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Jueves de Feria

Acariciando la perfección

  • El tiempo parece ser más benévolo, por lo que el calor fue más soportable en el real. Las calles no se llenaron hasta pasadas las cinco de la tarde con un paseo de caballos que sigue bastante diezmado.

EL mercurio dio una tregua. O al menos, eso aparentó. La chaqueta en el real fue más soportable. La Feria pasa su ecuador mirando el termómetro y esos partes de la Aemet (para los no entendidos en siglas, Agencia Estatatal de Meteorología) que vaticinan cierto descanso del calor para los próximos días. Mientras que el futuro llega -cosa que en estos días es un devenir demasiado lejano- los sevillanos intentan hacer del albero su espejismo de felicidad, un polvo amarillento que este año logra el éxito de asentamiento. Nada se puede criticar al respecto.

El real a las doce de la mañana es un páramo. Lonas de resaca caídas que atemperan las horas a la espera de una nueva jornada. Las de la municipal son una de las pocas que permanecen levantadas, caseta huérfana de protocolos y aperitivos con los que instituciones, partidos y otros interfectos de complicada calificación satisfacían el gaznate en estos días de la segunda estación del año. Precisamente en este recinto es en el que el delegado de Movilidad y Seguridad, Demetrio Cabello, hace público su parte de incidencias y otros asuntos del miércoles de farolillos. Entre tanta cifra llama la atención lo que a ninguno se le pasaba por la cabeza: "Hay un pavo por la Feria". El enunciado, que se presta a múltiples interpretaciones, tiene su explicación. Estas aves galliformes -según la RAE- huyen del Parque de María Luisa para aparearse en la frontera del recinto ferial. Una acción a la que no son ajenos ciertos seres de dos patas que frecuentan tales zonas en estas fechas. El caso es que su visión ha despertado la atención de numerosos viandantes, mientras que el delegado Cabello teme que el citado animal acabe presentado en un revuelto o seccionado en esas croquetas que cualquier sevillano traga para menoscabar el efecto de la manzanilla, fino, cerveza o rebujito.

El pavo en la Feria da mucho juego. A esa hora en la que el responsable de Seguridad da cuenta de las incidencias sólo hay visitantes de otras provincias españolas y algún que otro despistado extranjero por el real. Los delatan sus deportivas blancas (incluso sandalias en algunos casos) y ese clavel mal colocado que raya en la frontera del ridículo. Una hora después la Feria empieza mínimamente a animarse. Es la recepción en la caseta de la Policía Local. Hay entrega de premiso deportivos. Los allí congregados agradecen el aire acondicionado habilitado, conscientes de que el efecto del desodorante tiene una vida efímera. Compadece el alcalde, Juan Ignacio Zoido, y la delegada del Gobierno, Carmen Crespo,una política del PP que sabe defender como pocas el uso del rojo en su indumentaria (bastante ajustada) y a la que su abanico ayuda a remover los aires tórridos que en ese momento se respiran bajo las lonas blancas y azules.

Esa misma tonalidad se repite en la caseta de la Policía Nacional, en la que además de la tonalidad cromática se conjugan las puntillitas, los montaditos de lomo y los langostinos, ese marisco por el que más de un paladar clama en la Feria. Esta caseta posee el privilegio de la perspectiva. Desde una cotizada esquina se puede vislumbrar un buen cuarto del real y todos los mortales que por él pasean. A lo lejos se percibe el trabajo que Teresa Puig y Antonio Mesa (incluido todo el cable que les sobra) realizan estos días para TeleSevilla, así como a Eduardo Carrera Sualís o a Juan Ignacio Moya (traje beige impecable) dirigirse a sus respectivos cónclaves de avituallamiento. Mientras esto ocurre, la subinspectora Esther Carmona (con volantes incluidos) departe con otras compañeras de traje de gitana (prohibido lo de faralaes) sobre la coincidencia temporal. Dentro de un año, a esa misma hora, la Macarena estará a punto de entrar en su basílica y al Cachorro le quedarán pocas horas para salir. Fiestas simultaneadas en un devenir temporal al que escapan tres féminas que disfrutan de estas horas de sobremesa en otra esquina.

Se trata de la caseta Juan Belmonte 210, una nada desdeñable confluencia en la que asienta su aforo ferial la empresa municipal de vivienda (Emvisesa). Por allí se dejan ver Eva Cristóbal Domínguez, Lola Gandul y Sonia Huertas. Tres gracias de abril a las que el calor de la media tarde les supone un aliciente para deleitarse con el turbio color del rebujito y los abundantes platos de jamón. Junto a ellas se encuentra Judiht Mendoza, que a sus 32 años ya sabe lo que es ganarse la vida en Alemania, en la que estuvo cantando inspirándose siempre en su padrino artístico, Manuel Pareja Obregón.

A las siete de la tarde el real bulle. La gente viene de casa con el estómago satisfecho, por lo que no hay que dañar en demasía la cartera. Cuesta trabajo andar por las calles de albero, mientras que la de adoquines es un mero cuentagotas de carruajes. De aquellos polvos, estos lodos. Suenan grupos musicales de repetitivas rumbas, tanto como el aceite de la fritanga de estos días. En el rostro, siempre una sonrisa. La mágica ficción de la Feria, que ayer acarició la perfección.

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