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Cultura

Un supervillano de chirigota

  • Sacha Baron Cohen y el resto del equipo de 'El dictador' comenzarán a rodar el martes en la Plaza de España · El emblemático lugar será la sede del palacio de un tirano ficticio, que sufrirá un intento de asesinato

Es muy probable que el fantoche ficticio que desfila triunfal a lomos de un dromedario al lado de estas líneas les evoque la figura de Gadafi, tirano inverosímil pero real; recordando, de paso, lo que una vez dijo alguien: realidad es una palabra que debería escribirse siempre entre comillas. De esta guisa, con un disfraz hecho a medida, aparecerá en Sevilla Sacha Baron Cohen, estrella del gamberrismo cinematográfico de los últimos años, para rodar del martes al jueves algunas escenas de El dictador, cuyo equipo técnico y artístico está desdeayeren la ciudad. La Plaza de España y el aeropuerto aparecerán en la película, cuyo estreno está previsto para mayo de 2012; y en ella participarán más de 1.500 figurantes de la ciudad, que darán vida a soldados y altos cargos de su milicia y guardianas vírgenes del sátrapa, así como 150 bailarines que conformarán el séquito de seguridad del dictador.

La cinta, con un presupuesto de alrededor de 36 millones de euros, contará la "heroica historia" de un supervillano delirante. Y nuevamente, en este punto, la realidad violenta el cada vez más tambaleante muro que separa la mera ficción y lo posible. El dictador está basada en Zabibah wal-Malik (Zabibah y el rey), una novela que se vendió como los churros en Iraq y que según la CIA pudo haber sido escrita por negros obedientes a las inspiraciones de Sadam Husein.

A Baron Cohen (Hammersmith, Londres, 1971) le precede su fama de provocador, su gusto por el escándalo y la polémica gratuita. Lo mismo promociona venenosamente las tiendas de ropa Zara, "las favoritas del dictador"; que deposita, disfrazado de ángel gay, sus genitales sobre la cara del rapero Eminem durante una gala de la MTV (en un altercado pactado). En la era del imparable chismorreo insustancial, del espectáculo per se y el desprecio por la intimidad, el actor ha llevado sus preceptos a la apoteosis con tanto amor por la brocha gorda como astucia.

Pero siempre protegido, oculto tras sus grotescos disfraces de turno. Estudió Historia en Cambridge, escribió una tesis sobre el papel de los judíos en el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Tras su paso por la universidad trabajó como modelo, presentó en Inglaterra uno de esos concursos telefónicos cutres que desde hace un tiempo anegan las madrugadas televisivas, y condujo antes de su salto al cine el programa Da Ali G Show, primero en Inglaterra y después en la HBO estadounidense. No se conocen muchos más detalles de la vida del actor, que prefiere tratar con los medios de comunicación por medio de sus psicodélicos personajes y ha concedido escasas entrevistas bajo su identidad verdadera.

Al ver sus trabajos salta a la vista que su modelo de comedia no es precisamente el de Lubitsch. Si las películas de Baron Cohen presentan algún toque, éste tiende invariablemente a la escatología, la vergüenza ajena y la anulación de cualquier elemento que pueda representar un matiz en un discurso hecho a base de cañonazos indiscriminados. Cada una a su manera, Ali G, Borat y Brüno, sus tres famosas criaturas, son molestas, hirientes, idiotas, canallas, soeces, misóginas, antisemitas y una larga lista de cualidades de similar altura intelectual.

Sin embargo, guste o no su planteamiento, su estrategia agresiva sin una sola concesión a la posibilidad de que el espectador se forme su propia opinión, más allá de su apuesta por reflejar la vulgaridad del mundo actual mediante una vulgaridad llevada al extremo, hay aspectos de las películas del cómico británico que trascienden la estupidez premeditada de sus actos en pantalla. En su insistente rechazo de los límites del humor más o menos asumidos por todos, se ha empeñado en confrontar a los espectadores con una serie de prejuicios que aquéllos difícilmente estarían dispuestos a reconocer también como suyos. Así ocurre especialmente en Borat (2006) y Brüno (2009).

En la primera, Borat Sagdiyev, apócrifo "reportero de la gloriosa nación de Kazajistán" que siembra el caos y el desconcierto en Estados Unidos, escarba no sin grandes dosis de demagogia en la violencia que oculta cualquier forma de puritanismo, en la doble moral y los restos -nada desdeñables- de primitivismo ideológico de una parte de la sociedad del (todavía) país más poderoso del planeta. La segunda, con un reportero de moda austriaco en el paroxismo de la homosexualidad como agente provocador, le sirve para mofarse de la tontería irreversible de las tendencias, de la prostitución de las causas benéficas, de las toneladas de mugre, mental y de la otra, sobre la que se asienta la cultura de lo efímero y de la celebridad que nos ha tocado vivir.

Ahora la Plaza de España, escenario de otras grandes producciones en el pasado, del Lawrence de Arabia de David Lean a Star Wars: Episodio II. El ataque de los clones de George Lucas, se convertirá en la sede del palacio presidencial de un feroz tirano. Los responsables de la película buscaban un lugar espacioso y "de estilo árabe", y lo encontraron en Sevilla, por su riqueza en construcciones de arquitectura almohade y mudéjar. La última producción hollywoodiense que eligió Sevilla fue Knight & Day, con Tom Cruise y Cameron Diaz; también una comedia, aunque en tantos pasajes lo era involuntariamente.

Ben Kingsley y Megan Fox, entre otros intérpretes, acompañarán en el reparto a Baron Cohen, que a las órdenes de Larry Charles -también director de Borat- se meterá en la piel del dictador de una nación ficticia llamada Fediya que viaja a Nueva York para ofrecer un discurso ante la Asamblea General de la ONU y en el trayecto es secuestrado por el corrupto mandamás de su policía secreta, quien planea convertir el país en una democracia. Aunque por supuesto el dictador hará todo lo que esté en su mano para evitarlo. Éste es, más o menos, el último charco en el que se ha metido Baron Cohen.

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