Cultura

Sembrar, pintar, habitar la naturaleza

  • Ramón David Morales trabaja ante todo con su memoria en las nuevas obras que exhibe hasta el 1 de abril en La Caja China.

Ramón David Morales: El Zoom del campo. La fruta del tiempo. En La Caja China. General Castaños, 30. Hasta el 1 de abril.

En 1854 Henry David Thoreau decía en un ensayo: "Me fui a los bosques porque quería vivir sin prisa. Quería vivir intensamente y sorberle todo su jugo a la vida. Abandonar todo lo que no era la vida, para no descubrir, en el momento de mi muerte, que no había vivido". Hasta hace pocas semanas pudo verse la réplica de la célebre cabaña de Thoreau en el Centro José Guerrero, en Granada. Como Thoreau, Ramón David Morales cree que el contacto con la naturaleza es la manera más auténtica de descubrirse a sí mismo y el camino que revela con sinceridad la condición humana. Pero Morales no necesita el retorno: él está en la naturaleza, creció con una tierra sembrada antes por el padre y ahora por él mismo. La tierra, además de haberle dado buenas dosis de saber sobre qué significa eso que llamamos campo, le ha proporcionado algo parecido a una filosofía de vida.

El artista trabaja ante todo con su memoria, con los recuerdos del espacio familiar y natural donde creció y que sigue frecuentando. De este modo, el paisaje, el apero del campo o el objeto de ciudad son plasmados directamente sobre el lienzo sin más intermediario que el recuerdo y un leve boceto.

Los paisajes de Morales presentan una composición absolutamente simétrica, como un juego especular entre derecha e izquierda. En ellos despliega un abanico cromático inmenso donde predominan las tintas planas, aún así, sobrevive una perspectiva clásica construida a partir de un punto de fuga. Siempre subyace el recuerdo de la vida en el campo, a veces tocado por un deje de ironía: el arroyo, el rayo de luz o la hoguera para defender a los melocotones de inoportunas heladas primaverales se convierten en protagonistas definitivos. El uso de grandes formatos, en este caso, deja entrever su empeño por no perder la referencia con la realidad, es decir, que el paisaje se asemeje a su dimensión auténtica. Esta cuestión no atañe únicamente a dicha tipología, también el ordenador portátil o el almocafre han sido representados siguiendo las dimensiones reales, y es que todos ellos fueron creados partiendo de un lugar poco común: el del que mira. Antes de llegar a la realización de la pintura, el artista se ha posicionado como espectador. Esta inusual conducta infiere a sus pinturas una considerable simplicidad que se dirige sin mayor obstáculo hacia nosotros. El objeto es representado en primer plano, con un carácter casi bidimensional y flotando sobre espacios no del todo definidos, donde se practica el ejercicio de la abstracción, haciendo convivir en una misma obra lo figurativo y lo no figurativo. Así elaborados, sus cuadros tienen algo de emblemas, porque la figura estilizada señala generalmente a una idea.

La metáfora es otro elemento fundamental en esta serie. Morales la practica uniendo en la misma imagen dos elementos contradictorios entre sí. Así, La hamburguesa de piedra, que apunta a que el alimento es resultado del cultivo, fruta del tiempo (como dice el título de la muestra) que debe esperar su momento, sin recurso a la importación y a las multinacionales. La roca sobre el ordenador tiene algo de reivindicación del origen, aquello a lo que se puede retornar y que sin haber variado su simplicidad sigue siendo observado y estudiado. En otra dirección, Amanecer en directo, que superpone la misma imagen en el ordenador y en el medio natural, encierra una cariñosa ironía sobre ese afán tan burgués de ver las cosas en vivo sin movernos de casa. Parecida carga de ironía se advierte en Las herramientas afinadas, acercando el azadón o el rastrillo a los instrumentos musicales, o Almocafre al cielo, que da a la herramienta un tinte casi heráldico.

Este aprecio por la naturaleza es sin duda una constante en la cultura occidental desde el Romanticismo. Los románticos, en efecto, opusieron la experiencia del paisaje para el viajero o el peregrino a cualquier elegante estilización de la naturaleza que solía negar a ésta su condición de fuerza, de energía. Joseph Beuys insiste en esta idea, radicalizándola, y por eso convierte la miel, el fieltro, la grasa y el cobre en principios de calor, protección y transmisión.

Puede que el retorno a la naturaleza sea una meta idílica y por eso irrealizable. Al fin y a la postre, Rousseau en su Discurso sobre la desigualdad habló de la naturaleza como un estado ya inexistente, que quizá nunca ha existido y que probablemente nunca existirá, pero añade que de ese estado es necesario tener ideas para juzgar mejor nuestra situación presente: la referencia a un estado de naturaleza, a una relación originaria entre hombre y fuerza natural, debe inspirar nuestros juicios, es un criterio directivo que nos permite evitar el desorden y rechazarlo, y advertir la injusticia de su condición actual.

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