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De la anécdota a lo soporífero

  • La grada de Heliópolis, aburrida con el juego, respondió a los jugadores y al árbitro con un surtidor de detalles que llegaron al grado de categoría

El Betis-Barcelona de la temporada 2015-16 difícilmente va a pasar a la historia. Ni los prolegómenos ni el desarrollo ni sus consecuencias dieron para una tarde de fútbol memorable. Ya se mascaba en el ambiente. El Barça tenía que ganar -aunque hubo muchos, viendo el juego azulgrana, que no lo creyeron- y el Betis... pues eso, jugar al fútbol. Eso sí, el partido estuvo repleto de detalles y anécdotas que condujeron a una sola y única categoría como conclusión: el verdadero sopor.

A tenor de los objetivos en la temporada de uno y otro equipo, las miradas estaban puestas en si el Barcelona conseguiría o no igualar al Atlético y superar en un punto al Madrid. Ése fue el primer detalle. Con un Betis sin nada que jugarse, pareció como si faltara el estímulo de la victoria, la mayor de las categorías en la práctica de cualquier deporte.

El juego avanzaba (por decir algo) denso, cachazudo, al ritmo del mercurio: más sólido que fluido. Las pelotas iban al pie como si alguien ajeno a todo hubiese prohibido la existencia de pasillos. También fue mérito del planteamiento bético, que optó por situar un embudo de dimensiones áureas en previsión del aluvión barcelonista. Al contragolpe le faltaba el detalle del acierto.

Embarullado en el pase, desacertado en el desplazamiento largo, el Betis no acertaba a hilar dos entregas. Entre el desatino verdiblanco y el almíbar horizontal azulgrana el sopor comenzó a campar a sus anchas en Heliópolis. Sólo el calor reinante sirvió de eximente en esa primera media hora. Fue en ese instante cuando surgió el detalle Westermann. Con una amarilla a la espalda, al alemán no se le ocurrió otra cosa que llegar tardísimo al lance, como uno de esos trenes de carga del XIX, y derribar a Messi en una zona de más o menos confort (cuáles no lo fueron ayer). La expulsión del central fue el colofón. Con uno menos, al Betis sólo le quedaba encomendarse al santoral, pero ni los santos estuvieron ayer para detalles con nadie.

A la reunión de detalles se unió esa botella lanzada al campo que Mateu Lahoz señaló con el reglamento en la mano. Nada que objetar. No obstante, la respuesta de la grada, pitos en ristre, no pudo sino ser una de esas anécdotas que conformaron el signo del encuentro. Los detalles continuaron, por ejemplo el error que provocó el 0-1. Adán y Pezzella se enredaron entre el tuya y el mía y ahí nadie agarró más que aire, que es el elemento al que se agarran los lunáticos para bailar.

A la danza de salón del Barcelona le siguió la negación del Betis como equipo de fútbol con capacidad de llegar al área rival. Y en ésas llegó el 0-2, que acabó de nublar el raciocinio entre la hinchada verdiblanca, que por entonces coreaba oles sin ton ni son. Parecía mentira que el Barcelona estuviera jugándose la Liga y que el Betis quisiera honrar a los suyos frente al que hasta no hace mucho ha sido el mejor del mundo.

Los detalles que ofreció el Betis-Barça dio para que más de un aficionado quedara desquiciado ante el fondo. La temporada debe terminar de una vez. Más soporífero debería estar vedado. Fue el tránsito entre la anécdota y la categoría.

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