Cultura

Sesión continua de la pena

  • Cinco años después de 'Lágrimas negras', y a tres de 'Picasso en mis ojos', Diego el Cigala publica una segunda entrega de boleros aflamencados

No me digan que toda comparación es horrible porque éste no hubiese existido sin aquél. Hasta el diseño de la carpeta, como ven, es una variación de la primera entrega. Hace cinco años fue una sorpresa (relativa para los que conocíamos La fuente de Bebo y Amar y vivir, incluidos en Corren tiempos de alegría (2001), su tercer disco) y hoy es más de lo mismo. Eso sí, más de lo excelente. El hito que supuso Lágrimas negras de Bebo y Cigala es el referente de esta segunda entrega de la misma fórmula: boleros clásicos, y otras canciones latinas, a la forma flamenca y libre del Cigala y sus amigos. Poquitos, menos que en el disco anterior. La ausencia de Bebo, que no obstante está presente, se ve aquí redimida por las cuatro manos de Jumitus, un virtuoso, y Rubalcaba, un señor del son: la Cuba y la noche de Tres tristes tigres: él tocaba boleros allá por los cincuenta. Un piano cubano y otro gitano (Jumitus es sobrino del bolerista catalán Moncho). El cantaor ha asumido el protagonismo absoluto, a sabiendas de lo esperada de esta segunda entrega: no sólo como intérprete, también productor y empresario. De hecho, ha esperado a tener a su disposición la distribución que consideraba adecuada para dar salida a una obra que lleva muchos meses grabada. Cigala Music se llama la editora.

La sensación es que no hemos dejado de escuchar la misma música en cinco años. Sesión continua de la pena alegre. Cuba le da vida al son y Diego el Cigala lo arrastra al sur. Lo que resulta intolerable, a no ser que nos conduzca a la muerte, en México o Colombia, por decir algo, en Cuba es una forma de felicidad. Al tumbao de Rubalcaba o Jumitus hay que unir una sección rítmica, la de Yelsy Heredia y Sabu y Piraña, que es un auténtico corazón cubano-extremeño de este álbum. Porque, además del bolero, está el danzón y el guaguancó, la rumba y el melisma gitano. La guitarra jerezana de Diego del Morao, que entra en estas lágrimas de puntillas, casi pidiendo perdón, en una versión bailable de Dos gardenias. Dos. Dos lágrimas. Y también Dos cruces, otro emblema de este disco: el canto a Sevilla del bilbaíno Carmelo Larrea.

Porque, como dice Diego el Cigala en el libreto, lo peor de las lágrimas es no poder llorar. El clásico de Imperio Argentina, El día que nací yo, también sufre los efectos del danzón merced a las percusiones de Changuito y Tata Güines, otros dos clásicos de la noche habanera de los cincuenta, tanto que Tata ya ve el alumbramiento de sus Dos lágrimas desde el otro barrio. Estuvo en Sevilla, en el Teatro de la Maestranza, hace unos meses, impartiendo su magisterio. Y nos deja en este disco una verdadera explosión de luz y congas. También el tango porteño en el bandoneón y el arreglo de Caruso, sin duda la gran concesión comercial de estas lágrimas. María de la O parece encontrar una segunda edad de oro en el flamenco contemporáneo: con todos mis respetos a Lola Flores y a Miguel de Molina, Niña Pastori y El Cigala han insuflado medio siglo de vida a este clásico de posguerra de León y Quiroga.

Fernando Trueba le hizo un regalo hace cinco años, aunque ahora no haya una mención en esta entrega, en la larga entrevista con Juan Cruz que incluye el libreto del disco. Eso sí, la voz y el corazón son todos del cantaor del rastro madrileño. Incluye menos actuaciones estelares que la primera entrega. En lugar de ello, El Cigala ha echado mano de su equipo habitual. Bambino, Fernanda y Bernarda de Utrera, Gaspar... y hasta Manuel Vallejo lo hicieron antes, aunque no con este despliegue de medios. Así que, bienvenidos sean. Todos ellos pudieron decirlo, como El Cigala ahora, como nosotros, que en nuestro imperio no se pone el son.

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