El tren de la bruja

De los buñuelos al gofre

  • En el carrusel del tiempo, la Feria tiene distintas y distantes maneras de representarse.

TIENE tiempos muertos la bruja, en sus devaneos en el tren, para echar la vista atrás y repasar los misterios de la Feria. Total, para eso no le hace falta la escoba, ni la memoria histórica, sino dar rienda suelta a la máquina del tiempo como si las vueltas del tren, libres de la machacona rutina de la atracción, hicieran las veces de carrusel del tiempo. Aunque este ejercicio le cuesta a nuestra bruja porque se sabe reconvertida en operaria de feria, algo así como humillada por el poco alcance de sus conjuros, y sometida a la disciplina de los balances para ver si cabe algún desahogo después de las extenuantes jornadas en el tren. Aun así, soslayando lo que para ella suponen las perdidas noches de gloria en los aquelarres más demoníacos, la bruja lamenta el deterioro de lo genuino, la transformación de lo natural en artefacto y lo complicadas que pueden hacerse las cosas sencillas. Sí, se dice para sus adentros, tal debe ser el signo de los tiempos, y no es cuestión de ponerse esencialista porque así no hay forma de comerse una rosca en estos tiempos posmodernos en que las interpretaciones más o menos universales son puestas en solfa por el relativo dictado del depende. Pero no conviene irse por las nubes, aunque ella, la bruja, sepa de vuelos siderales a la luz de la luna, sino que basta con rememorar los antiguos puestos de las buñoleras, incluso los que todavía traen causa de aquellas labores primigenias, cuando la Feria era bien distinta, y distante, de la de ahora. Y volver la vista para encontrar, junto a las "frutas de sartén" que dan forma a los buñuelos, la más moldeada elaboración de los gofres o la versátil utilidad de los "crepes" para consuelo del estómago. De modo que aquellos, los buñuelos, hechos a las formas de un tiempo y a las manos de las gitanas, cuando en la Feria cabían pocas provisiones elaboradas. Y estos, los gofres de hogaño tal vez más próximos a la novelerías del paso del tiempo, incluso a lo que resulta algo exótico o extranjero, poco más o menos como un menú nórdico, y barato, en Ikea.

Y en sus elucubraciones de escoba parada, la bruja también repara en la rudimentaria pero hermosa sencillez de las calesitas, en la previsible y poco frenética evolución de los cacharritos, que bastaban para provocar emociones controladas, en tanto que ahora rige el desmedido impacto de las atracciones que ponen las sensaciones al límite. Es el signo de los tiempos, repite la bruja, mientras busca las verrugas que se quitó con la cirugía plástica.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios