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Del cero al infinito... (3-1)

  • El Sevilla se pone por delante en la Supercopa tras darle la vuelta en el marcador, y en el juego, al Barcelona · La salida de Cigarini por Romaric provocó que la orquesta sonara perfecta

El fútbol vive en los extremos. El Sevilla pasó anoche del cero al infinito en los juicios de valor de sus aficionados, pues después de un primer tiempo repleto de desencanto, con una sensación de impotencia absoluta, vivió una metamorfosis absoluta en positivo para desarbolar al Barcelona y poner la Supercopa de España con un resultado claro a su favor con vistas al partido de vuelta del próximo sábado en el Camp Nou.

Bastó con un solo cambio, uno solo, para que los seguidores nervionenses vieran despejado el cielo de esos negros nubarrones que acechaban en el intermedio. Cigarini por Romaric, decretó Antonio Álvarez entonces, y desde ese momento ya nada fue igual que antes. Cierto que tampoco es bueno llevar los juicios a esos extremos a los que antes se aludía, pero la transformación del Sevilla fue tan rotunda que no hay ninguna razón para pensar que este equipo puede seguir dándole muchas tardes de gloria a quienes profesan la fe balompédica que tiene su sede en el barrio de Nervión.

El Sevilla había corrido detrás del balón durante un tiempo entero y jamás había llegado a alcanzarlo. El Barcelona, sencillamente, movía el balón a un ritmo al que no puede llegar Romaric. Y no es cuestión de censurarle al marfileño su actitud, en absoluto, corría y corría hasta dejar su camiseta empapada en sudor, pero otra cosa es la aptitud, la capacidad para recuperar la pelota y después moverla con el criterio que el fútbol necesita para hacerle daño a un adversario. Cuando le llegaba ese esférico a su poder, necesitaba tomar aire, darse una vuelta entera y ya nada era igual desde entonces.

El resultado era un Sevilla a remolque, un equipo incapacitado tanto para recuperar como para atacar, un grupo de futbolistas agobiado por la presión de un rival que lo desbordaba sin necesitar un esfuerzo supremo siquiera. Ni siquiera sirvió que Álvarez se olvidara de los dos delanteros tradicionales y apostara por Renato en las cercanías de Luis Fabiano en su afán por tratar de pelearle la posesión a los azulgrana. Ese triángulo formado por Romaric, Zokora y el propio Renato, con ese orden cuando se miraba de Palop a Miño, era incapaz tanto en ataque como en defensa y era claramente superado.

Había que variar algo, claramente era necesario, y el técnico sevillista apostó en el intermedio por darle los galones al recién llegado. Ya lo tenía claro sobre la media hora, cuando Cigarini comenzó a calentar con fuerza y la decisión se consumó cuando tenía que llevarse a efecto, cuando no se pueden producir malos rollos con silbidos y demás. Cigarini por Romaric. Sólo bastó con eso para que todo variase de una manera absoluta, para que el Sevilla, entonces sí, se convirtiera en el dueño de la situación y fuera capaz de llevar el fútbol siempre hasta donde más le convenía.

Porque el balón dejó de ser del rival y pasó a ser controlado por el propio Cigarini, quien, además, provocó que todo se ordenara con Zokora robando la pelota en todas las zonas y Renato mucho más cerca ya de Luis Fabiano. Tanto fue así que pudo llegar el empate en un cabezazo franco de Renato llegando en segunda línea en la acción que se convertiría en el preludio de la exhibición sevillista en el tercer tercio del litigio.

Cigarini cogió confianza y en una de sus ayudas arriba vio el desmarque de Luis Fabiano antes de que éste se metiera en fuera de juego. Pase perfecto y no menos certero remate con la pierna izquierda del brasileño para igualar el tanteo. Desde entonces, el Sevilla, con más cambios positivos manando de su banquillo, fue creciéndose y convirtiéndose en ese equipo letal que tantas satisfacciones ha proporcionado a sus seguidores en los últimos años. Ya todos sumaban, ninguno restaba.

El primero en hacerlo, por supuesto, era el campeón del mundo, ese Jesús Navas dispuesto a dar un paso más en pos de liderar a este excelente grupo de futbolistas. Con Kanoute y Negredo en el campo como pareja de refresco en el ataque, el palaciego se vio fácil ante la presión de unos rivales que lo rodeaban y superó esta adversidad para poner en juego a Negredo, éste se ganó de nuevo el respeto de la grada con una gran acción individual y le puso un extraordinario balón a Kanoute, quien se encargó del resto. Como siempre, acertó con el remate, toque letal con la izquierda a la red.

El Sevilla había sido capaz de ponerse por delante ante un Barcelona que antes del intermedio parecía el de las estrellas a pesar de que estaba cargado de niños en su alineación. Eso sí, con un Daniel enchufado como siempre, y con Ibrahimovic, no se olvide. Pero el Sevilla ya era el de los grandes días y no había manera de pararlo, sobre todo cuando conectaron Jesús Navas, ¡de tacón!, Perotti y Kanoute. 3-1 en el marcador y un paso importante, que no definitivo, para acercarse al undécimo título oficial de la entidad. Aunque eso, con ser importante, no lo es tanto como la imagen que dejó la segunda mitad y eso es lo mejor que se puede decir de un equipo que pasó del cero al infinito a los ojos de los suyos.

Árbitro: Muñiz Fernández HH (asturiano). No se notó apenas y eso ya es mucho en él.

Tarjetas: Amarillas Zokora (58'), Dabo (68'), Cigarini (72') y Daniel (92').

Goles 0-1 (20') Ibrahimovic. Balón por fuera de Maxwell, Fazio no llega al despeje e Ibrahimovic llega entre los dos centrales para tocar con calidad a la red. 1-1 (62') Luis Fabiano. Gran pase interior de Cigarini para el desmarque de Luis Fabiano y el brasileño marca con el pie izquierdo. 2-1 (73') Kanoute. Gran combinación entre Jesús Navas y Negredo, el madrileño avanza y da un pase medido a Kanoute para que éste desvíe con la izquierda a gol. 3-1 (83') Kanoute. Taconazo de Jesús Navas para Perotti, éste lanza un gran centro con la izquierda y Kanoute cabecea a bocajarro.

Incidencias: Encuentro de ida de la Supercopa de España disputado en el estadio Ramón Sánchez-Pizjuán ante unos 38.000 espectadores. Presidieron Ángel Villar y Sánchez Monteseirín.

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