Cultura

La otra muralla china

  • En 'Cultura Mainstream', el sociólogo y periodista francés Frédéric Martel analiza el diseño y las estrategias de los fenómenos de masas en el mundo globalizado

Cultura mainstream: cómo nacen los fenómenos de masas. Frédéric Martel. Taurus. 458 págs. 21 euros

Mucho antes de que nos familiarizáramos con términos como prima de riesgo o de que nos preocupara seriamente el futuro de la sociedad del bienestar, los especialistas alertaban de un cambio en la hegemonía mundial que situaba a China en el nuevo puesto de mando que hasta entonces ocupaba Estados Unidos.

Si China compra hoy deuda de los países occidentales y se asienta comercialmente en el continente africano mientras alardea de sus nuevos portaviones y tiene a buena parte de su población activa en los límites de la explotación laboral, por no hablar de otros derechos fundamentales, no habría de extrañarnos tampoco que el todopoderoso e influyente Hollywood agache también la cabeza ante el gran país asiático, que ha sometido a los estudios como en ningún otro mercado del planeta.

De todo esto nos habla uno de los capítulos de Cultura Mainstream, el ensayo de Frédéric Martel que analiza los distintos fenómenos que configuran la cultura comercial hegemónica en la época de la globalización e Internet, del entertainment hollywoodiense a la influencia de la cadena Al Yazira en el mundo árabe, del diseño del Pop Latino desde Miami a la expansión mundial de los musicales de Bollywood desde la India, de la geopolítica de los culebrones latinoamericanos y egipcios al nuevo periodismo cultural, de las exportaciones culturales de Japón y Corea del Sur (el manga, los videojuegos, el K-Pop) a los brotes antimainstream en la vieja Europa, de la transformación de Disney a las renuncias del otrora llamado cine independiente.

El caso chino nos interesa especialmente por lo que tiene de reflejo y avanzadilla de este nuevo cambio de paradigma en el orden mundial. Desde la primera década del siglo XX, Hollywood ha ido diseñando y negociando diferentes estrategias comerciales para establecerse como la principal industria del entretenimiento en todos los mercados mundiales, exportando de paso una ideología y unos modos de vida esencialmente norteamericanos a través de sus ficciones. Sin embargo, y a pesar de los signos de apertura económica que se produjeron desde los años 90 tras varias décadas de cierre absoluto durante el periodo comunista, China se ha mantenido firme en su resistencia al cine norteamericano; tanto, que algunas de las filiales de los estudios (Warner vio como su intento de abrir salas en los 90 acabó drásticamente frenado) y magnates como el mismísimo Murdoch han tenido que abandonar momentáneamente la batalla por este suculento pedazo del pastel de la economía mundial a la espera de la ansiada apertura.

Controlada desde el Ministerio de Propaganda, la política cinematográfica china se ocupa no sólo de tener a raya a la propia producción nacional, pequeña (se producen 100 películas anuales) si tenemos en cuenta una población de más de 1.300 millones, escindida entre los productos de corte épico-histórico (The Banquet, Red Cliff, Confucio, Detective Dee) y una vanguardia autorial casi clandestina (Zhangke, Ye, Xiaoshuai, Yuan, Bing), sino de controlar a través de la censura y las leyes, a veces caprichosamente flexibles, las políticas de distribución y exhibición de cine extranjero (eminentemente norteamericano), necesario por otro lado para abastecer el sector de las multisalas, que crecen a razón de una nueva sala por día en los últimos años.

El "patriotismo económico" y no tanto la "protección cultural" es el verdadero motor de todas estas acciones políticas encaminadas a sacar tajada de la presencia del cine de Hollywood en las pantallas chinas a través de férreas cuotas de pantalla (apenas pueden estrenarse 10 títulos anualmente en las fechas que estime oportunas la burocracia oficial), abusivos porcentajes de recaudación que van a manos del Estado y triquiñuelas a la hora de poner en marcha coproducciones con los estudios norteamericanos asentados en territorio chino. Uno de ellos, Sony-Columbia, produce cuatro películas al año (desde la más permisiva Hong Kong) destinadas al mercado continental chino. De allí han salido títulos como Tigre y dragón o las últimas cintas de Zhang Yimou, otrora disidente de la Quinta Generación, hoy todo un símbolo de la cinematografía oficial.

De igual forma, China se ha mostrado muy permisiva con la piratería, que ha creado todo un mercado paralelo que genera más ingresos que el mercado oficial. Como se denuncia en el libro, nada extraño teniendo en cuenta que los DVD piratas se elaboran en las mismas fábricas que los oficiales.

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