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García Escudero y la faena casi imposible

En el Senado se siente casi como en casa, porque no en vano lleva recorriendo sus pasillos y despachos desde hace dieciséis años. Y desde mañana presidirá esa Cámara, una institución que todos dicen querer cambiar pero cuya reforma casi bordea la utopía.

Se trata de Pío García Escudero, un arquitecto de 59 años que se introdujo en las aguas de la política de la mano de un compañero de pupitre en el madrileño colegio del Pilar que, décadas después, se convirtió en el primer presidente del Gobierno del Partido Popular.

José María Aznar le apadrinó primero en Castilla y León, donde fue director general de Patrimonio, y después en Madrid, donde lo ha sido casi todo: diputado autonómico, concejal de urbanismo, teniente de alcalde, senador por designación autonómica primero y por elección más tarde, presidente del PP madrileño, coordinador de la campaña nacional de su partido en elecciones municipales...

Quien en los últimos siete años ha sido portavoz popular en el Senado ha sonado para aún más responsabilidades, como apuntaban los rumores que, por ejemplo, le situaron en la secretaría general del PP en uno de los momentos más delicados que ha tenido que afrontar Mariano Rajoy como líder de su partido: el Congreso de Valencia del año 2008.

"Tengo uno de los mejores currículos virtuales de mi partido", ha llegado a bromear ante las conjeturas que le han ubicado en cargos que nunca ha ocupado.

Parecía querer reservarse para el de presidente de la Cámara Alta. No ha dudado en confesar en privado que eso colmaría sus aspiraciones, y quien será el próximo jefe del Gobierno ha accedido a sus deseos en una de las decisiones más previsibles de las que se esperan de él en los próximos días.

El elegido pareció dar pistas en esa dirección cuando el pasado 30 de noviembre, con motivo de la jornada de puertas abiertas en el Senado, se situó junto a quien va a suceder, Javier Rojo, para saludar a las personas que accedían al edificio.

Era la imagen anticipada del inminente relevo en un Palacio que va a ver sentado en lo más alto de su hemiciclo a un noble. Cuarto conde de Badarán, ha heredado un título nobiliario que el rey Alfonso XIII creó expresamente en 1926 para su bisabuelo, subgobernador del Banco de España y que ejerció temporalmente de máximo responsable de esa institución.

Si tiene que elegir una pasión, no duda: los toros. Enamorado de esta fiesta, ha dado la batalla contra la decisión de prohibirla en Cataluña.

Con ese objetivo ha defendido iniciativas para que se declarara bien de interés cultural y en las que ha llegado a asegurar que, si él fuera toro, preferiría morir en la plaza después de haber luchado durante veinte minutos.

Muchos minutos más va a tener que luchar en el salón de plenos para imponer el orden en alguna de sus sesiones si es que se repiten momentos de duro enfrentamiento verbal como los que él ha protagonizado durante las dos últimas legislaturas con José Luis Rodríguez Zapatero.

Pero se antoja que su mandato puede ser más placentero, con mayoría absoluta del PP en la Cámara y en el Gobierno y con una bancada socialista muy debilitada en número tras el 20N.

Puede presumir de ser el senador más votado en España en toda la historia de la democracia. Lo consiguió en 2008, con casi 1,7 millones de sufragios, una cifra no superada en los comicios del mes pasado.

Casado y padre de dos hijos, amante de la música de la década de los ochenta y buen jugador de mus -eso dice él como asegura de sí mismo todo aficionado que se precie- ha dejado su sello de arquitecto en la rehabilitación de la Plaza Mayor de Salamanca, de la fachada plateresca de la Universidad salmantina y de la madrileña Puerta de Alcalá.

Como todos los que le han precedido, llegará con el objetivo de otra reforma, la del propio Senado. Empieza esa faena. Nadie, hasta ahora, ha podido rematarla.

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