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Tocado, pero no hundido

  • Una lesión de última hora le roba a Kevin López el sueño de entrar en una final olímpica del 800. El mediofondista estará en Río, pero su cabeza ya piensa en dar el salto al 1.500.

El deporte desarrolla siempre una relación de amor-odio con sus practicantes. Puede conducirte del Olimpo de los dioses al inframundo en cuestión de segundos, independientemente del estado de forma, la preparación o las cualidades de las que uno disponga.

Kevin López lo tenía todo a su favor. Había invertido dinero, tiempo y energías en un único objetivo: llegar a una final olímpica del 800, considerada por muchos como la distancia más difícil del atletismo. Una hazaña que ningún español ha conseguido antes en la historia de los Juegos. Algunos estuvieron cerca, como Tomás de Teresa en Barcelona y Antonio Reina en Atenas, ambos a un puesto y a unas pocas centésimas del logro. Aunque el que más papeletas tuvo fue Roberto Parra en 1996, pero una lesión lo privó de llegar a la final de 800 más abierta de la historia. 

 

Al igual que el manchego, Kevin vio cómo sus grandes ambiciones se alejaban poco a poco cuando una pequeña molestia en el pie empezó a darle problemas. Siguió con su rutina de entrenamientos sin darle mayor importancia, pero los dolores se agudizaron hasta convertirse en una fascitis que le pasó factura en el Campeonato de Europa, del que tuvo que retirarse ya aterrizado en tierras holandesas. 

 

El deporte le jugó una mala pasada y, ahora, el sueño de hace tan sólo un mes se ha esfumado. Río sigue ahí, pero el objetivo de estar en una final, incluso en una semifinal, se antoja imposible. La grandeza y la miseria del deporte. "He intentado aguantar la lesión desde principios de junio, que es cuando empezó a darme problemas, pero recaí y ahora mismo estoy recuperándome. Llegaré a los Juegos, pero mi estado de forma es una incógnita", lamenta el hispalense, que se mantiene en forma a base de piscina, bicicleta y gimnasio. ¿La pista? Ni tocarla. Dos semanas alejado del tartán se antoja eterno para un atleta, al igual que para un nadador el agua. La forma se pierde más rápido que en otros deportes, el impacto contra el suelo es vital. Es por ello que las dudas sobrevuelan el futuro olímpico de Kevin, que sin embargo no piensa tirar la toalla en ningún momento. "Voy a los Juegos a ver qué tal se da. Estoy un poco desilusionado, pero tengo ambición y pienso hacer lo que se pueda", puntualiza. 

Éste era su momento. Con 26 años y la experiencia acumulada en Londres 2012, era el candidato español perfecto para lograr buenos resultados, históricos incluso. Ahora todo ha cambiado. Su relación con el 800 flaquea, y el de Lora del Río ya se plantea otras conquistas. No hay tiempo para lágrimas. Tras su regreso de Brasil, habrá que poner en marcha un plan que ya tenía en mente el sevillano: dar el salto a la distancia reina, el 1.500. 

 

Una prueba mucho más agradecida en la que suele haber más recompensas que pérdidas. Quizás una batalla perdida ahora, puede ser una guerra ganada a largo plazo. "Mis Juegos para el 800 eran éstos. Tokio me pilla mayor. Tendré 30 años, una edad, sin embargo, muy buena para el 1.500. Puedo luchar en esta distancia por estar en una final. Andaré en otras pruebas para esas fechas", vaticina Kevin. 

 

Para una persona ambiciosa como el ochocentista, no hay lamentaciones. Su mente trabaja deprisa, y ya piensa en un nuevo objetivo que no será nada fácil. Pero al sevillano, que ha vivido durante años en una distancia altamente sacrificada, al límite entre la velocidad y la resistencia, un coto sólo reservado para los más valientes, el reto le parece de lo más interesante. "Va a ser complicado, pero creo que reúno las cualidades para que el salto de distancia sea viable. Todos los años hago algún 1.500, tengo una marca aceptable y creo que con prepararlo un poco puedo ser bueno", vaticina.

