Miércoles de Feria

Triunfo, gloria y apogeo del abanico

  • Las altas temperaturas dejaron despobladas las calles del real en las horas centrales del día. No empezaron a ambientarse hasta que el sol comenzó a languidecer.

AMANECE este miércoles de farolillos con el ojo puesto en la aplicación meteorológica del teléfono móvil (de última generación, por supuesto). Si ayer fueron 33, hoy serán 35. Dos grados que se suman a la chaqueta y la camisa. Surge entonces la incertidumbre existencial a la que todo feriante sucumbe cuando el mercurio se pone demasiado alegre: ¿hay bula estética para no llevar corbata con tanto calor? Mientras llega la respuesta a la pregunta metafísica, se busca en el fondo de armario el modelo con el que afrontar esta segunda jornada de una fiesta en la que el lorenzo ha sacado el abono para toda la semana.

En una celebración donde la belleza lo enmascara todo -o casi todo- cualquier duda sobre la indumentaria se convierte en una sofocante inquietud hasta recibir el visto bueno del prójimo. Aunque también es cierto que la aprobación de terceros en Feria es como el algodón dulce de los puestos que salpican el real: azúcar volátil que envuelve un palo. El duro palo de la realidad. Hasta que se recibe el beneplácito estético sobre el albero, se ha perdido ya parte de la fragancia con la que se salió de casa. Se vaya en coche propio (una auténtica tortura a la hora de aparcar) o en autobús de Tussam, transporte en el que el aire pasa a convertirse en una especie de masa -que puede hasta tocarse- impregnada de aromas finos, clásicos y para no haber olido nunca, siempre hay una arruga que se suma como invitada no grata a la celebración.

Llegados ya al punto cero de la celebración -la portada en la que todo el mundo se cita o la caseta del primo aquel con el que sólo se queda una vez al año y en ese mismo lugar- hay quien se arrepiente de haber venido a la Feria a comer. Unas cuantas horas más tarde no hubiera venido mal, pero hoy era el día de verse todos y reunirse en torno a una mesa en la que dar justa penitencia al bolsillo. También en ese momento uno se arrepiente, y mucho, de haber optado por la corbata, convertida por instantes en bufanda de lana con la que aumentar el sofoco que se vive en la sobremesa feriante.

En la vida siempre existe una primera vez. Y hay quien por primera vez desiste de acudir a la Feria con corbata. Camisa abierta que deja entrever la costosa depilación de algunos y la generosidad en el vello de otros. Decíamos que siempre hay una primera vez, hasta para venir a la Feria, como le ocurre a Mónica Gracia, secretaria general del Sindicato Unificado de Policía (SUP), una catalana residente en Madrid que vive su primer día de farolillos en Sevilla. También ella se ha convertido en la primera mujer en ser presidenta de un sindicato policial a nivel nacional. Gracia nunca tuvo entre sus anhelos acudir a la Feria sevillana, reconoce que "no se ve entre volantes", aunque al momento admite sentirse "muy bien" pese a no dejar de usar el abanico que complementa su negro atavío.

Llega un momento en el que el feriante acepta al calor como compañero inseparable de la fiesta. Es la mejor manera de admitir que el fresco es una quimera de complicado logro. Por tal motivo, se entrega a la obligada alegría, como la que mostraba Santiago Raposo en la caseta de la asociación cultural de la Policía Local, en la que sus brazos constituían la mejor metáfora del horror vacui: sin posibilidad de dejar de ofrecer platos, ya fueran de croquetas, carne con jamón o almejas. Todo un lujo en estos tiempos de esquilmación bolsillera.

El contrapunto al horror vacui se ofrece a esas horas en el real. Calle semivacías y un paseo de caballos con demasiados huecos. Estampa imposible hace años, cuando resultaba una aventura hacerse un pasillo para pasar de una acera a otra. El calor espanta a un público que prefiere inundar el recinto cuando el sol languidece, a esa hora en la que venir comido a la Feria constituye un gran desahogo para las economías familiares.

Lo que sí constituye un desahogo para la vista es la pasarela de volantes y vestidos entallados que ofrecen las calles en esos instantes en los que la luz ciega la vista. Seducción estética que llega al embeleso. Miradas que se pierden en un sinuoso escote donde la primavera siempre florece. La Feria -donde pocas cosas son las que parecen- incita a lanzar piropos guardados en la alcoba de la discreción, como el que profesan a la periodista de Canal Sur,Charo Padilla en plena caseta de la Policía Local: "Eres la causa de mis desvelos en Semana Santa". Piropo que queda agraciado con la perfecta sonrisa de esta reportera de cera y albero.

La Fiesta sigue su cauce. Cuesta trabajo animarla a esas horas en las que se extraña un sofá donde pasar el calor sobrevenido de mayo. Un calor que se ha hecho compañero de festejo. La corbata ya no estorba, sino que se ha convertido en un apéndice del cuerpo. Se busca el ventilador, el aire acondicionado -cada vez más presente en las casetas, como los aspersores- o el simple aire fresco de los aleteos del abanico. Se busca, y más que nunca, la refrigeración cuando la barra de la caseta se colmata y la freidora es el infierno de los cacharritos (calesitas para los más rancios) pero sin el ruido de éstos y sí con el de los tertulianos. Se baila con la plena alevosía de dejar patente la pérdida cada vez más acusada del desodorante. Mezcla de olores en ese aroma concreto, indefinido y de obligado olvido que tiene la Feria en ciertas horas del día.

Sólo cuando la tarde cae el real se anima verdaderamente. La calle Asunción es un río desbocado de gente en busca de diversión. El feriante a esa hora tiene pegadas la chaqueta, la camisa y la corbata. Forman parte del cuerpo. De ese cuerpo que se ha entregado a la fatiga y la gloria de un miércoles de Feria. Aire, por favor, para seguir disfrutando.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios