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Mathias Enard · Escritor, ganador del Premio Goncourt

"Hay que ver más allá de las llamas y el fanatismo"

  • Erudito y apasionado, de trato afable y ajeno a toda pose fatua, escritor y arabista, Enard (Niort, 1972) ganó la última edición del Premio Goncourt con 'Brújula'.

–Usted pretendía, al escribir Brújula, abordar y desmentir ciertos clichés sobre Oriente. Quizás deberíamos empezar aclarando qué entendemos por Oriente...

–Claro. Hemos esencializado lo que no era más que una dirección. Oriente no significa nada en sí mismo. Pero nosotros lo hemos llenado de representaciones del Otro muy diversas, de modo que Oriente es, por ejemplo, violento y fundamentalista pero también sensual, por lo que nosotros mismos lo definimos con términos opuestos y esa contradicción no parece importarnos demasiado.  

–¿Cuál o cuáles clichés le parecen más perniciosos?

–Me molesta el determinismo político, eso de “el islam es incompatible con la democracia”, o la figura del inevitable déspota oriental. Esos clichés sirven a una retórica de dominación política y son peligrosos porque pueden convertirse en profecías autocumplidas. De hecho, condicionan la forma en que la Unión Europea se relaciona con la zona: “Como hemos decidido que allí no funciona la democracia, para qué vamos a hacer ningún esfuerzo para que la haya”.

–Su libro habla de la necesidad de entender al otro, de no sentirlo como una amenaza sino como una forma de riqueza. No va por ahí el aire de los tiempos...

–Así es, pero hay otra forma de verlo. Nunca ha habido tanta relación, y tan estrecha, entre culturas distintas. Hay más Oriente en Occidente ahora que nunca, y al revés también. La violencia nos impide ver la realidad más allá de eso, por ejemplo el intercambio cultural constante. Nos quedamos en la superficie y es importante ver más allá de las llamas y del fanatismo. 

–El mundo se ha hecho más pequeño y, al sentirnos más cerca los unos de los otros, resulta que nos damos más miedo...

–Es la gran contradicción de la globalización. Está en todo ya, pero tan asimilado que ni lo notamos. Tu lavadora puede estar fabricada en China, llevar un motor alemán y tener marca inglesa, y nos parece todo normal. Nosotros somos así también ya, al igual que nuestras culturas. Pero nos cuesta entenderlo y sobre todo nos cuesta relacionarnos con las diferencias, no digamos ya adaptarnos e incluso disfrutar de ellas, por qué no. Muchos políticos utilizan el miedo para lograr más votos. Ése es el gran peligro de Europa, estos populismos simplificadores que niegan su complejidad al mundo.

–¿Cómo pueden adaptarse a las diferencias quienes no sólo no tienen esa actitud ante la vida, sino que además las sienten como una amenaza o una imposición? Ahí están los debates sobre el velo o el burkini...

–No vamos a negar que hay aspectos de dominación de la mujer en la religión musulmana, al menos tal y como algunos la practican. Pero también hay muchas formas de llevar el velo, en algunos sitios llevarlo es una forma de reafirmación feminista, por ejemplo, y sí, también hay que lo lleva por sumisión. Hay que defender la libertad y la igualdad y todos los derechos de las mujeres de la forma más contundente, esto es obvio. Pero nada de esto tiene relación con la intervención en la libertad del espacio público, que nos ha costado tantos años lograr, en la playa o donde sea. ¿Vamos ahora a renunciar a él? ¿Vamos y decimos “no, tú no, así no puedes ir vestida”? Eso es discriminación, racismo puro y duro. El problema es que se mezcla todo: el miedo al otro, el islam, la liberación de la mujer, el espacio público... Planteado así, es un debate imposible. 

–No es el único punto en el que el Gobierno de su país le tiene disgustado...

–La reacción a los atentados en Francia ha sido muy necia. Entre otras cosas porque redunda en lo que busca Daesh [el también llamado Estado Islámico]. ¿Estamos en guerra? Eso es darles la razón. La retórica de la guerra lo primero que hace es ratificar que existe un enemigo. ¿Pero cuál es? ¿Cualquiera? ¿Cualquiera que sea musulmán? Eso es lo que quería Daesh, fraccionar las sociedades occidentales donde viven muchos musulmanes. Por eso la reacción del Gobierno francés me parece un error bastante grave. 

–En su momento fue usted optimista acerca de la llamada Primavera Árabe...

–Ahí, la verdad, nos equivocamos todos. Por otro lado, las cosas llevan su tiempo, veremos cómo están esos países dentro de 20 años. Pero de momento el único que se salva, más o menos, es Túnez. Aunque tienen un problema enorme: son el país con más yihadistas en el extranjero de todo el mundo árabe. Esa gente va a volver, y va a ser muy duro... 

–Otro debate sin fin: el proyecto europeo. ¿Cómo ve usted al enfermo?

–Yo creo que este último proyecto europeo que llamamos Unión Europea perdurará. Pero también creo que el proyecto europeo que iba más allá del intercambio de bienes y de monedas, que buscaba fabricar un espacio político común, ése ya no sé ni siquiera si existe. 

–Tanto tiempo viviendo en Barcelona le habrá servido para conocer bien la realidad política de Cataluña y del resto de España...

–Yo pienso que la cuestión catalana se podría resolver con un referéndum. Es el destino lógico de esta cuestión, que se enmarca en un problema general de España, que no ha sabido reinventarse desde la Transición. Es obvio que hay que encontrar otra forma de gobernarse, o más ampliamente aún, un nuevo pacto nacional. Pero qué pasa: que los políticos antiguos no tienen ningún interés en promover nada de eso en serio, entre otras cosas porque significaría su fin. Y obviamente no hay nada que se resista más a morir que un viejo político. 

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