 

"En el 800 cualquier error se paga. Es emocionante, pero a la vez muy desagradecido. El factor suerte influye bastante, que te coja una serie buena o mala, que cualquier toque te arruine la carrera... Depende menos de ti el resultado que en otras pruebas. El 1.500 tiene margen de error", insiste Kevin, que actualmente vive con un pie en el médico y el otro en el gimnasio, cuando lo que realmente querría es volar por la pista como siempre ha hecho. Quizás el 1.500 le quite ese peso de encima, el miedo a que una lesión o un mal día lo arruine todo, el sacrificio de estar alejado de las pistas. "Personas que venimos de una prueba más complicada, nos acoplamos mejor a lo nuevo. El 1.500 es más real, si estás bien de forma, el resultado que buscas es más factible", sugiere con esperanza. 

 

Esto no es una despedida, ni mucho menos, Kevin López sigue igual de enamorado del 800 como el primer día, y aún tiene fuelle para conseguir grandes marcas y nuevos logros, menos ambiciosos pero no por ello poco importantes. El loreño piensa compaginar ambas distancias hasta dar el salto definitivo. Y que nadie se asuste, esta distancia no quedará huérfana. Sevilla tiene tradición gracias a atletas como Kevin o Reina, con el que empezó todo, y seguro algún joven tomará el relevo pronto. 

 

En cuanto a España, ya se vio el nivel en los Europeos. Un salmantino, Álvaro de Arriba, se plantó en la final del 800 de un torneo para el recuerdo. Ocho medallas, tres de ellas de reluciente oro. "Los ochocentistas españoles han corrido por debajo de 1.46, mínima para los Juegos. Han tenido un papel destacado, no se han achicado y han conseguido llegar a una final, algo supercomplicado. Hay que llevarse esta parte positiva de nuestro papel en el 800. Si hubiese estado yo, habría habido dos españoles y eso es un gran éxito", valora sobre España, país que más atletas ha aportado a la lista de los 33 mejores ochocentistas europeos de 2016, siete para ser exactos (Kevin, De Arriba, Mauri Castillo, Manuel Olmedo, Daniel Andújar, David Palacio y Alejandro Estévez).

 

"El 800 ha crecido de forma brutal en los últimos años", asegura López. Aun sin lesión, llegar a una final era un acto de tremenda dificultad. En Londres se vivió una carrera nunca vista, la mejor de la historia de esta distancia, posiblemente irrepetible. "Dudo que se pueda superar. Batir un récord del mundo a la tercera carrera y que los 6-7 primeros estuviesen por debajo de 1.43 fue una brutalidad. Un día mágico para el 800. No lo veremos nunca más", opina Kevin sobre una final en la que no pudo estar por pecar de inocencia en sus primeros Juegos. Salió a la caza de Rudisha, actual campeón olímpico, y eso lo reventó. Lección aprendida. Uno debe de ir siempre a su ritmo. Era más joven, le gustaba mandar en la pista, algo difícil para un atleta "pequeñito", como él mismo se define. Muchas cargas, empujones y salidas cerradas. La posición lo es todo y ese día veraniego de 2012 falló. 

 

Ahora, la experiencia y la madurez se notan más, tanto en sus piernas como en su cabeza. "El aspecto psicológico juega un papel fundamental. He visto atletas muy buenos, mejores que yo, que en el momento de la verdad no rindieron. A veces es más importante incluso que el físico. El 800 es una carrera muy agónica. Sales muy rápido y tienes que aguantar un enorme cansancio desde el primer segundo. La cabeza es lo más importante en los últimos metros", explica el plusmarquista español. 

Su cabeza le dice ahora que es el momento de tomárselo con calma, de disfrutar, de aprovechar la mala suerte para vivir los Juegos de otra forma y pensar en nuevas metas. Aunque los milagros existen y nunca se sabe qué puede ocurrir. Kevin es realista, pero no pierde la ilusión. 

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