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Un oasis de liberación

  • Jóvenes artistas palestinos convierten el Freedom Theatre en un espacio de libertad donde combaten la opresión que les asfixia, con el arte como única herramienta.

La historia de Motaz, Saber, Anas, Alá y Areej no es la historia de cinco jóvenes actores. Es la historia de cinco leones. Cada vez que suben a un escenario, con sus pulmones inflados de seguridad, erizan los pelos al público, demostrándoles que para ellos el teatro no es un simple entretenimiento, o distracción, como en la mayoría de los países occidentales: es el único lugar en el que pueden sentir su libertad al 100%.

Estos cinco estudiantes de teatro son palestinos, aprenden las artes de interpretación en la escuela del Freedom Theater (Teatro de la Libertad), situada en el campo de refugiados de Yenín, Cisjordania.

Ser actor en Palestina no es como en Europa o América. Empezando porque vivir en Palestina, encerrados dentro del cemento que forma el muro de separación, es como intentar respirar con una correa alrededor del cuello.

Cada día se levantan a las ocho de la mañana para acudir a sus clases de interpretación. Anas y Saber tienen la suerte de vivir en la ciudad. Saber, cantante y actor, reside a diez minutos de la escuela y puede desplazarse en su bicicleta. Motaz, Ala y Areej han de viajar en un minibus naranja desde las aldeas colindantes hasta llegar a Yenín. A veces los soldados israelíes les paran en el camino pidiéndoles documentación y haciendo que lleguen tarde. "Me niego a darles mi célula de identidad a unos extranjeros en mi propio país", comenta Motaz, joven cantante y actor de 20 años de edad, "podrán llevarme preso, o dispararme, me da igual, pero no tienen derecho a estar registrándome siempre. No soy un criminal".

Alá desprende el mismo coraje que su amigo Motaz cuando su familia le pregunta por qué se esfuerza por trabajar cada día en esa caja negra (escenario). No entienden que Alá es un animal salvaje en escena, que siente que la caja negra es el trampolín en que puede lanzar su talento sin que nadie le juzgue.

Areej encuentra en el teatro un cobertizo perfecto para desprenderse de la máscara que acarrean muchas mujeres en la conservadora sociedad de Yenín. Pasan de ser poseídas por sus familias a ser propiedades de sus maridos, negándoseles su independencia. Ella, siempre alegre, oculta sus pensamientos bajo un antifaz de sonrisa cuando le preguntan por qué quiere ser artista.

Anas piensa que el teatro es su única respuesta en una telaraña de preguntas que no logra comprender. La solución de encontrar una alternativa educativa a la escuela, donde los profesores golpeaban sus muñecas con una vara metálica cuando les venía en gana, molestos por alguna travesura de sus alumnos.

Los muchachos no sólo sufren la ocupación del Ejército israelí, sino también la ocupación mental en la que está sumida la sociedad de Yenín. Una comunidad muy conservadora, la cual no ve con buenos ojos las apariciones de Saber con pantalones cortos, camiseta sin mangas o pelo pintado de amarillo cuando interpreta a un personaje. Pero para ellos el teatro es una fábrica de sueños. Un almacén donde reactivan sus ilusiones, perdidas en un país en el que vivir sin motivación, ni esperanza, supone el día a día de los palestinos.

Dos hombres, sus directores artísticos, han logrado que se convirtieran en seres humanos dignos de admiración: Juliano Mer y Nabil Al-Raee. Ellos les devolvieron el brillo a sus miradas perdidas.

Juliano Mer "era como un padre", afirma Motaz, fijando sus increíbles ojos verdes, "él me enseñó todo lo que sé, me enseñó a pelear por mi dignidad, a combatir la ocupación desde el escenario". Juliano Mer, un actor que se definía como 100% judío y 100% palestino creía en una revolución artística. Estaba convencido de que la tercera Intifada sería una "Intifada cultural".

"Siempre quise ir a Haifa, ciudad israelí, pero como soy palestino no tengo permiso para cruzar el muro. El año pasado cuando estábamos ensayando Alicia en el país de las Maravillas, Juliano nos prometió que nos llevaría a ver el mar en Haifa, nosotros no tenemos playa en Cisjordania. Unos días más tarde mi amigo Anas me llamó para decirme que Juliano había sido tiroteado delante del teatro. Siete balas aniquilaron su cuerpo", relata.

A día de hoy el culpable del asesinato de Juliano sigue sin ser encontrado. Después de Juliano llegó Nabil Al-Raee, otro director lleno de agallas con ganas de devolverles la energía a los estudiantes. La pérdida de Juliano fue dura pero gracias a Nabil volvieron a recobrar su pasión por el teatro. "Nabil siempre nos dijo que aunque perdiéramos a Juliano, su alma seguía viva dentro de nosotros, su revolución cultural estaba luchando cada vez que salíamos a escena delante del público", continúa Motaz. "El miércoles pasado de nuevo me llamó mi amigo Anas para decirme que Nabil había sido arrestado, a las tres de la madrugada por los soldados israelíes. La historia se repetía de nuevo, arrebatándonos a nuestro segundo director".

El Teatro de la Libertad sigue a la espera de que liberen a Nabil. Nada es seguro. El proceso quizás se alargue de unos días, unos meses o incluso años. Podrán arrestar, asesinar o detener a todos sus directores pero Motaz, Saber, Anas, Alá y Areej, tienen claro que nunca se darán por vencidos. Juliano y Nabil podrán haber sido asesinados, encarcelados, acusados de "terrorismo", pero sin duda cumplieron su cometido crear seres humanos íntegros, fuertes pero no violentos. Ellos ganaron su batalla.

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