Sevilla | barcelona · el otro partido

¡Qué derrota más hermosa!

  • El Sevilla hace historia al ser el primero en eliminar al multicampeón Barcelona de Guardiola · Premio al derroche de solidaridad de un grupo muy justo de fuerzas

Al filo de la medianoche de ayer, ningún sevillista recordaba que el Sevilla había perdido por tercera vez consecutiva en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Nervión volvió a vivir una derrota del equipo blanquirrojo, pero ¡qué derrota más hermosa! El 0-1 con que concluyó el precioso y vibrante encuentro que midió a las mermadas huestes de Manuel Jiménez con ese ejército que lleva año y medio paseándose a paso de oca por todo el orbe futbolístico supo a victoria grande, casi como un título. Desde luego, sin ser un entorchado, lo ocurrido entre la noche de la Cabalgata de Reyes y ayer ya es un hito para los estudiosos de la estadísticas y la historia: el Sevilla se convirtió anoche en el primer equipo que lograr eliminar al multicampeón Barcelona de Pep Guardiola.

Así dicho, puede parecer un dato frío que responde al análisis objetivo de una realidad concreta, pero yendo a cómo se produjo ese hito histórico hay que valorar muchísimo más lo logrado por ese mermado grupo de hombres que adiestra Jiménez en estos momentos. Pero el Sevilla respondió como ese equipo que lleva la casta en su escudo y en la camiseta, como ese conjunto que le ha pintado la cara a los grandes de España en los últimos años, con los títulos, por ejemplo, de la Supercopa de Europa o la de España. Un Sevilla que sigue teniendo el coraje del ganador, aunque ayer perdiera en un partido que pudo tener los tres signos de la quiniela.

Nunca una derrota le ha podido venir mejor a un equipo. El Sevilla se enrocó gracias al 1-2 de la ida y, hay que destacarlo, sacó adelante el reto con las fuerzas más que justas por el remolino de bajas e inconvenientes que está sufriendo en este húmedo y frío paso de 2009 a 2010. Sin Kanoute, sin Zokora, sin Luis Fabiano, sin Perotti, con la reciente baja de Sergio Sánchez, con la ausencia de Squillaci... Y teniendo que tirar con lo que tiene un partido tras otro sin poder dar descanso a nadie ni dar el plazo adecuado de recuperación a los varios futbolistas que salen de alguna lesión.

Enfrente estaba un Barcelona que, si llega a la final de la Champions, alineará posiblemente un once casi calcado al de ayer: con todas y cada una de sus estrellas en perfecto estado de revista. He ahí la importancia del hecho.

Con el pase a los cuartos de final de la Copa, el Sevilla se bebió de un sorbo una cuba de vitaminas para reconfortar una autoestima que estaba por los suelos después de que la Liga lo tirase de bruces al suelo: la realidad es que tendrá que pelear por la Champions y ya va tarde en el empeño, porque toserle a este Barcelona y a ese Real Madrid que lo persigue como un poseso es pecar de una muy peligrosa soberbia.

Pero ayer el Sevilla olvidó toda soberbia y sus hombres juntaron sus hombros invocando la solidaridad, la fe en las propias fuerzas y sacó la humildad necesaria para intentar tumbar a un Goliat que pecó precisamente de soberbia en la ida, cuando Guardiola prefirió dar descanso a algunas de sus estrellas ante el evidente bajón de rendimiento de un equipo que llegó al Camp Nou como víctima propiciatoria.

Para el gran hito, el equipo de Jiménez necesitó de la frescura de Jesús Navas, para que metiera algo de miedo al rival; del compromiso de Romaric, Duscher, Renato, Adriano, Lolo, Capel...; de las ayudas de Escudé, Konko, Fernando Navarro... Y del liderazgo de Dragutinovic, que se erigió como el baluarte sobre el que se sostuvo la fe colectiva. Y de la vuelta del mejor Palop, impresionante en tres o cuatro intervenciones cruciales. Sólo Negredo se olvidó del bien colectivo en algunos momentos. Pero no es día para señalar culpables. El Sevilla, empujado admirablemente por los suyos, vivió una gran noche: la de la derrota más hermosa.

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