El otro partido · Celta-Sevilla

Un aguacero de grandeza

  • El Sevilla retoma la senda de la gloria clasificándose para su final anual, primera de Copa para Emery. Banega personifica el gen reciclador del club.

Desde que jugó y perdió la última final de Copa en 1962, con aquel penalti que falló Mateos en el Bernabéu, hasta la que jugó y ganó en Eindhoven en 2006, el Sevilla vivió del recuerdo. Fue una travesía del desierto de 44 años, que se agranda hasta los 58 si se toma la referencia de su último título en el siglo XX, la Copa de 1948 ante el Celta. Fueron años y años de frustraciones, durante los que se fue ajando, poco a poco, esa grandeza de los años 30, 40 y 50. Pero, como siempre al final de cada desierto, estaba el oasis de la paz espiritual. El Sevilla vive instalado en un feraz oasis de disfrute. La gozadera lo llaman ahora en Nervión, un club que disfrutará de su decimotercera final en el siglo XXI.

Lo del Sevilla en este su prolífico inicio de centuria es un aguacero de grandeza, tan grande como el que arreció sobre Balaídos. ¡Dónde quedó aquel susto gordo que protagonizaron Celta y Sevilla en agosto de 1995! Y es una grandeza labrada sobre el trabajo concienzudo de un club que se nutre de directivos y profesionales más que diligentes, muy futboleros y, sobre todo, sevillistas a machamartillo. La misma grandeza que, aún ajada y polvorienta, echó a miles de sevillistas a la calle para reivindicar su derecho a seguir en la élite pese al desliz administrativo de Luis Cuervas. Aquello, de camino, salvó al Celta, víctima ahora de ese ADN de campeón que recuperó cierta noche de abril un equipo fiado tantos años a la resignación del otro año igual. La misma grandeza con la que soportó la trágica muerte de su héroe o el ingreso en prisión de su presidente más significativo y vehemente.

De aquel germen íntimo surgió el embrión de una gloria que ni podían soñar entonces los que se dejaron las gargantas para decirle a España que el Sevilla era el Sevilla. Gracias a ellos, el Sevilla es grande otra vez, más que en aquellas décadas doradas. Porque lo es en España y en Europa. De nuevo ante el equipo de moda, como hace un año fue el Villarreal, el temible escuadrón blanquirrojo se deshizo con hiriente competitividad de un Celta cualificado y combativo. Dicen que cuando olisquea plata...

El partido que certificó la decimotercera final de este siglo -sí, el mal fario y el peor rival posible- fue vibrante. Nada de trámite. Tuvo emoción con los dos goles de un ex sevillista, ídolo del celtismo y víctima de la tremenda competitividad de este equipo. Iago Aspas no pudo aprovechar el gen reciclador de este club que ha encumbrado de nuevo a Rami, a Gameiro, a Reyes... a jugadores que parecían con la luz apagada. Y a Banega.

El argentino, un apestado para muchos cuando llegó en 2014, es el líder de este equipo. Emery lo ha reciclado, como el Sevilla recicló en su día a Pablo Alfaro, a Javi Navarro, a Luis Fabiano o a Kanoute, o al propio Emery, que se estrenará en una final de Copa como se estrenó como único técnico vasco en ganar un título europeo... Los mismos que se preguntaban qué hacía aquí Banega hace dos años piden a gritos ahora que le suelten la manteca para renovarle el contrato. Será difícil. Los grandes, económicamente y no sólo de corazón, ya lo tientan. Abandonará la legión de Emery. Y llegará otro. Pero antes de irse, liderará a este Sevilla grande ante el todopoderoso Barcelona. Otro año igual...

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