, es mejor que todos los demás y con una claridad meridiana. Aclarado esto también, el Betis no mereció en modo alguno ganar en Vitoria, pero lo hizo con la suficiencia de quien está destinado a subir de carrerilla aunque sufriera de manera poco explicable. El Alavés jugó mejor, muchísimo mejor, pero el Betis necesita media ocasión para marcar y así es difícil que se escape el botín. Incluso cuando el equipo acumula deméritos para dejarse los puntos por el camino.

Una vuelta después de la llegada de Juan Carlos Ollero a la presidencia y del cese de Julio Velázquez (primera decisión del consejo con el nuevo rector), resulta asombroso cómo ha cambiado todo. De deambular por una categoría discretísima con el mejor plantel, de largo, a pasearse incluso cuando juega horrible y defiende peor. Los béticos ya deshojan las jornadas que quedan para celebrar el regreso a su sitio, la mejor noticia posible en un club poco dado a las buenas noticias en los tiempos recientes.

Baste decir que, cuando el Alavés consiguió por fin premio a su insistencia y a su dominio, el Betis había tirado tres veces: dos goles de Jorge Molina y Rubén Castro y un tiro al larguero del primero. Imposible más color siendo tan gris. El Betis ni defendía correctamente ni conseguía llegar con claridad. Ni puñetera falta que le hizo. Tiene tanto dentro que cualquier cosita la convierte en gol, y a otra cosa.

Los laterales, una calamidad. Los centrales, superados por un único punta (Manu Barreiro) cuyo nombre usted seguramente olvidará en pocas horas. Los pivotes, desaparecidos. ¿Portillo jugó? ¿Y Kadir? Y sin embargo el Betis sobrevive porque tiene al mejor portero y a los dos mejores delanteros de la categoría. No hay mucho más.

El Alavés empezó apretando arriba pero pronto vio que ni siquiera le hacía falta presionar. El Betis no era capaz de salir con la pelota jugada y los locales recuperaban con facilidad y casi siempre en campo ajeno. Las alas, sobre todo el lado de Casado primero con Lanzarote y después con Medina, eran un filón para los vitorianos, plenamente conscientes de sus limitaciones y con un equipo muy muy trabajado. Le faltó calidad para hacer pagar al Betis su desinterés. Ocasiones tuvo de sobra, pero esto está para que el Betis suba cuanto antes y no hay nada que parezca rebatirlo.

La salida de Dani Ceballos pareció desactivar las apreturas béticas, y  si el gol de Molina al cuarto de hora fue una pared de libro entre los puntas, el gol de falta de Rubén Castro era una prueba más de que este Betis va de cabeza a proclamarse campeón de Segunda, convirtiendo una falta al borde del área cual pase a la red, engañando de manera grotesca al ex bético Goitia.

Pero no es oro todo lo que reluce y las constantes ocasiones vitorianas –el gol local y muchas otras ocasiones denotaban una falta de capacidad defensiva preocupante– provocaron que Mel hiciera un último cambio muy elocuente: el central Héctor Rodas por Jorge Molina. Los puntos al saco. Era el objetivo. Jugar mejor no es ser mejor y los puntos se los llevó el Betis en su imparable camino de regreso a Primera.

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