Cultura

Cuando la delicadeza se hizo mujer

Voz: Pasión Vega. Piano y dirección musical: Jacob Sureda. Bajo: José Vera Batería: Vicente Climent. Guitarra: Paco Rivas Violín: Roberto Jabonero

La delicadeza es algo que, como el agua cristalina que se escapa entre los dedos, tocamos momentáneamente pero no podemos aprisionar. El perfume que, de pronto, hace que nos estremezcamos y el sabor que, por diferente, sorprende al paladar. La melodía que traspasa tu corazón o, más allá, esa luz de amanecer que precede al nuevo día o esa luna llena que, con su blancura inmaculada, te enamora y te arrebata. Así, una mezcla de todas esas sensaciones, fue el espectáculo que ayer por la noche ofreció Pasión Vega en el Teatro de la Maestranza: un auténtico regalo para el disfrute de los cinco sentidos.

Basada en una puesta en escena cuidada hasta en el último detalle, la presentación de Sin compasión, el más reciente trabajo de la artista, superó cualquier expectativa, constituyendo cada tema un regocijo para ese público que abarrotaba el recinto y al que se invitó a viajar a través de los ritmos, paisajes e historias que, durante dos horas y media, fueron desgranándose bajo el magistral dominio que demostró su conductora. Una figura a la que todos hemos visto crecer y que, a día de hoy, constituye uno de los referentes más importantes entre las solistas españolas, poseedora, además, de un repertorio propio que forma parte ya de nuestra memoria musical.

Por eso fue agradable el reencuentro con personajes como María, la que se "bebe las calles", en el comienzo de una andadura que recreaba una azotea llena de sábanas tendidas a través de las que Pasión reivindicó su sureña alma, poética y sencilla. A partir de ahí, vestida con tres etéreos trajes de Antonio García -dos color nude y una túnica final turquesa- fueron sucediéndose títulos nuevos como Eso no es amar o Bolero con ron mezclados con algunos populares del calado de Fina estampa, que sirvió para recordar a María Dolores Pradera, y algunas coplas que despertaron los aplausos más enfervorecidos de unos espectadores emocionados con el sonido de las notas de La bien pagá, María la portuguesa y, sobre todo, Y sin embargo te quiero.

Más crecida a medida que iba pasando el tiempo, esta malagueña nacida en Madrid y residente en Cádiz, invitó al guitarrista Daniel Casares a acompañarla en la hermosa declaración de amor a un hijo que es Tan poquita cosa y a Eduardo Serrano para el baile de El flamenquito que perdió sus botas. Un despliegue de emociones que concluyó con un colorista Gracias a la vida -durante el que la intérprete repartió flores a la audiencia- y unos bises entre los que no faltaron guiños a Sevilla y a Triana -en forma de dos palos de sevillanas reinterpretadas a piano-, ese homenaje a su propia tierra que es Malagueña salerosa y hasta un regreso a la infancia con Over the rainbow, de la mítica Judy Garland, a quien la protagonista de la velada, confesó, siempre quiso parecerse.

Osada, soñadora, pícara, sonriente... y contundente también pues, volviendo al principio del texto, aunque los juncos sean sutiles, no existe corriente alguna capaz de quebrarlos.

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