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Cultura

La agonía de Serbia

  • Rescatan uno de los libros en los que Gaziel reunió sus crónicas de la Gran Guerra, parte de una serie que hizo época en la historia del periodismo español.

De París a Monastir. Gaziel. Prólogo de Jordi Amat. Asteroide. Barcelona, 2014. 336 páginas. 17,95 euros.

Hace unos años Xavier Pericay, periodista él mismo y conocedor como pocos del contexto de la prensa española en el primer tercio del siglo XX, publicó un ensayo imprescindible -Josep Pla y el viejo periodismo (Destino)- que lo era no sólo para los admiradores del prosista catalán, dado que el preciso retrato que trazaba del por entonces joven corresponsal de La Publicidad y otros diarios, se extendía en parte a una generación de excelentes cronistas entre los que destacaban -a principios de los años 20- Julio Camba, Corpus Barga, Eugeni Xammar o Julio Álvarez del Vayo, que junto a Pla y a su paisano el también ampurdanés Agustí Calvet, llamado "Gaziel", protagonizaron la edad denominada por Pericay del viejo periodismo, reivindicado en nuestros días -"hechos reales y vividos", no florituras- por autores como Arcadi Espada. Algo antes, el propio Pericay había recopilado para la misma editorial un espléndido volumen donde reunía Cuatro historias de la República firmadas por Pla, Camba, Chaves Nogales y de nuevo Gaziel, que quedaba de este modo hermanado a tres de los grandes reporteros o analistas de la época anterior a la Guerra Civil.

Antes de codirigir o dirigir La Vanguardia entre 1920 y 1936, Gaziel ejerció como afamado corresponsal durante la Gran Guerra. Aunque había escrito algún artículo, nada hacía sospechar que fuera a dedicarse al periodismo. La movilización del verano de 1914 le sorprendió en París, donde ampliaba estudios de Filosofía, y tras su regreso, unos meses después, a Barcelona, empezó a publicar por entregas las notas que había tomado en su dietario. El éxito le animó a seguir y ya nunca lo dejaría, aunque como bien sugiere Andrés Trapiello, Gaziel -del mismo modo que Pla, Camba o Chaves Nogales- no fue sólo un buen periodista. Esas crónicas inaugurales fueron recogidas en el primero de los libros que dedicó a la contienda, Diario de un estudiante. París 1914 (1915), recientemente reeditado por Diéresis con prólogo de Enric Juliana. A finales del mismo año, Gaziel fue enviado como corresponsal a Francia y de ese modo nacieron tanto las siguientes crónicas publicadas en La Vanguardia como los libros de la editorial Estudio que las reunían de inmediato, dada la popularidad que logró el reportero y su creciente prestigio nacional. También en Diéresis hay disponible una antología -En las trincheras, prologada por Manuel Llanas, biógrafo de Gaziel- que recopila decenas de crónicas en las que el autor narra sus visitas a los campos de la batalla del Marne o al infierno de Verdún, además de algunas etapas de su viaje al frente oriental de los Balcanes.

Ese viaje, entre octubre y noviembre de 1915, es el que podemos seguir ahora en la edición de Asteroide, que recupera la serie completa de las crónicas incluidas en De París a Monastir (1917). El propio Gaziel explica en su introducción el contexto "de confusión, de luchas políticas, de pasiones desbordadas y de sacrificios sangrientos" que confluían en la explosiva región balcánica a finales del segundo año de la guerra. En septiembre Bulgaria había pactado con los Imperios Centrales, de modo que Serbia sufría una invasión en toda regla a la que se sumaron las tropas alemanas y austrohúngaras. Francia y Gran Bretaña reaccionaron enviando una expedición que desembarcó en el puerto griego de Salónica, lo que provocó un enfrentamiento entre el rey Constantino y su primer ministro Venizelos. En plena crisis, Gaziel partió en barco a la zona para informar sobre el terreno, pero sus crónicas -como apunta Jordi Amat, prologuista de la edición- se centraron menos en las campañas militares que en la experiencia del viaje, si bien sus impresiones aparecen complementadas por datos históricos o políticos y enmarcadas en un discurso de protesta por lo que un artículo anónimo de La Vanguardia -redactado por Gaziel, a juicio de Amat- llamaba "La agonía de Serbia". No deja de ser curioso que años después Chaves empleara la misma palabra, agonía, para titular su célebre serie sobre la Ocupación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, aunque la irresponsable defección de los franceses tuvo muy poco que ver con el sacrificio de los serbios.

Génova, Milán, Nápoles, Patrás, Atenas, Salónica y Monastir -la actual Bitola, hoy integrada en la República de Macedonia- son las etapas de un viaje que muestra las cualidades de la prosa periodística de Gaziel -intensidad dramática, procedimientos narrativos, lenguaje directo, detalles reveladores- y su talante humanista en los dos sentidos de la expresión, el que se refiere a su excelente formación intelectual y el que apunta a su temperamento compasivo o cervantino, como lo califica Amat, especialmente visible cuando su camino se cruza con el de los miserables refugiados de la triple ofensiva, abandonados a su suerte por las naciones aliadas. No vemos en estas páginas ni el afán exhibicionista ni la fastidiosa retórica ni el desalmado objetivismo de los corresponsales estrella. Contaba Pericay cómo era el propio Gaziel quien hablaba, a propósito de la mayor o menor calidad de las crónicas, de la "prueba del libro" como máximo indicador de su valía. Los suyos de juventud la pasaron entonces, en la segunda década del siglo, y siguen pasándola hoy, casi cien años después de escritos. Viejo buen periodismo, en definitiva, del que no caduca nunca.

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