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  • 'Historias de Manhattan'. Louis Auchincloss. Trad. Ignacio Peyró. Elba. Barcelona, 2013. 296 páginas. 22 euros.

No faltaban otras obras del autor vertidas al castellano de España o Hispanoamérica -por ejemplo Diario de un yuppie (Anagrama), en cuya cubierta de 1986 aparecían las Torres Gemelas iluminadas por los reflejos del poniente, rielando sobre el Hudson-, pero en los últimos años el rescate, si cabe llamarlo de ese modo, de Louis Auchincloss, ha venido de la mano de Asteroide, que ha publicado dos estupendas novelas del prolífico narrador neoyorquino, La educación de Oscar Fairfax (1995) y El rector de Justin (1964). El traductor de esta última, Ignacio Peyró, firma también la versión de Historias de Manhattan (1967) que ha publicado la nueva colección Ficciones del sello Elba, dirigido con buen gusto y excelente criterio por la editora Clara Pastor. Conocíamos algunas de sus novelas y ahora podemos acceder a algunos de sus relatos, aunque tanto unas como otros remiten al exclusivo mundo del patriciado de Nueva Inglaterra al que el propio Auchincloss -que nunca dejó de ejercer como abogado- pertenecía por nacimiento, en el que se desempeñó toda su vida -murió nonagenario en 2010- y sobre el que gira su dilatada trayectoria literaria.

En su brillante prólogo a las Historias, que contiene una muy completa aproximación a la figura y obra del "último de la vieja guardia", afirma Peyró que Auchincloss se mantuvo "fiel al utillaje clásico de James y Wharton [de quienes escribió sendas biografías], al eco sensible de Jane Austen y al molde de la novela de costumbres". Fue por ello un escritor extemporáneo -sólo hasta cierto punto, porque de hecho reflejó manners o mores aún vigentes entre los miembros de su clase- o anclado en la tradición decimonónica, bien que pasada por el filtro introspectivo de sus citados paisanos, pero este conservadurismo estético no afecta a la calidad de una escritura que reconstruye con admirable exactitud -e ironía tal vez complaciente, porque Auchincloss nunca renegó de su mundo, pero sí era lo bastante lúcido para contemplarlo de forma crítica- esos usos declinantes o trasnochados que remiten a una antigua forma de vida. El propio Peyró se refiere a los "viejos naturalistas" para sugerir lo que esta narrativa tiene de arqueología sentimental, que seduce en los cuentos o monologues como en sus mejores novelas. El último de los aquí recogidos, Las letras escarlatas, es una pequeña obra maestra.

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