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Tribuna Económica

La maldición de los recursos naturales

  • Países como Venezuela y Rusia tienen economías dependientes de las exportaciones energéticas y no han sabido diversificar su producción.

LA semana pasada tuve la oportunidad de formar parte de un tribunal para juzgar una tesis doctoral en la Universidad de La Laguna, la última del programa que lleva a cabo la Facultad de Económicas de esa Universidad con otras de Venezuela. También en Andalucía se han desarrollado programas de este tipo, que suponían el seguimiento de unos cursos de doctorado y la lectura de una tesis. Esta tesis era de calidad, y trataba de la reforma de la legislación laboral en Venezuela; sin embargo, es muy difícil analizar aspectos concretos de la economía, cuando se encuentra uno ante una crisis total como la que sufre ese país. La doctoranda, para explicarnos hasta qué punto es grave la escasez de productos básicos de alimentación o de farmacia, nos puso el ejemplo del plato nacional venezolano, llamado pabellón criollo. Aunque con variantes, los ingredientes principales son arroz, carne y alubias; pues bien, el país no tiene prácticamente capacidad de autoabastecimiento y ha de importar incluso estos productos tan elementales. Antes no era un problema, pero ahora la pérdida de valor de su divisa le hace muy difícil comprar fuera.

El auge y caída del precio del petróleo, que ha pasado en unos años de más de 140 dólares el barril, a menos de 30, lleva a la miseria a economías que dependen exclusivamente de él. Es fácil, en una época de precios altos, pensar que sólo se necesita invertir en ese negocio y comprar fuera todo lo demás, a precios relativamente bajos. Ésta es la maldición de los recursos naturales, que puede llevar también a una pérdida de competitividad del país en otro tipo de industrias. En 2015 sólo hay tres países con peso cuyo producto haya sido negativo; uno es Venezuela (-4,5%), otro Rusia (-3,8%) y el tercero Brasil (-3,4%). La situación de este último es más compleja, pero los dos primeros son economías dependientes de las exportaciones energéticas, que no han sabido diversificar su producción.

Nuestra experiencia en España y en Andalucía tampoco es ajena a lo que decimos, pues hemos tenido nuestra materia prima en la construcción, donde la subida de precios ha atraído como un imán financiación, inversiones, y recursos humanos, en detrimento de otras alternativas. Ahora el turismo nos está salvando, y tiene recorrido porque disponemos de unas de las mejores infraestructuras de comunicaciones y servicios del mundo, en la que con nuestros impuestos hemos invertido mucho dinero. Además, cuenta con empresarios expertos y unos recursos humanos excepcionales. Pero, como toda actividad que explota un recurso -nuestra situación, climatología, riqueza natural y cultural-, tiene un componente de incertidumbre, y supone un desequilibrio productivo. Qué interesante sería dejar de hablar de los millones de visitantes que han venido o esperamos, que vendrán de todas formas, y poner más atención en el impulso a producciones de equipamiento, alimentarias, industriales, y aplicaciones expertas, que pueden aprovechar la proximidad de ese turismo; y si un día falla, siempre dispondremos de una capacidad de producir para satisfacer necesidades de consumo interno, o exportar.

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