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Ana Griot. Filóloga, contadora de cuentos

"A los adultos se les cuentan cuentos para despertarlos"

  • Considerada una de las grandes expertas españolas en la literatura popular y oral, afirma que nos gustan las historias porque "el narrador mira a los ojos, y pone en juego su corazón, su voz, su piel".

Ana Cristina Herreros (León, 1967) es Ana Griot cuando es narradora oral. Licenciada en Filología Hispánica por Universidad Autónoma de Madrid, ha escrito varios libros sobre la literatura popular y oral, y está considerada una de las grandes expertas españolas en el tema. Sus recopilaciones de cuentos populares españoles y del Mediterráneo han merecido premios como los Nacionales del Libro Mejor Editado en 2008 y 2010 por Geografía mágica y Libro de monstruos españoles respectivamente. Afirma que nos gustan las historias porque "el narrador mira a los ojos, y pone en juego su corazón, su voz, su piel".

-¿Cómo prefiere que se le llame: lingüista, investigadora, filóloga, cuentacuentos o cuentista?

-Soy géminis y mujer, así que no tengo problema en ser más de una cosa a la vez. Cuando investigo, me gusta que me llamen investigadora, cuando escribo sobre lo que investigo, me gusta que me llamen lingüista o filóloga. La palabra cuentacuentos no me gusta por reiterativa, es como si a un pintor se le llamase pintapinturas o pintacuadros, y cuentista es demasiado peyorativo. Me gusta más, cuando cuento, que se me llame cuentera, que es la manera en que se llama a los narradores en América, y cuando vengo al sur me gusta más cuentaora.

-Podrá confirmarnos si se ha perdido la costumbre de contar cuentos a los niños para que se duerman.

-Se sigue contando a los niños en las situaciones en que se contaba tradicionalmente: para que duerman y para que coman. A los adultos se les cuentan cuentos para que despierten. Contamos historias que podrían parecer fantásticas e imposibles, para que algún día sean posibles.

-¿Es normal que la palabra cuento se considere sinónimo de mentira?

-Me parece que nos venden conceptos de palabras que no corresponden a su verdadero significado. Etimológicamente, cuento, significa "pieza de metal que se ponía en el extremo de la lanza" o "pértiga", y eso es el cuento: lo que, como la pértiga, nos lleva a otro lugar de un salto, al lugar donde el que la hace la paga, al lugar en el que la justicia es el final del cuento. También es lo que, como la lanza, hiere a los que no quieren escuchar, a los que no quieren que se haga justicia. Por eso hay esa derivación a la acepción más peyorativa de mentira como inverosímil, que no se puede creer por maravilloso.

-¿Lo que cuenta este gobierno, y otros muchos, se puede llamar cuentos?

-Ojalá contaran cuentos. Ellos dicen mentiras. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Lo que dice el narrador, el cuento, sucede en el presente en que se cuenta porque el narrador oficia como un médium que pone al servicio de la historia su aliento, su pálpito y su piel. ¿Conoces a algún político que se deje la piel?

-¿Esa preocupación por recopilar cuentos populares quiere decir que el género está en peligro de extinción?

-En absoluto. Los cuentos, que hunden sus raíces en tiempos muy antiguos, cuando el hombre y la mujer aprendían a ser hombres y mujeres, siguen viviendo y vivirán mientras haya quien los cuente porque hablan de las emociones que nos embargan, y estas son las mismas desde hace milenios. Hay que recogerlos para que la gente siga dándole valor a lo que siente y para que se dé cuenta de que, como los cuentos, idénticos en sitios muy alejados del planeta, la gente somos toda igual.

-¿Si se pierde la tradición oral estamos más expuestos a lo que nos quieran contar otros?

-Ya les gustaría a ellos que se perdiera. Intentos ha habido, como una ministra, de cuyo nombre no quiero acordarme, que dijo que iban a quitar los cuentos populares de la escuela porque eran crueles y no enseñaban nada. Sin duda confundió crueldad con justicia y moraleja con mensaje. Pero no se perderá porque los seres humanos sentimos la necesidad de contar, de contarnos, para construir nuestra identidad. También ellos, por eso construyen un mundo de mentiras, por eso le tienen tanto miedo a los cuentos.

-León Felipe decía que "el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos".

-Y decía muy bien. Los cuentos hacen que mi miedo no sea un miedo individual sino colectivo. Por eso León Felipe habla del "hombre" y no dice "los hombres".  Los cuentos nacen de la humana necesidad de establecer vínculos, a través de la palabra, de constatar que eso que me sucede a mí: que tengo miedo, no es sólo a mí a quien sucede sino a todos los que me acompañan.

-¿Cuáles son sus cuentos favoritos?

-Depende de cómo me levante. Me gustan casi todos los cuentos populares. Últimamente cuento mucho el de La rata que nunca fue presumida, porque la rata nunca fue presumida. Nos la volvieron presumida las monjas francesas que utilizaban los cuentos para educar a las señoritas en eso que hacía de ellas buenas esposas: el recato. Pero a la rata no se la comen por ser presumida, se la comen porque elige mal. Que por eso se nos comen a todas.

-¿Esconden los cuentos infantiles pasiones, perversiones o maldiciones? Ya sabemos lo que se dice de Caperucita y el Lobo?

-Lo que cuenta el cuento de la Caperucita roja es que, no importa lo desobediente que seas, si te encuentras con un lobo que intenta devorarte, siempre hay alguien que te ayuda a salir de su tripa. A veces un cazador, a veces un leñador. Las corriente psicoanalítica es una manera más de contar el cuento. 

-Sus últimas presentaciones incluyen cuentos eróticos ¿Está muy presente el erotismo en los cuentos populares?

-El erotismo siempre estuvo presente en los cuentos populares porque no eran cuentos para niños. Los niños estaban, pero el verdadero receptor eran los adultos. Pero por esta presencia de los niños de la casa, el erotismo era velado y estaba presente en palabras con doble sentido o situaciones que se podían interpretar de diferentes maneras según fuera tu edad y tu experiencia. Lo que sucedió con los cuentos populares fue que todos los grandes recopiladores de finales del XIX y comienzos del XX estaban vinculados con la iglesia, y le quitaron el toque picante para volverlos edificantes. Aunque aún se puede rastrear ese erotismo, y sobre todo escuchar a poco que uno se pare a charlar con alguna mujer en las aldeas.

-Cuénteme un cuento, pero sólo de un párrafo.

-Había una vez un princesa

a la que despertó

no el beso de un príncipe

sino una revolución…

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