Cultura

"El verdadero protagonista de 'Don Carlo' es Felipe II"

  • Reputada figura del panorama lírico internacional, el italiano está ya en Sevilla para poner a punto la producción de la ópera que acogerá el Maestranza desde el viernes

Acaba de llegar a Sevilla desde Pekín, donde ha firmado un contrato para producir 10 óperas en los próximos cinco años en el Nacional Center for Performing Arts, pasando por el Festival de Massada en Israel, y ya está pensando en sus próximos retos, Lohengrin y El holandés errante, dos óperas a las que se acercará por primera vez tras toda una carrera con más de 120 títulos diferentes. Se sabe las partituras de memoria y es capaz de darle a los cantantes indicaciones no sólo escénicas, sino musicales. No en vano ha trabajado con los más grandes cantantes de los últimos 40 años, empezando por su padre. Será ésta su quinta producción en Sevilla, tras Los cuentos de Hoffmann, Andrea Chenier, Madama Butterfly y su muy aplaudida La fanciulla del West.

-¿Quién es para usted el verdadero protagonista de Don Carlo?

-Sin lugar a dudas, Felipe II. Es el personaje central, que debe debatirse entre sus papeles de padre, esposo y gobernante. En la soledad del poder ha encontrado al fin en Rodrigo a un hombre en quien confiar, una persona íntegra, que no se mueve por ambición, sino por desinterés, amistad y entrega a su rey. Yo tengo la teoría de que Felipe II, en el fondo, está enamorado de Rodrigo. Sabe que su esposa no le ama ("Ella giammai m'amò", canta en su célebre monólogo) y su único hijo le odia, pero en Rodrigo encuentra a la única persona a la que abrir su corazón. Pero aunque lo defiende cuanto puede ante el Gran Inquisidor, no tiene más remedio que ceder ante éste (algo de una actualidad sorprendente a la luz de la presión que la Iglesia española está últimamente ejerciendo sobre el Estado) y acceder a su asesinato por motivos de razón de Estado. Le diré una cosa: a pesar de que la ópera lleve el nombre del tenor, mi padre [Mario del Monaco] nunca quiso cantarla. Decía que el tenor se pasaba cuatro actos cantando sin parar, con una sola aria al principio de la ópera, pero que luego quienes triunfaban de verdad eran la Éboli con O don fatale, Elisabetta con Tu che la vanità, Rodrigo con tres arias o Filippo con Ella giammai m'amò.

-¿Cómo ha plasmado en su propuesta escénica esta centralidad del personaje de Felipe II?

-He intentado hacer visible la enormidad del poder de Felipe II en contraste con su soledad afectiva. El suyo fue uno de los mayores imperios de la Historia, en el que no se ponía el sol, gobernado desde su gabinete en Madrid. Por eso he diseñado un cubo escénico en cuyas paredes se representan los mapamundi de la época, con los territorios españoles en todos los continentes conocidos y con las constelaciones del zodiaco. Y allá, en un pequeño rincón de ese imperio, marginado y aislado, se sitúa al inicio de la ópera Don Carlos, acurrucado y lamentando ("Io l'ho perduta!") la pérdida de su amada Elisabetta.

-A este respecto, ¿prefiere la versión en cuatro o en cinco actos?

-Sin lugar a dudas, para darle más coherencia a la trama, es preferible la versión en cinco actos. En el primer acto es donde se fragua el amor entre Carlos e Isabel de Valois, que luego se frustra porque los intereses políticos hacen que sea el propio Felipe II quien se case con la princesa francesa. La situación es por tanto dramática, porque Elisabetta debe pasar de ser la prometida a la madrastra de Carlos y éste de ser su amante novio a su obediente hijo. Quiero tener la oportunidad de hacer alguna vez la versión en cinco actos, porque en ella se incide más en el conflicto afectivo y no tanto en la Leyenda Negra como en la versión en cuatro actos.

-¿Cómo resuelve su diseño escénico la escena del Auto de Fe, la que más abunda precisamente en esa Leyenda Negra antiespañola?

-El elemento central en esa escena es la irrupción de una versión aumentada del Cristo crucificado de Benvenuto Cellini que se custodia en El Escorial. Hay quien me ha advertido de que en la Sevilla cofrade puede crear cierto malestar la figura de un Cristo desnudo, pero ¡es el Cristo ante el que rezaba Felipe II! Cellini lo esculpió para su propia tumba, pero por problemas económicos tuvo que vendérselo a los duques de Toscana quienes, a su vez, se lo regalaron a Carlos V. Ya hubo intentos en su tiempo, como pasó con los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, de cubrir las desnudeces de Cristo, pero es que, además de ser una obra de arte bellísima, Cellini representa a Jesús en su plena humanidad, desnudo, despojado de todo elemento material, como contraste con la suntuosidad y el lujo de la institución eclesiástica representada en la Inquisición.

-Usted que conoce tantos teatros, ¿cómo valora al Maestranza?

-Cuando en el pasado septiembre se estrenó esta producción en Bilbao apenas si pudimos ensayar en el Palacio Euskalduna dos o tres días porque estaban programados varios conciertos de Isabel Pantoja y nos mandaron a ensayar a unos estudios de televisión a una hora de Bilbao. En consecuencia, el estreno no funcionó bien. En cambio, en el Maestranza todo está perfectamente organizado, el personal técnico es estupendo y el coro es uno de los más entregados que conozco. Es además admirable lo que el teatro está haciendo con el poco presupuesto que tiene en la actualidad.

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